La inspiradora historia de Martín Bou Abdo y su lucha contra las drogas

Tiene 46 años y comparte su proceso de recuperación de consumo problemático de sustancias. “Si yo pude, puede cualquiera”, dice.

Yo vengo del infierno”, dice Martín Rodolfo Bou Abdo en la casa que se acaba de mudar, “vengo de ahí, si yo pude, puede cualquiera. Solo hay que pedir ayuda y rendirse”.

Tiene 46 años. Nació en 1978 en Roca. A los 15 probó por primera vez una droga. Desde ese momento no paró. Las consumió todas: verdes, blancas, líquidas. Decidió contar su historia, para que otros, otras, puedan saber que, del consumo problemático de sustancias, se puede salir, se puede tener otra vida: una más honesta, sensible, con altos y bajos, pero más feliz.

Es músico, estudió ingeniería electrónica, después Cine. Y trabajó en todo tipo de rubro: vendió pochoclos, fruta y verdura en el mercado de Tres de Febrero. Y el consumo siempre estuvo al alcance. Fue operador de transmisión en América TV. También visitador médico. Se puso una productora con un amigo, “Corta la bocha”. “Creció tanto que compramos una casa, empezamos a tener empleados, nos transformamos en una productora de renta de equipamiento”. Consumía por la noche, durante el día estaba fresco. “El trabajo era muy exigente”. Consumía cuando estaba triste, pero también feliz. Cuando estaba tranquilo, pero también nervioso. Transitó, lo que llaman, “la ilusión de control” pero que en un momento se pone ingobernable.

A los 28, vendió la productora y se mudó a Roca. Sustancia verde por la tarde, la blanca por la noche. Siempre fue emprendedor. Al año nació su hijo. Sustancia verde. Montó tres locales. Sustancia blanca. Se separó. Se mudó. Sustancia líquida. “Empecé a consumir casi siempre y ahí”, cuenta, “la vida se me fue a la mierda. Ahí mi vida, se puso ingobernable”. Empezó a tener problemas con su familia. Sustancia blanca. Con sus amigos. Sustancia líquida. No atendía el teléfono ni iba a los lugares que tenía que ir. Sustancia blanca. Su vida se fue a la banquina. Sustancias. Vivía para consumir y consumía para vivir.

Al adicto nada le conforma. Siempre vamos por más. Siempre queremos más”. La enfermedad de consumo problemático es la misma para todos. “Pero”, aclara, “los procesos son individuales, cada uno tiene su forma de recuperarse y su adicción”.

Fue a psicólogos, psiquiatras, a grupos de ayuda con consumo problemático. “Venía intentando parar de distintas maneras”, cuenta, “pero no lo lograba porque no quería”. La droga para él fue su anestesia más cercana. Anestesiaba dolor, insatisfacción. “Es un momento que uno tiene la satisfacción plena. Después cuando se va y viene la resaca, agarrate Catalina”. Pasó de tener mucho, a no tener nada, en lo emocional estaba vacío y seco. Y en lo espiritual dejó de creer en Dios. “Es una enfermedad de pérdida emocional, espiritual y material”.

“Uno consume y la caga, consume y la caga, consume y la caga”, explica, “te dormís, te despertás al otro día y tu vida es un caos. Porque te quedaste sin plata, porque tu familia no te saluda, porque en el laburo te van a echar, porque no tenés plata para comer, porque te cortaron la luz y el gas, el auto lo dejaste tirado. Entonces, ¿qué hacés? Volvés a consumir para tapar todo ese quilombo y no te haces cargo. Una vez que entras en esa rueda, estás al horno”.

El clic lo hizo en abril del 2023, cuando se despertó en la cama de un hospital.  El diagnóstico fue deshidratación. Tres días de consumo sin siquiera tomar agua. Abrió los ojos y lo primero que hizo fue preguntar: ¿Dónde está mi hijo? ¿Qué pasó con mi laburo? ¿Dónde está mi familia? “Se me vino el mundo abajo”.

Volvió a su casa y levantó el teléfono: “Vieja, necesito ayuda. Necesito internarme. Me voy a morir”. Era miércoles y se fue a la casa de su madre. Juntos googlearon. Encontraron un lugar, lejos de Roca en Buenos Aires, para poder internarse. Avisó en el trabajo, se despidió de su hijo: “papá tiene un problema de adicciones y se va a internar en una fundación”. Hizo el bolso y se fue. “En el fondo”, aclara, “yo no quería internarme, yo quería seguir consumiendo, pero me tenía que ir, porque si no me iba a morir. El destino es claro: cárcel, hospital o muerte. La droga mata, no es joda ni chiste”.

