Móvil de arte: la historia del matrimonio de artistas que recorre el país en camión para difundir cultura en las escuelas
Gabriel Guiñazú y Ana Villarruel viajan desde hace décadas con su camión cargado de cuadros, pinturas, libros y música. Dan charlas, talleres, hacen muestras y proponen jornadas pedagógicas y lúdicas para transmitirles cultura a los chicos. Lograron el acompañamiento de artistas y empresarios y el reconocimiento de docentes y estudiantes de todo el país.
—Señor, ¿usted es Pablo Picasso?
A Gabriel Guiñazú (60 años) la pregunta lo sorprende mientras baja los cuadros de su camión en una de las tantas escuelas que suele recorrer. Le genera risa, al igual que a los padres presentes. En los niños reina la sorpresa y la curiosidad, sobre todo cuando ven la muestra de arte plástico ya armada, con su iluminación correspondiente. En un rato aprenderán sobre pintura argentina con un cuadro de Felipe Noé y otro de Josefina Robirosa; pero también escucharán melodías de Mozart e indagarán sobre la música clásica. En un rato aprenderán, jugando, sobre cultura.
Guiñazú no es Pablo Picasso, pero desde hace 40 años se encarga de llevar y traer cultura a las escuelas de todo el país con su móvil de arte: un camión cargado de cuadros, tarros y bidones de pinturas, papeles, pinceles y todo tipo de instrumentos para que los chicos pinten. Cuando no está viajando vive en el partido de Almirante Brown (provincia de Buenos Aires). Es pintor y locutor, pero se define como “un obrero del arte”. En la recorrida cultural lo acompaña su esposa Ana Villarruel (55), concertista egresada del Conservatorio Nacional de Música de Buenos Aires, quien se encarga de que la experiencia también tenga su cuota musical.
“La idea siempre fue dar a conocer las artes visuales, con mucho cuidado de la calidad de los artistas y la calidad de la obra, y relacionarlas con los contenidos de la escuela. Mi mujer, que es una gran pianista, cargó su piano dentro del camión para que los chicos no solamente vieran una pintura, sino que también pudieran escuchar un Mozart perfecto o una canción mapuche o guaraní. Nosotros entendemos que la cultura es soberanía y federalismo, que es motivadora e igualadora”, explica.
El móvil de arte no tiene una única propuesta. En líneas generales, la idea siempre es armar una exposición de cuadros con una charla, a la que se suman un taller de pintura, un taller de lectura y conciertos musicales didácticos. Pero no es una hoja de ruta fija a seguir, ya que las visitas abarcan desde jardines de infantes hasta escuelas secundarias. Pero más allá de la cuestión etaria, cada escuela tiene su propia realidad social, política y cultural. Y el móvil de arte se amolda a eso.
“No hay una receta establecida. No es lo mismo un taller para 800 chicos en el conurbano bonaerense que ir a una escuela de 20 alumnos en un lugar donde no hay acceso ni siquiera a la compra de materiales. Eso ya marca mucho el rumbo de cómo encaramos la jornada”, explica. Y agrega: “Nuestra propuesta se amolda a cada contexto. En nuestro camión tenemos un montón de herramientas y ahí es donde entra en juego la capacidad para seleccionar qué usar según el lugar. Lo que no puede variar en esas jornadas es el amor por el trabajo y la pasión, que es lo que la cultura como plus va a transmitirles a esos niños”.
Por eso, la iniciativa tiene distintos fines. En algunos casos, el objetivo es encender una primera chispa de pasión hacia lo artístico. Pero en otros, es que los chicos puedan ver algo a lo que hasta el momento no habían podido acceder: “Lo que hacemos es abrir puertas para los chicos que no pueden ir a un museo, que no pueden escuchar una ópera, que no pueden tener un taller de lectura o escritura. Para nosotros vale la pena acercárselo, porque no llevamos solo un cuadro, sino lo que un cuadro comunica”.
