Llegó desde Rosario, se enamoró de Neuquén y transformó la ciudad con sus vitrales
Vilma Chiodin dejó su huella en capillas, museos y casas de neuquinos.
Son las ocho de la mañana. Vilma está en el taller que levantó en su casa de Neuquén, una pequeña construcción de madera que le recuerda a la Patagonia argentina. Adentro, el sol atraviesa algunos vitró que ella misma realizó, proyectando reflejos en las paredes. En la mesa, se sienta frente a sus bocetos y revisa el diseño con el que está trabajando mientras prepara la clase que dará en su taller. Al mismo tiempo recuerda las grandes obras que realizó hasta ahora. «Cuando empecé con los vitrales iba probando, pero no sabía que iba a vivir de esto«, expresó a Diario RÍO NEGRO. Sin embargo, sus hermosas obras terminaron embelleciendo la ciudad a través de museos, capillas y casas de algunos neuquinos.
Vilma Chiodin nació en Rosario. Estudió psicología y mientras lo hacía se sumó a un taller de vitrales que realizaban compañeros. «Hice los seis años de psicología pensando que iba a ser psicológica«, relató.
Durante sus días de estudiante, aprendió técnicas de vitral de sus compañeros, quienes la introdujeron en este mundo artístico.
«Durante la carrera, trabajaba para otros, soldaba y limpiaba vitrales para pagarme los estudios», comentó. Sin embargo, no imaginaba en aquel entonces que este conocimiento le daría las bases para una carrera de por vida en el arte de los vitrales.
Cuando volvió a Argentina le ofrecieron irse a Cutral Có. El alma libre de la artista la llevó a la comarca petrolera y aunque contó que no fue una experiencia del todo agradable, le dio la oportunidad de adentrarse en el mundo de las artesanías con un taller de bijouterie mientras trabajaba en la Municipalidad de Plaza Huincul.
Su primera visita a la feria de artesanos de Neuquén fue un momento de revelación: «Dije, yo quiero vivir acá». «Era hermoso, la Avenida Argentina, con todos sus árboles y el río, era increíble«, detalló.
Sin perder tiempo, la artista metió su ropa y su talento en la mochila y se vino a la capital. Enamorada de Neuquén, relató entre risas: «me vine a vivir al balneario en una carpa hasta que conseguí una casa».
En ese momento, Vilma hacía piezas en serie para vender, algo que no le gustaba mucho. «Hablé con mis amigos de Rosario para que me cuenten cómo podía hacer vitrales acá. Viajé y me dieron una mano», contó.
«Yo sabía cuáles eran mis habilidades y aunque la gente me contrataba para hacer trabajos, no sabía que era lo que iba a hacer en la vida», expresó. Una exposición de la mano una amiga le trajo reconocimiento en Neuquén, mientras que cursaba los primeros años en la escuela de Bellas Artes de la ciudad.
Con el tiempo, su dominio en la técnica se profundizó y comenzó a trabajar en obras de gran envergadura. En 1983, realizó su primer gran proyecto para capilla Rayito de Sol. Después le encargaron la Sagrada Familia de Cipolletti y otros espacios religiosos.
«De ahí en más, cada trabajo era inmenso», describió. Sin embargo, fue la obra que realizó junto a su compañera Pilar la que más destaca por su impacto y tamaño. «Abordamos el proyecto del Museo Gregorio Álvarez. Eran 37 metros cuadrados de vitrales«, señaló.
Para Vilma, cada pieza es una obra especial con su diseño, su estudio de color, su concepto. Al ser un trabajo ornamental, todo tiene su elaboración, «nada se hace al azar». «Hay que estudiar también la vegetación, dibujar muchas plantas, dibujar muchas hojas, dibujar muchas flores», habló sobre la práctica.
Indicó que para ella la confianza que le dan las personas que le encargan alguna obra es fundamental, ya que es un trabajo muy personal y particular. «Cuando me dicen hace lo que quieras, es muy importante para mí», expresó.
Con alma de artista, Vilma también hizo teatro, sin embargo, dijo que «hay que hacer malabares para vivir de eso». «El vitral es una cosa que a mí me permitía expresarme, ser creativa y divertirme, que me guste lo que estoy haciendo y que pueda vivir de eso«, señaló.
Actualmente, Vilma da talleres de vitró y hace proyectos particulares. También llevó adelante «Mujeres y Memoria»: el mural a cielo abierto que recuerda a las mujeres que han sufrido violencia de género, desaparecieron en la dictadura o han luchado por el Feminismo y los derechos de la mujer. Fue un proyecto impulsado por 15 artistas en el barrio Islas Malvinas.
La artista recordó su llegada a Neuquén y las obras que realizó en la localidad. Reflexionó: «Fui muy bien recibida y la verdad es que me da mucha alegría haber podido dejar algo de mí en la ciudad y en las personas».
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