La Patagonia me mata: Cuando los duendes andaban por Jacobacci
Hubo una época, en esta localidad de la Línea Sur rionegrina, en que supo enseñorearse un duende que metía miedo. Algunos decían verlo en la estación del ferrocarril; otros, que solían encontrárselo en alguna que otra calle del pueblo o bien que se les colgaba de la puerta de los autos.
Las historias fantásticas, muchas veces acrecentadas por la credulidad y el temor de algunos, son recurrentes en casi todos los pueblos y se ponen de moda en forma similar a, por ejemplo, las oleadas de los vulgarmente llamados “platos voladores”.
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Hubo una época –yo la recuerdo- que estaban de moda todo lo sucedido con unos personajes llamados “duendes” y hasta algunas localidades promocionaban turísticamente esas apariciones, generalmente cuando tenías algún bosque lindero, que se supone es donde viven esos seres pequeños y sobrenaturales.
Valcheta, mi pueblo, supo tener el suyo, de barba blanca, que dormía por las noches en una alcantarilla cercana al barrio Usina, sobre la Ruta 23.
Pero donde se supo enseñorear un duende que metía miedo, fue la localidad de Ingeniero Jacobacci, en plena región sur de nuestra provincia.
El escritor radicado en dicha localidad, Gustavo Abel Di Crocce, en su último libro “Vidas de radio” rescata con su amena pluma un hecho acaecido con estos personajes fantásticos.
Cuenta Gustavo que “Hubo una época en Ingeniero Jacobacci en el que la habladuría popular hacía circular comentarios acerca de las misteriosas apariciones de un duende. Algunos referían haberse topado con él transitando alguna calle o atravesando las vías del ferrocarril”.
“Otros, en cambio, aseguraban que el diminuto hombrecito se les había aparecido sujetándose de la puerta de sus vehículos. Las narraciones de tales apariciones se hacían con tanta convicción que pronto generaron una psicosis en toda la población. Todos estaban alertas ante la posible aparición del “duende”.
“En aquellos años, la locución del programa nocturno de Radio Nacional se grababa con antelación y luego el operador de estudios se encargaba de ir ensamblando la voz del locutor con los temas musicales anunciados en la cinta. El último tramo del espacio que cerraba la programación de la radio estaba destinado a rescatar diversas creencias de distintas zonas de nuestro país. Los textos extraídos de la compilación realizada por un estudioso del folklore, contenías muchas veces diálogos protagonizados por quienes aseguraban haber sido testigos de apariciones de personajes sobrenaturales nacidos de la creencia popular. El locutor se encargaba de dramatizar esos diálogos imprimiéndoles los tonos propios de un radioteatro. Una noche, correspondió al relato de los duendes. El locutor venía narrando la caminata por la nocturnidad del bosque de un ocasional testigo. De pronto, ante la aparición fantasmal, gritó “¡Es el duende!”. El operador de estudios que se encontraba solo cubriendo el último turno, dio un salto que lo eyectó de la banqueta. Completó inquieto el programa. Apagó los equipos, luego las luces, cerró la puerta, y todavía obsesionado por vivida narrativa sobre el ‘duende’, se encaminó hacia su hogar. Pocas cuadras lo separaban de su domicilio, sin embargo, una noche cerrada, sin luna y sin alumbrado público a lo largo de la calle que bordea el predio de Radio Nacional, eran una inquietante combinación. Nadie más que él caminaba por allí a esa hora. De pronto, de entre las malezas, apareció un perro que se le abalanzó sobre los talones. El operador, sugestionado todavía por el relato y asustado ante el repentino embate del can, salió corriendo sin detenerse a mirar hacia atrás”.
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Hasta aquí el ameno relato de Di Crocce, sobre las misteriosas apariciones de duendes. En la avenida Río Negro, del Balneario Las Grutas, hay un duende de madera tallado por algún artesano que se enseñorea por el lugar.
Duendes, barcos fantasmas, casas embrujadas, salamancas, la media res, la mulánima y tantos otros, viejos mitos y leyendas que acrecientan el imaginario popular, como antes cuando en la época de griegos y romanos los “dioses del Olimpo” convivían con los hombres. El mismo sortilegio.
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