Los likes, los seguidores y la autoestima: «La autopromoción se ha vuelto no solo aceptable, sino casi obligatoria»
El frenetismo por la publicación en redes sociales y las reacciones que genera del otro lado de la red. Cómo incide en niños, jóvenes y adultos.
«Veo varias veces al día las redes sociales, más que nada cuando me llegan notificaciones porque me da intriga«, reconoce Julieta, una barilochense de 13 años. Asegura que no suele subir publicaciones «en su cuenta principal, pero sí en las historias porque me encantan que me pongan comentarios».
Admite que le importa la cantidad de seguidores en su cuenta: «A una edad como la nuestra, en plena adolescencia, nos importa saber cuántos seguidores tenemos. En mi caso, mando invitaciones a gente que conozco de vista, la prima de una amiga o una chica que conozco pero con la que no me llevo, y así sé que puedo conseguir más seguidores».
Maia, de 17 años, reconoce que «revisa las redes sociales bastantes veces al día» y lo define «casi como una especie de adicción». «Suelo publicar seguido en redes sociales, pero más que nada por el tema de modelaje. Es cierto que estoy pendiente de los likes y de los seguidores», comentó. Dijo que no acepta como seguidores «a todas las personas, aunque por modelaje es conveniente tener más seguidores que no tener». Aseguró también que, entre sus amigas, logran charlar «sin necesidad de tener el celular en la mano. Somos bastantes sanas».
Lucía, de 16 años, admite que pasa largas horas en redes sociales, especialmente cuando está aburrida o no tiene nada para hacer. «En redes, normalmente suelo publicar fotos o videos míos o con familiares y amigos. Siento que solo estoy pendiente de los likes y comentarios cuando subo una foto que me gustó mucho y quiero ver qué pensó la gente de esa foto«, subraya.
Las redes sociales atraviesan no solo a chicos y adolescentes. También a los adultos.
El sociólogo Sebastián Fonseca consideró que «nuestra sociedad nunca había estado tan conectada y, al mismo tiempo, tan sola. Las redes sociales prometían acercarnos, pero nos han llevado a una carrera obsesiva por los likes y los seguidores que se ha convertido en nuestra forma de validación diaria y los pilares de la autoestima».
En relación a este cambio que modificó la forma de relacionarse, Fonseca se refirió al fenómeno de «la nueva economía emocional», planteado por los investigadores Esteban Di Paola y Luciano Lutereau, en el que «los vínculos se han vuelto tan volátiles como las stories de Instagram«.
«Las plataformas, diseñadas para fomentar la conexión, han intensificado involuntariamente las tendencias narcisistas. La constante exposición y comparación han creado un ambiente donde la autopromoción se ha vuelto no solo aceptable sino casi obligatoria», planteó Fonseca.
Consideró que «esta vitrina de exposición constante y la presión por presentar una vida perfecta han tenido un costo emocional significativo. La brecha entre la imagen idealizada que se proyecta en línea y la realidad imperfecta de la vida cotidiana genera un conflicto interno permanente«.
Destacó un aumento en los diagnósticos de depresión, ansiedad y otros trastornos mentales, especialmente en los jóvenes, con un aumento del 25%, según la Organización Mundial de la Salud desde la pandemia.
Necesitamos construir una cultura que valore más la autenticidad que la perfección, que promueva conexiones genuinas en lugar de likes. No se trata de demonizar la tecnología, sino de aprender a usarla de forma más saludable»,
Sebastián Fonseca, sociólogo.
«Necesitamos de la mirada del otro»
«Los efectos y las consecuencias de los excesos de las redes se pusieron de manifiesto después de la pandemia. Tenemos una generación de niños y adolescentes a quienes la tecnología les tendió puentes a nivel educicativo y comunicativo, pero, por otro lado, los pasó por arriba», evaluó Clara Oyuela, escritora y psicóloga de San Martín de los Andes.
Reflexionó que, como sociedad, el primer paso sería preguntarse cuál es la edad mínima para acceder a un celular inteligente y a una red social. Puso como ejemplo a Australia, donde el primer ministro dispuso que la edad mínima para acceder a las redes sociales sea a los 16 años. El parlamento de Inglaterra planteó el mismo camino. En tanto la Asociación de Médicos de Irlanda pidió al gobierno abordar el tema como «política de salud pública».
«Son ejemplos a nivel mundial de la necesidad de tomar decisiones. En Argentina, por ahora, el único foco está en la ciudad de Buenos Aires que prohibió el uso de celulares en los jardines y en la primaria (en secundario, es regulado por el docente de acuerdo a las necesidades de sus materias). Se tomó una decisión acertada poniendo límites a una problemática. No significa que la solución ya esté», manifestó Oyuela.
Sostuvo que «en la bolsa de las redes sociales, están metidos niños, adolescentes y adultos por igual. Nos impactan de la misma manera si no no habría adultos haciendo bailes de TikTok, al igual que los adolescentes». «La diferencia -planteó- es que un niño o un adolescente está en pleno proceso de desarrollo» y «si no son acompañados en tiempo y contenido, son presas fáciles de una adicción de lo que estamos viendo como el lado b: el bullying, el cyberacoso, el acceso a las apuestas on ine, la pornografia y la adicción propiamente dicha».
Las redes, definió esta psicóloga, «viene a manifestar que somos seres sociales que necesitamos de la mirada de otros para avalarse y que somos super frágiles. No las minimizo como puente comunitcativo: hay muchas relaciones en la vida virtual que terminan siendo reales». Ejemplificó que mucha gente conoce pareja a través de app de citas, otras las utilizan para comunicarse laboralmente o se forman amistades que se forman a partir de virtualidad.
«No todo es falso. Pero hay que estar lúcido y muy despavilado para poder entender que la red social está creada desde el conocimiento de la mente humana, la persuasión de la mente humana y tiene contenidos técnicos que la hace adictiva. Lo complicado es encontrar una regulación propia, el gran desafío de esta época», concluyó Oyuela.
Malestar social
Fonseca manifestó que se vive «un cambio profundo en la relación con el malestar social». Antes, planteó, «nos refugiábamos en nosotros mismos como forma de protección, ahora ese refugio se ha convertido en una prisión de autorreproches».
En este sentido, citó al sociólogo francés Francois Dubet que postuló que «hemos pasado de una sociedad que entendía la pobreza como un problema colectivo a una donde el desempleo se vive como fracaso personal, la ansiedad como una debilidad y la depresión como una responsabilidad individual».
«Así, la individualidad, en su búsqueda de validación y seguridad, se encuentra ahora atrapada en una paradoja: mientras más se enfoca en sí misma, más vulnerable se vuelve a la ansiedad y la depresión», expresó.
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