Limpiavidrios que se la rebuscan en Neuquén: la complejidad de una trama social en crisis

Son parte de la economía informal de Neuquén. No están amparados bajo ninguna norma legal local, pero el municipio reconoce qué algo hay que hacer. Se ganan el “mango” para la comida del día. Su actividad no es “ilegal” de acuerdo con las reglas que rigen en la ciudad, pero están en la mira.

Desde el municipio aseguraron que su actividad no está regulada por ordenanza y tampoco puede ser sancionada.

En el último tiempo prolifera en la ciudad de Neuquén la cantidad de limpiavidrios en los semáforos del centro y de su periferia. La realidad social y económica actual de la Argentina y tal vez, la ausencia de políticas públicas oportunas y efectivas, hacen que esta situación por la que atraviesan miles de personas y sobre todo jóvenes, sea de compleja resolución.



La problemática tiene muchas aristas y se requiere de la búsqueda de un abordaje interdisciplinario. Diario RÍO NEGRO dialogó con varios chicos que se ubican en las esquinas de la capital para intentar conocer el día a día de sus vidas. El denominador común es que quedaron excluidos del mercado laboral formal por varios factores. Entre ellos, muchos debieron abandonar los estudios secundarios para “salir a ganar el mango” para ayudar en la economía familiar.
Unos pocos se animaron a reconocer que por “problemas con la cana, por tener antecedentes de delitos menores” y otros que no quisieron mencionar, “son rechazados en cualquier trabajo al que intenten presentarse”.


Y hay otros que ven en las esquinas una salida rápida para al menos conseguir unos pocos mangos para comprar la comida del día. Esteban tiene 23 años, es amable pero reacio a revelar demasiados detalles sobre esta actividad. Pudo contar que tiene un hijo de 4 años, “y hay que darle de comer”, dijo. Tiene estudios secundarios incompletos y se la rebusca desde los 15 años.
“Yo de chico aprendía a hacer albañilería y me sale bastante bien. Cuando nació mi hijo empecé a buscar changas de eso, pero no tenía las herramientas necesarias para hacer los trabajos. Un bidón de detergente se consigue a bajo precio en los mayoristas y ahí empecé con este trabajo”, comentó mientras esperaba su turno para ofrecer su servicio en una esquina de un barrio del suroeste de Neuquén.

El “Moncho”, tan flaco como la escobilla que utiliza para limpiar los parabrisas de los autos, comentó: “No es fácil esto. Nos dicen vagos y delincuentes, pero no lo somos. Estamos acá ganando unos pesos con dignidad. Esto no está prohibido, que lo ven mal sí, pero no está prohibido. Así que nos dejen en paz”.
Y en su testimonio aparece otra pata de esta problemática tan compleja. En la ciudad existen dos ordenanzas vigentes que prohiben el lavado de automóviles en la vía pública y el derroche agua por cuestiones ambientales. En el primer punto, la norma que sanciona el lavado de rodados en las calles no especifica prohibiciones o sanciones para el lavado de parabrisas como lo hacen estos chicos. Sí se aplica a la limpieza total del vehículo.

“Yo de chico aprendí a hacer albañilería. Cuando nació mi hijo empecé a buscar changas de eso, pero no tenía las herramientas”.

Esteban, un joven que la pelea a diario con detergente y la calle.


Quien confirmó esta situación desde el municipio de Neuquén fue el subsecretario de Medio Ambiente y Protección Ciudadana, Francisco Baggio.
“Yo no tengo dentro de mi competencia la situación de estos chicos . Las ordenanzas sobre el lavado de autos en la vía pública no los contempla. No podría comparar el lavado de autos con esto porque sería también notificar y sancionar a quien en una esquina, esperando el semáforo, activa el zorrino de su auto para limpiar el parabrisas. No es derrochar agua si lo haces con una botellita”, explicó el funcionario.
Y acá aparece otra punta del iceberg de una situación social que emerge en la ciudad y que nada tiene que ver con lo sancionatorio.

La realidad social y la responsabilidad del Estado en abrir el juego a alternativas para estas personas, a las que muchos catalogan como marginales, pero que en realidad, son excluidos del mercado laboral formal, será parte del desafío que deberán encarar las autoridades.
Al respecto, al inicio de la gestión del intendente Mariano Gaido, cuando el mercado informal de los “trabajadores de las esquinas” comenzó a visibilizarse un poco más, desde el municipio se ordenó la realización de un relevamiento para saber cuántos eran, en qué condiciones socioeconómicas se encontraban, cuál era la realidad familiar y sobre todo, poder determinar en qué situación se encontraban dentro de esos grupos familiares que vivían de la economía de la calle, los hijos menores de edad.

Según se supo en estos días, el relevamiento está finalizado, pero no trascendieron datos concretos. Sí se conoció, extraoficialmente, que en la actualidad se está trabajando desde la secretaría de Capacitación y Empleo de la municipalidad de Neuquén, en el diseño de un proyecto de implementación de cursos de formación para brindarle a este grupo poblacional alternativas para llegar a la inserción real en el mercado laboral formal.
Se trataría en principio, de cursos de oficios y de gestión de microemprendimientos, propuestas que aún se están trabajando en el seno del Estado municipal.
Desde la municipalidad, confirmaron que “está garantizado un cupo en cada formato de capacitación, pero depende de ellos el ingreso”.



Según publicaron en agosto pasado desde el municipio, hay 1.800 jóvenes que fueron incluidos al mercado laboral formal a través de estas capacitaciones, pero no determinaron la cantidad de personas que pertenecen a ese universo de calle.
Baggio aseguró que frente a ésta realidad, se está trabajando en propuestas más integrales, donde el abordaje va a ser desde distintas miradas.
¿Qué podemos aportar para ayudar y resolver esta realidad que no escapa a una situación a nivel nacional muy compleja? ¿Qué podemos hacer desde el municipio? Son preguntas que vienen desde el Estado municipal. Aseguran que se están encargando y no habría por qué dudarlo.
En la calle hay voces disidentes o al menos poco esperanzadoras.


