La Patagonia me Mata: la historia de la criatura que llora en el Salado

Es conocido en la zona del paraje Nahuel Niyeu el llanto que se escucha de una niña que falleció al caerse dentro de un jagüel; y aseguran que también se escuchan los lamentos y gemidos de su madre.

Hay muchas leyendas tanto urbanas como rurales de niños que lloran. Tal vez la más difundida sea la del cuadro maldito del “niño llorón”, una obra plástica muy conocida del artista veneciano Bruno Amadio.
La “Llorona”, por ejemplo, es otra leyenda urbana muy conocida en México, pero lo más llamativo es que un pequeño niño rompe en llanto tras escuchar la historia de la mujer que perdió a sus hijos y que se convirtió en un alma en pena. Y al ser interrogado dijo que “lloro porque la Llorona no encuentra a sus hijos y yo la quiero ayudar”.


Nuestra provincia de Río Negro, como no puede ser de otra manera, también tiene un rico venero muy importante de leyendas y de tradiciones orales que cuentan sucedidos mágicos o fantásticos.
Es conocida en la zona del paraje Nahuel Niyeu el llanto que se escucha de una niña que falleció al caerse dentro de un jagüel; y aseguran que también se escuchan los lamentos y gemidos de su madre.


Lo notable del caso se da que en el interesante libro del licenciado Ricardo Freddy Masera y su equipo “Bajo del Gualicho” en la recopilación de la narrativa oral de la región, un memorioso vecino relata su fantástica experiencia, pero en la zona del Salado.


Cuanta en primera persona que: “Yo una vez me asusté, pero no del Gualicho, sino que iba para Arrollo Salado. Nunca me olvido de eso. Yo iba cerca de un abra que hay también Paraje Sierras Cantoras), bueno, había una tapera ahí, no sé si existirá la tapera esa, el puesto Las Totoras, le decían… y salí de acá una tarde de a caballo, bueno, y… noche de luna clarita en verano, clarita”.


“Y me dio sueño, había una tranquera, antes de llegar a la tranquera había una punta de chivas, en el medio del camino… y bueno pasé la tranquera, pasé el caballo, yo vía tirar el… llevaba una manta me acuerdo, adelante en el cojinillo, le saqué el cojinillo nomás al caballo, lo tiré… ¡un calor hacía en el verano! Y ahí nomás… de repente me quedé dormido, enseguida nomás, y de repente el caballo pegó un bufido, me desperté y ¡bufaba el caballo! Y sentí como que lloraba una criatura… pero yo digo… no le di mucha importancia, como había una punta de chivas, hay un chivito… y me quedé escuchando y el caballo cada vez se asustaba más… ¡ah, miércole!, ¡por ahí no me gustó nada, parece que se me había parado los pelos! Je, No sé cómo hice para poner el cojinillo, apreté el recao, monté a caballo, fue cosa que hasta llegar a la tapera me siguió el llanto de esa criatura”.


Conjetura que “según dicen puede ser alguna criatura que la han enterrado por ahí o que está penando en vida, dicen, no sé. Eso sí, para mí era una criatura, calculo que un chivo no va a ir disparando detrás de mí, que haya balado hasta llegar a la tapera. No, si era una criatura que lloraba… para mí era una criatura”.
Hasta aquí el relato oral de un misterio más que se aposenta en el imaginario oral de la misteriosa meseta de Somuncurá, esta vez ambientada en el paraje de El Salado (antes Chasicó, o sea agua salada”.


Las leyendas de nuestro ámbito patagónico al igual que las mitologías antiguas, tratan de explicar de alguna manera los viejos interrogantes del hombre sobre la tierra. El porqué de sus dolores, su orfandad en el universo, el sentido profundo de la vida, la brevedad de la existencia y tantos oros absolutos que todavía no tienen respuestas.


“Los hombres y mujeres del Salado / saben de sinsabores y de olvidos. / Las viejas leyendas habitan en ellos / y en sus rostros sufridos / una postergación de siglos / habla de un presente pobre y efímero. Una majada de ovejas / una punta de chivos / y tras las lomadas algunos yeguarizos. / Corrales de pirca / bajo el horizonte infinito / y la piedra tan dura como su destino.
Los hombres y mujeres del Salado / serios y pensativos / conviven con las leyendas / de sus dioses caídos. Y esperan –ellos esperan- / el tiempo nuevo / de sus sueños colectivos”.


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