Matías es neuquino y renunció a su trabajo como petrolero, con un salario millonario, para abocarse al boxeo profesional
Con 28 años, Matías Domínguez sueña con ser campeón mundial.
De chico, Matías soñaba con subirse a un ring para boxear. Miraba peleas, buscaba información y sentía admiración por Naseem Hamed, un británico que resultó campeón mundial de peso pluma en múltiples ocasiones y Ringo Bonavena, un boxeador de peso pesado argentino. Pero sus padres habían sido terminantes y no le permitían practicar el deporte.
Cuando fue más grande comenzó a entrenar y de esta forma, inició su carrera amateur. Tres meses atrás, el nacimiento de su tercera hija Hada marcó un antes y un después. Decidió renunciar a su puesto en una empresa petrolera en Añelo, donde su sueldo superaba los 4 millones de pesos, para abocarse a su familia y a su carrera como boxeador.
Matías Domínguez tiene 28 años. Nació en Neuquén, se crió en Rincón de los Sauces y vivió cinco años en San Juan, donde se recibió como «maestro mayor de obras«. En esa provincia también fue papá, con apenas 16 años.

Cuando decidió volver a Rincón de los Sauces, trabajó un año en la municipalidad y después, inició una carrera maratónica en la industria petrolera en Centenario y luego en Añelo. «Laburaba en un equipo de torres, como boca de pozo. No es siempre el mismo trabajo: se arma el circuito de los fierros, apretás tuercas, válvulas. Eran 12 horas en el campo y después de la jornada laboral, nos llevaban a un complejo en Añelo donde dormíamos. El diagrama de trabajo consistía en dos semanas en el campo y una semana de descanso en tu casa. Pasa que hay 100 kilómetros de distancia; era complejo ir y volver», mencionó.
Reconoció que, pese a los escollos de la modalidad de trabajo, el sueldo era «muy bueno» y variaba de acuerdo a la categoría (como boca de pozo, se arranca en los 4,5 millones, pero hay salarios de 7 millones también): «En el sur, es uno de los trabajos mejores pagos. Pero si ponés en la balanza, ganaba en lo económico, pero perdía tiempo con la familia: me perdí el primer día de clases, los cumpleaños, el día del padre o de la madre. Quizás te tocaba estar trabajando y no estás». Y agregó: «Se trabaja un domingo, un feriado. Son trabajos que demandan mucho tiempo«.

Cuando empezó a trabajar en la empresa petrolera, decidió meterse en el mundo del entrenamiento de box. «Para llegar a ser profesional, necesitás una carrera amateur, en la que peleás a tres rounds, con guantes más grandes. La hice mientras trabajaba: peleaba y al otro día, volvía al campo. Me costaba muchísimo y lo cierto es que nunca llegaba bien físicamente, ni con el peso, no estaba bien entrenado», contó. De todos modos, logró tener su primera carrera profesional: «Me acuerdo que tuve que acumular días de descanso para que me los devuelvan después».
Al renunciar a su trabajo, Matías ya era padre de tres niños: Mateo, Valentino y Hada. «Con la nena, mi mujer tuvo un embarazo complicado. Tuvo una cesárea de urgencia y yo, en ese momento, estaba trabajando. Logré llegar a tiempo, pero ya me estaba lamentando que, en breve, debería irme dos semanas más al campo y dejarlos solos. Necesitaba estar en casa y así fue que decidí dar vuelta la página», admitió.
La renuncia, comentó, no fue una decisión fácil pero la tomó junto a su pareja. «Uno se acostumbra a contar con cierto dinero que, ahora, ya no tenemos. Estamos vendiendo comida, le buscamos la vuelta por otro lado. Pero estamos en familia y eso no tiene precio«, aseguró.

Hoy, Matías entrena doble turno, unas seis horas por día y compite en la categoría Superpluma, de 58,900 kilos como máximo. Disfruta de la disciplina de entrenar, comer sano y cuidar el peso. Ante cada pelea, confía, se concentra plenamente, con «la mente fría para ganarle al rival». «Siempre me gustó, pero mis papás no me dejaban practicarlo porque fui prematuro y estuve internado en terapia como tres meses. El médico les recomendó un cuidado estricto y les salí todo lo contrario», dijo riéndose.
Hoy, su madre lo acompaña a algunas peleas; su padre, en cambio, no concurrió a ninguna de las 40 peleas amateur de Matías. Menos aun a las profesionales. Su tío lo acompaña «a todos lados» y «lo apoya en cada decisión que toma».

«Sueño con llegar a ser campeón. Pelear por el título argentino, sudamericano o incluso, por qué no, el título del mundo. Se que es duro, que habrá buenas y malas, pero se puede llegar«, confió este neuquino.

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De chico, Matías soñaba con subirse a un ring para boxear. Miraba peleas, buscaba información y sentía admiración por Naseem Hamed, un británico que resultó campeón mundial de peso pluma en múltiples ocasiones y Ringo Bonavena, un boxeador de peso pesado argentino. Pero sus padres habían sido terminantes y no le permitían practicar el deporte.
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