Nacho va a cumplir 30 años en pocos días, el 22 de octubre cuando Argentina elija su próximo presidente. Es papá de tres niños menores de edad. Hace tres años que le busca la vuelta a la crisis en una esquina de un barrio del este sur de la ciudad. Por día, junta apenas para los alimentos del día. Su pareja se dedica a vender comida y percibe las asignaciones del Estado nacional. Y aún así no llegan a fin de mes.
“Limpio vidrios en las esquinas. ¿Te parece un trabajo sucio?”, preguntó e inmediatamente respondió. “Para mí no. Llevo el mango a la familia. A mí que no me la cuenten”, agregó antes de empezar a darle claridad a un parabrisas con restos de polvo, por el cual le dieron 100 pesos. Lo ganado en una jornada completa, es tema aparte.
Consultado sobre qué quería decir con eso de que no se la cuenten, respondió: “Vos tenés un trabajo y un sueldo todos los meses. Yo no”.
Y por ahí vino otra pregunta sobre la oportunidad de sumarse a los cursos de capacitación en oficios que ofrece el municipio para obtener otras herramientas. Se sumó “El Negro” que más decidido respondió: “Algunos lo hacen y está buenísimo, pero hay otros chabones que no tiene su DNI y no lo pueden hacer”.

En otra esquina, Carlos ofrece limpiar el parabrisas con un discurso, que si se quiere es “divertido o al menos bajas la ventanilla para escucharlo”. Pero no siempre eso está bueno.
Los encuentros entre limpiavidrios y conductores no siempre transcurren por los carriles de la amabilidad. Ni de un lado, ni del otro.


Llegar a un semáforo en rojo y esperar esos 30 segundos como mínimo, son momentos en que el automovilista siempre se puede encontrar con un trabajador de la calle y las relaciones entre ambos no son siempre “tolerables”.
“Nos miran mal y eso no es lo más importante. Pero tiene actitudes horribles porque creen que somos todos delincuentes y no lo somos. Nos sacan cagando por las dudas”, contó “El Pelusa».
Algunos reconocen que existen limpiavidrios, a los que ellos insisten en llamarlos “trabajadores”, que son poco tolerantes a la reticencia y el recelo de los automovilistas por catalogarlos como “delincuentes”, pero según afirmó Nahuel “sepan que no somos eso. No estamos saliendo a robar. Estamos buscando el mango”.

1.800
jóvenes se capacitaron en programas del municipio. No informaron cuántos de ellos trabajan en la calle.


En la esquina donde estaba este muchacho, con el semáforo en rojo, estaba Augusto en el auto con su familia. Habilitó que le limpiaran el parabrisas. Le “tiró 200 magos” por tal tarea.
Los tres foquitos volvieron a ponerse en verde. Y de nuevo en rojo y ahí fue Nahuel nuevamente. El conductor en primer lugar de la fila fue el primero en recibir el ofrecimiento del servicio. Venía con la ventanilla abierta porque hacia calor pero la subió. Y detrás del vidrio le hizo señas con su dedo que no! “Pasa en la mayoría de las veces, pero nada. Esta bien. Que se cague”, dijo el limpiavidrio.


Ahora vamos al otro plano de esta historia. Los conductores. Tienen miedo y los estigmas operan de una manera, que en esta relación de “desigualdad” se trasluce”.
La mayoría de los automovilistas que accedieron a hablar con este medio, apuntaron a una actitud “patoteril” de los limpiavidrios. El resto confesó tener miedo a un asalto. Otro, los menos dan una mano con unos mangos.


“En una semana de trabajo ni quisieras llevas a un kilo de carne”


Las familias que viven de esta alternativa laboral, no llegan a juntar el dinero necesario para llevar a la mesa de sus casas una comida con los ingredientes básicos para la alimentación nutricional vital de sus hijos, en pleno crecimiento.

Daniel pasa horas en una esquina del oeste de la ciudad todos los días de la semana. Al igual que Pablo y lo mismo hace Patricio.
Se les preguntó cuánto se llevaban por día a sus casas por día. Y los número no dan.
“Si estamos todo el día le sacamos unos 500 magos con gente de onda. Pero eso no siempre pasa. Por lo general, la gente no te tira una. Te dan monedas!”, contó Nano que se la “busca” como puede en una esquina del centro de la ciudad.


Según los testimonios recolectados por este medio, los limpiavidrios hacen en promedio un “sueldo” mensual de entre 7.000 y 8.000 pesos.
“Es mucha plata. Claro que lo es. Pero si pagas el alquiler de la pieza donde vivimos, las cosas que te piden en la escuela de los pibes, cómo llegas a fin de mes”, relató Marcelo, un papá de un niño en edad escolar.

El oficio del limpiavidrio no deja ganancia. Ellos Lo cuentan.
“Yo llevo a casa en mis mejores días 2000 pesos. Pero somos una familia con tres niños y si tenemos que comprarles zapatillas, podemos?”
Las formas de “rebusque” de estas familias son las ferias de usados, el trueque y la solidaridad con otras familias que se van donando ropa, artículos varios e incluso, en algunos casos tiene un sistema solidario entre ellos de economía rotativa.
Lo que a mí me sobra te lo doy a vos a cambio de algo que yo necesito”, dijo Teodoro. «Y si lo que sobra es un carrito porque el “gurí” creció a cambio te doy un guardapolvo polvo blanco», ejemplificó.


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