Las visitas a las escuelas más cercanas se dan a partir de invitaciones que les llegan de directivos y docentes que conocen su trabajo. Pero los viajes más largos requieren otra planificación. Por eso, a veces aprovechan y se proponen visitar lugares que no recorrieron. En algunas otras oportunidades han llegado directamente a las escuelas y plantado en la puerta su camión que, de inmediato, llama la atención de los chicos. Ese recorrido les ha permitido conocer tantas culturas como lugares que visitaron. Por eso hablan de una “cultura federal” que buscan reivindicar.
“Tenemos un país culto a lo largo y a lo ancho. Nosotros no solo llevamos e intentamos transmitir algo de lo que sabemos, sino que también nos traemos muchas cosas que aprendemos y que queremos seguir compartiendo. Hablamos de una cultura que se traslada por un país, que lleva y trae historias como anteriormente hacían los jinetes cuando andaban por los campos y contaban historias al lado de un fogón a lo Martín Fierro”, resalta.
Las jornadas se dan durante el horario de clase y permanecen en la escuela hasta que el último de los chicos participe de la experiencia: “Queremos que sea algo ordenado, por eso a veces estamos cuatro días para que pinten 200 nenes. Es importante tomarlo con seriedad y dedicar su tiempo porque surgen un montón de cosas de esas visitas. No solamente porque están mirando obras de arte, sino porque hay un intercambio con los chicos”.
Experiencias diversas
En 40 años de trayectoria, las historias se multiplican. Pero lo que más conmueve a Guiñazú es cuando vuelven a invitarlo de escuelas por las que ya transitó años atrás y el recuerdo de su camión sigue vigente en la comunidad educativa. Eso le pasó hace poco en una escuela de Canning, en la provincia de Buenos Aires, con la invitación de una vicedirectora que había conocido el camión cuando comenzaba su carrera en la docencia. “Cuando fui me dijeron que nunca se habían olvidado del paso del camión por la escuela. Es muy emotivo ir a un lugar donde estuviste y que te reciban con el mismo cariño. Eso da cuenta de que esto es una búsqueda de artistas con mucho compromiso; una historia que cumple los mismos años que tenemos de democracia”.
Aunque claro, no todo es color de rosas. También recuerda aquella vez en que fueron corridos “a punta de pistola” por un intendente de un pueblo en la provincia de Río Negro. “Estábamos de paso y caímos en época de elecciones. Fuimos a una escuela que nos recibió muy bien, pero resulta que el director estaba medio enfrentado con el intendente. Les pregunté si podíamos hacer un taller y terminamos pintando un mural con los chicos. Y como el municipio no nos ayudó con nada, los padres vieron lo que estábamos haciendo y nos compraron las pinturas entre todos. Terminamos y nos rajaron del lugar. Después supimos que ese intendente perdió las elecciones”, recuerda entre risas.
Para agosto tienen una invitación a Entre Ríos, donde están organizando una jornada con seis escuelas rurales. Quien se encarga de esa gestión es una docente formoseña que conoció el camión unos 20 años atrás, en su provincia natal. Dos décadas después y viviendo en otro lugar, el camión quedó marcado en su memoria. “En aquel momento esa piba tenía 15 años. No solo se enganchó con el arte sino que estudió para ser docente. Y no solo tiene un buen recuerdo de nuestra visita, sino que quiere que sus alumnos también la vivan. Por eso nos buscó por internet y nos invitó a ir. Es como un boomerang”, celebra.
Los orígenes
A principios de la década del 80, Guiñazú era un pintor que comenzaba a exponer sus obras en galerías de la Ciudad de Buenos Aires. “Era un obsesivo artista joven tratando de vivir del arte”, recuerda. Pero eso no lo conformaba y la idea de comenzar a viajar por el país empezaba a tomar forma en su cabeza. Para ese momento ya había dictado algunos talleres y charlas en escuelas de distintas localidades, contratado por la Secretaría de Cultura de la Nación. La experiencia de esos viajes terminó de impulsarlo.
Para eso vendió 15 cuadros y con el cheque que le dio el galerista fue a una agencia de autos y se compró un Citroën ami 8, el auto que inició la historia del móvil de arte. Pero el sueño era tan grande que no cabía en esas cuatro ruedas. Habló con pintores, escritores, músicos y empresarios y consiguió el apoyo para emprender una historia de viajes que continúa hasta el día de hoy.
