Marcos, el perro fiel que esperó 16 años en Neuquén por su dueño
Fue uno de los caninos más entrañables de Neuquén. Esperó a su compañero, internado en un hospital, en la puerta durante 16 años. Jamás se acostumbró a que su amigo había fallecido.
Corrían los finales de los 80 en la ciudad de Neuquén. Eran tiempos de cámaras fotográficas a rollo y de taxis de color celeste. Aún era una ciudad chica, pero encerrada en cada esquina un personaje, una historia que hoy forman parte del patrimonio capitalino.
Como una postal habitual en todos los centros de Salud, una noche cualquiera ingresaba un vehículo trasladando de urgencia a la guardia del Policlínico ADOS, a un paciente en estado grave.
Esto no llamó la atención de los taxistas que tenían una parada en las puertas del sanatorio. Pero si se asombraron que detrás del rodado venía corriendo un perro mestizo, agitado y con la lengua afuera, que quiso ingresar también al edificio , pero los guardias de seguridad se lo impidieron.
Lo que parecía en un primer momento, un dato de color se convirtió luego en una de las historias más conmovedoras que registra la capital neuquina. Un recuerdo que trajeron a la actualidad los integrantes del grupo de Facebook, Neuquén del Ayer.
El tiempo revelaría la verdad sobre el verdadero motivo de su insistencia de estar en ese lugar. Se trataba de un cachorro que solo quiso acompañar a su humano en una situación de gravedad. Pasó un día, dos, tres semanas, meses y años. Dieciséis en total, esperando que aquella puerta que una vez le impidió el paso, se volviera a abrir para reencontrarse con su humano, compañero de su vida.
El perro siempre se quedó esperando, pero nunca supo que había fallecido hacía mucho tiempo. Dormía en las escalinatas del ADOS, los taxistas lo alimentaban y lo bautizaron Marcos. Con el paso de los meses, los días de lluvia o de mucho frío, los guardias de seguridad del hospital relajaron las normas y le permitían dormir en el hall de ingreso al sector de guardia.
Marcos no era un perro agresivo, ya se había acostumbrado a que por su lado pasaran centenares de personas. Pero no siempre se dejaba acariciar, él prefería la distancia, «salvo que le acercaran un alfajor y si reconocí en las manos a las de algún taxista de la parada», recordaron los memoriosos.
Deambulaba por el predio de avenida Argentina y por las noches “salía de excursión”, tantas otras veces los taxias debieron ir a buscarlo a las aulas del colegio San Martín, ubicado frente al ADOS. Y siempre regresaba a esas escalinatas. Ya se había convertido en un personaje entrañable de la ciudad.
La vida le pasó, se puso viejito y un día su corazón dijo basta y falleció. Fue enterrado bajo la sombra de un pino del policlínico, en uno de los laterales del edificio. Murió sin saber que se humano no regresaría pero él nunca se rindió.
Corrían los finales de los 80 en la ciudad de Neuquén. Eran tiempos de cámaras fotográficas a rollo y de taxis de color celeste. Aún era una ciudad chica, pero encerrada en cada esquina un personaje, una historia que hoy forman parte del patrimonio capitalino.
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