Nuestro niño herido
Algo extraño circula en el aire. En estas semanas conversé varias veces acerca del mismo tema. Nuestro niño herido.
Un poco de empatía…por el presente y futuro cercano
Cuando se repiten las instancias entiendo que algo de mí también es necesario mirar para sanar, o bien hay algo social que es menester abordar. Entonces, sin más, lancémonos a esta nueva oportunidad de observar, aunque sea, ese pedacito de vida que pide espacio para evolucionar.
Desde mi quehacer profesional converso con padres, como parte del proceso de sus hijos. En estos espacios abordamos las diversas temáticas que preocupan y ocupan por supuesto, a fin de desplegar situaciones y destrabar, re pensar, posicionarse diferente en relación a la postura de crianza si es necesario.
“Nadie nos dio un manual para ser padres”, son frases repetidas. Claro, es mi respuesta. Qué suerte. Porque la magia de encontrarnos con otro ser humano parecido y diferente a nosotros es maravillosa, mágica, única y por todo esto, compleja.
Dejar ir
Si tuviésemos un manual sólo deberíamos seguir instrucciones. Obedecer. Hacer sin más. Pero no. Ni los hijos vienen con un pan bajo el brazo ni con un manual de instrucciones. Simplemente porque así son las relaciones de amor. Se construyen con un poco de cada uno. Se modifican y afianzan o no, a medida que pasa el tiempo. Por supuesto las relaciones filiales no son simétricas. Esta es la gran diferencia. Nuestros hijos en gran medida y en las primeras décadas, dependen mucho de nosotros y aquello que realicemos o no, los marca y moldea, a veces, para siempre.
Cada uno de nosotros contamos con una historia de vida, previa a ser padres. Linda, fea, con más o menos traumas. Con heridas y valores. En el momento de ser padres, y cargados de la escuela de nuestra familia de origen, vemos con facilidad las heridas, porque sin pensarlo nos miramos en el espejo de nuestros hijos, nos vemos en cada uno de ellos. Aquello que dolió y no pudo curarse en el momento propio de la niñez, parece que empieza a abrirse, incluso algunas heridas pueden sangrar, duelen a tal punto que necesitamos con urgencia sanarlas. Para hacerlo, creemos que, si lo reparamos en nuestros hijos, se superará con la frase de… “No quiero que pase lo que pasé yo”.
Una y otra vez. Hago esto para que no sufra lo que sufrí yo. En esta aparente y sincera intención de ser mejor padre, o evolucionar surge la confusión tan frecuente. ¿A quién le estamos ofreciendo esa reparación? A nuestra hija/o, o a nosotros, a nuestro niño interior?
Nuestros hijos no son nosotros de pequeños. Son otras personas. Nacieron claramente con otros padres, en otra circunstancia de vida. Con otra realidad y otra carga genética, ya que se mezcló con la pareja.
En esta amorosa intención de “no pasar lo mismo que yo” lo que hacemos es…macanas…Porque no estamos mirando a nuestro hijo o hija, nos miramos a nosotros en ellos.
“Yo ya atravesé lo que le pasa a ella, ya sé como se siente”. Perdón, pero NO. Rotundo y absoluto, NO.
Las sensaciones, las emociones, los sentimientos, podemos transmitirlos con palabras con la mayor claridad posible, pero con todas las posibilidades y gestos posibles en la humanidad, no llegamos a saber exactamente qué le pasa a la otra persona.
Cuando tenemos la intención de sanar, que sea en nuestras propias heridas. Teniendo la valentía y la energía de mirarnos en nuestro espejo y dejar de cargar en ellos, mochilas que no les pertenecen.
Ser condescendientes porque a nosotros nos pusieron muchos límites. Escuchar todo el tiempo porque a nosotros no nos escucharon. No poner reglas porque a nosotros nos pusieron demasiadas. Que elijan a sus tiempos porque a nosotros nos apuraron en decidir. Que viajen siempre porque nosotros no pudimos hacerlo.
Votar
Con todas estas bases y otras muchas más escucho la vuelta de la situación. Adolescentes diciéndome… “me hubiera gustado que me obliguen a estudiar” “Estaba esperando que me digan basta” “No sé por qué me dejó salir siempre” “Me hubiera venido bien que me controle un poco más”.
Con unas palabras muy lógicas y complejas cierro esta columna: YO SOY YO. VOS SOS VOS.
Lic. Laura Collavini
laucollavini@gmail.com
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