“Conseguí que empresarios me escucharan y aportaran recursos porque era una especie de personaje joven y emprendedor, golpeaba puertas, hablaba con todo el mundo y les contaba mi sueño. Compré un camión del año 66 que es para lo que me alcanzó el dinero”, cuenta. “A la par hablaba con artistas, les pedía diapositivas, catálogos, cuadros. Le pedí obras a Marcelo Petrocelli, a Felipe Noé, Rogelio Polesello, Josefina Robirosa, Julio Lavallén. Todos los que exponían en galerías ya me conocían porque era muy molesto”, agrega.
Guiñazú no sabe responder por cuántas escuelas pasaron. Dice que por miles, pero no es un dato que le interese. Sí reconoce que su camión recorrió un espectro amplio de comunidades educativas: desde las más pobladas de la provincia de Buenos Aires, hasta una escuela con solo diez alumnos en Formosa. Y recuerda con cariño la vez en que el móvil de arte se transformó de un camión a una lancha: “En San Javier, provincia de Santa Fe, queríamos ir a una escuela que estaba en una isla, pero no teníamos cómo. Hasta que un vecino nos prestó una lancha y fuimos a la escuela con todos los cuadros cargados, casi tres horas de viaje por agua. Para hacer esas cosas tenés que estar un poco pirado, pero nos movía y nos sigue moviendo eso, una mezcla de vocación y locura total”.
Apoyos
Con el tiempo el móvil de arte despertó el interés de cada vez más artistas, pintores, escritores, músicos y el reconocimiento de la comunidad educativa. A medida que el boca a boca fue creciendo, la historia de Gabriel se fue haciendo más conocida, y algunas empresas se sumaron a apoyar económicamente el proyecto. La marca de pintura ALBA les brinda sus productos para usar en las escuelas; mientras que Refinpel, una fábrica de reciclado de papel les dona el papel para que los chicos tengan donde explorar su propio arte. “Esto no es barato”, remarca Guiñazú.
A su vez, durante 16 años el artista viajó con un camión prestado por la marca Volkswagen, pero en el último tiempo, los viajes los lleva adelante con un vehículo donado por la firma Isuzu. A cada lado que va el móvil de arte deja una huella, pero también cada lugar visitado deja su marca en el camión, que va ploteado con el arte de los propios chicos.
Durante un tiempo, también, lograron sostener el proyecto por medio de algunas becas, como la de la Fundación Antorcha que acompañaba con un aporte mensual. Lo mismo con el Fondo Nacional de las Artes. Pero desde hace ya varios años no cuentan con ningún acompañamiento estatal. Pero eso no fue impedimento para continuar con el sueño.
“Yo estuve dentro del circuito formal de la cultura y hoy estamos fuera, pero no me molesta. Esto sigue funcionando. En algunos lugares los padres nos han ayudado con plata, con comida, con combustible, con materiales; en otros lugares hemos dormido en la casa de los docentes. Nos ha pasado de irnos a algunas provincias a visitar diez escuelas y nos terminamos quedando seis meses. Se hace más difícil, pero seguimos”, rememora.
A pesar de todas las dificultades, el camión nunca se detuvo. El matrimonio cuenta que viajaron mucho durante las primeras semanas de junio y tienen la agenda bastante cubierta hasta fin del 2023. “El saldo de todos estos años es muy bueno. Nunca dejamos de hacer móvil de arte porque hay un mensaje que es más profundo que yo mismo: el hecho de contar 40 años de locura y amor a través de un país que está lleno de cultura es importantísimo”, explica. Y cierra: “Este móvil se mantiene vivo después de tantos años por la pasión y la ilusión de que la cultura tiene utilidad. Los chicos disfrutan de esto y desplegarlo dentro de un aula es convertirlo en educación”.
Se puede contactar a Gabriel Guiñazú por correo electrónico (movildearte@hotmail.com) o por Instagram (@movildearte).
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