Oficios que repuntan en la crisis en Neuquén

Modistas, zapateros, afiladores. Y la lista podría seguir. Personas que mejoraron su economía (un poco) por la crisis, pero piensan en el otro a los que no les va tan bien.

Ella fue ama de casa toda su vida, entre tareas de cuidado y mantenimiento del hogar, se hizo modista, una herencia de la máquina Singer de su madre. Hoy continúa con el oficio. Ya con sus hijos adultos y nietos, sigue desfilando entre prendas, hilos y parches. Cuando necesita afilar su tijera recurre a un afilador del barrio Villa María, que en el pequeño garage de su casa se dedica a poner a punto las herramientas indispensables.

Al comerciante se le rompió el cierre del bolso que a diario utiliza para guardar sus herramientas, decide ir hasta un “remendero” cercano para resolver la situación. Al señor se le despegaron las suelas de goma de uno de los dos pares de zapatillas que tiene para laburar todos los días. Va al zapatero recomendado por un amigo.

Y la cinta de Moebius de oficios es perfecta. Hoy, luego de años y años de trabajo y horas eternas de labor, todos sostienen su oficio y vislumbran que en estos tiempos de crisis, los vecinos de la ciudad de Neuquén recurren más a ellos que en otros años.

Una de las primeras características que los mancomuna es que no tienen un local a la calle. Es todo puertas adentro, en el fondo del patio, en el living de la casa, en algún espacio disponible.
Walter es afilador, de esos que recuerda a sus colegas que décadas atrás recorría en su bicicleta “tuneada” y con el silbato tradicional a ofrecer su servicio. El lo hace en su casa. No le va mal, pero tampoco es fácil.

“No somos del rubro indispensable, pero en el último año vi que cada vez más gente me llamó para afilar un cuchillo o una tijera. Un día me llamó un carnicero y me trajo un cuchillo que la verdad, era para tirarlo a la basura. Solamente el mango servía”, comenzó a relatar. El afilador le sugirió comprar uno nuevo. “Me dijo que no podía comprar uno nuevo. Que haga lo que pueda. Y sí, con esta crisis tengo más clientes. A mí me da pena, a pesar de que me sirve”, dijo Walter. Uno nuevo sale en promedio 10.000 pesos, él lo revatiliza por 5.000.

Esteban heredó el oficio de su viejo. Es zapatero pero no porque lo eligió como forma de vida, sino porque un día se dio cuenta, al perder su trabajo en el Estado, que podía sobrevivir con eso.
“Hoy los clientes no solo vienen porque la suela de su zapato favorito se despegó. Vienen porque los tienen que hacer durar lo más que puedan. Me llegaron a pedir que cosa zapatillas de lona que estaban rajadas, aún cuando yo veía que la suela estaba tan finita que no soportaba una caminata más. Pero le buscamos la vuelta”, contó.

“Es verdad que hoy, con los precios que se manejan, con la inflación y los salarios sin aumentos acordes, es muy difícil. Y la gente se las rebusca para mantener lo que tiene. En lo que es vestimenta, creo que es donde más recortan”, agregó Elena, modista de toda la vida.

Mabel se sumó y fue muy gráfica. “Llevo 30 años siendo modista. Me llamaban para confeccionar un vestido de fiesta o para alguna ocasión especial. Me iba muy bien, pero desde hace un año o más tuve que pensar en otra cosa porque esa persona que antes me pedía un vestido de cero, hoy me trae uno viejo y me pide que le de un toque distinto. Imaginate que si te tenés que comprar uno nuevo tenés que pagar mínimo 30.000 pesos en los lugares más baratos de la ciudad. Yo tengo, aproximadamente, un 40% más de clientas que en años anteriores”, dijo.

Elena aparece y cierra esta nota: “A estos oficios les va bien con la crisis y lo agradecemos. Pero que mal que a la gran mayoría les este yendo demasiado mal».


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