La primera palabra que le dijo el director de la Fundación le marcó su vida: “Acá tenés que cambiar una sola cosa”. “¿Qué es?”, preguntó. “Todo”, le contestó. Y él hizo caso.

Durante los primeros 15 días no se acordaba de la cara de nadie. Ni de su hijo. Lloró. Ni de su madre. Lloró. Ni de sus amigos. Lloró. Soñaba, se despertaba, se dormía. Sentía impotencia.

“Manos y mente ocupada” esa fue la clave de su proceso. “Empecé el tratamiento, empecé a hacer los ejercicios que te proponen: escribir sobre tu infancia, sobre tus errores, leérselos a tus compañeros”.

Creyó que el proceso sería de seis, ocho meses. Pero a él le llevó un año y dos días. Fue largo y arduo. Descubrió sus defectos de caracter: impulsivo, compulsivo, obsesivo, ansioso y autosuficiente. “Me di cuenta”, explica, “que la sustancia lo potenciaba todo. Yo me creía Superman. Y entendí que desde los 15 siempre la sustancia me acompañó”.

Arriba de su cama, a lo largo de todo el proceso tuvo una foto. Una que lo ayudó en las noches y en los días. Una imagen de su hijo con una remera que hizo para levantarse cuando hiciera un gol en el torneo de fútbol infantil en el que jugaba. La remera decía: “Te amo Papi, nos volvemos a ver en seis, ocho meses”. Martín, todas las noches, le rezó.

También escribió sobre sus pérdidas, sus broncas, sus vergüenzas en el consumo. Y entendió un poco más su vida. También de sus peores tocadas de fondo. Pero el quiebre vino con un viaje espiritual, y una frase que le quedó marcada: “No soy culpable de mi enfermedad, sí responsable de mi recuperación”. Se sacó las culpas, pero se responsabilizó de su vida. Un quiebre. Un cambio rotundo.

Y llegó el momento. Se rindió ante la enfermedad. “Me di cuenta que es una enfermedad que no tiene cura”, dice, “que es para toda la vida, pero se detiene. Es una enfermedad incurable, hasta mi último suspiro la voy a tener. La adicción es así. Pero se puede detener. No hay una pastilla milagrosa que yo la tomo y digo listo no soy más adicto”.

Es jueves 6 PM y se está mudando a su nueva casa. Un volver a empezar. Hace un año, tres meses y 20 días que está limpio. Ese es, después de su hijo, su tesoro más preciado. Es la primera vez es su vida que está tanto tiempo sin consumir. “Esto es el día a día”, explica, “hoy sé que no puedo volver a consumir. No tengo el deseo. Entendí todo lo que perdí. En lo emocional, en lo espiritual y en lo material. A mí la droga me secó, de bolsillo y de espíritu”.   

El cuatro de mayo de este año le cantaron el alta. “Yo hice todo el proceso que tenía que hacer”, narra, “la enfermedad es la misma para todos, pero la recuperación es individual. Cada uno la transita como puede. Pero lo importante es que se puede. Hay que rendirse a la enfermedad y pedir ayuda, solo no se puede”.

El cambio que hizo en un año, tres meses y dos días es rotundo. Entró con pocos dientes y hoy ya los tiene todos. Usa anteojos. Tiene turno con el otorrino. Se hizo estudios clínicos. “Me empecé a querer”, dice. Disfruta de los colores, de una llamada telefónica, de un almuerzo o una cena. “Ahora veo la vida de otra manera, todos los días me levanto, me miro al espejo y me digo: solo por hoy. Un día más. Y así, voy”.

“Si yo pude”, insiste, “¿por qué no va a poder otro que elija la recuperación? Hay un montón de formas de hacerlo. A través de fundaciones, de grupos de adicciones de provincia o de gente que se organiza”.

Si tiene algún momento de debilidad, tiene compañeros que pasaron por la misma. Un llamado telefónico puede mejorar un día que se volvió gris. Un pequeño permiso, sabe, le lleva a grandes recaídas. “La vida es hermosa sin consumo. Hoy puedo salir y no tomar alcohol, puedo divertirme igual. Puedo tener una amistad sin tener el consumo de por medio, puedo ir a trabajar sin consumir. El consumo no es una opción para estar feliz ni para tapar, hay que afrontar la vida tal cual es”.

“Mi recuperación«, cierra, «y por eso lo hago, crece a medida que la comparto».

Dónde pedir ayuda por consumo problemático de sustancias en Río Negro:


Para recibir información y asistencia de la Agencia para la Prevención y Asistencia ante Abuso de Sustancias y las Adicciones en Río Negro se puede llamar:

Viedma: 2920 – 617309
General Roca: 2984 – 879343
Cipolletti: 299 – 4011110
Bariloche: 2944 – 383398

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