Hermanas y destacadas: la huella de las Medina Onrubia en Valle Azul y Neuquén

Empoderadas en su tiempo, vivieron aquí después de los años ‘20, donde Salvadora escribió uno de sus libros, antes de ser la primera directora de un diario. Carmen fue maestra rural, jueza, partera y una de las raíces que aportó a la familia Sapag.

Este 2024 se cumplieron 100 años de la publicación del libro que escribió Salvadora Medina Onrubia desde su estancia en Valle Azul. Poco divulgado, el vínculo con la región de esta referente, sirvió para conocer un entramado mucho más grande.

Las conexiones de la historia sorprenden y por eso cautivan. La curiosidad de la escritora valletana Ana Giovanini y el trabajo de archivo que hizo mucho antes la periodista jubilada Giselle Jensen en el el CEDIE (Centro de Documentación e Información Educativa), sirvieron para destacar años de un pasado dormido, en torno a estas protagonistas, que vivieron cuando sólo se destacaban los roles masculinos.

“Akásha” (término en sánscrito, que significa eter, cielo o espacio) es el libro de Salvadora que surgió de los años de inspiración en Río Negro, cuando vivió aquí esta escritora nacida en La Plata, también poeta, novelista y dramaturga (por sus guiones teatrales). Recordada por las ideas anarquistas y por sus aportes a la lucha por los derechos de las mujeres, en contra de los prejuicios, allí retrató la vida de Florencia Denise, una muchacha de la clase alta porteña que tenía entre sus ancestros, la sangre de su abuela, una “joven india patagona, casi pura, de color cobrizo”.

Salvadora y Carmen, juntas. Foto: Archivo CEDIE | Gentileza Álbum Familiar Alma «Chany» Sapag.

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De ésta última no se nombra la identidad pero sí los “anchos campos” que poseía y que “se extendían desde la cordillera hasta el mar”. Fruto de esa unión con un “francés aventurero” que se había internado “en el Sud” nació Eladio Denise, el padre de la protagonista en esa historia centenaria. Orígenes reprimidos, no contados, se sumaron en esa narración a las vidas superficiales de una clase social que sólo cuidaba las apariencias, detrás del juego, los viajes y las infidelidades. Enarbolando el derecho de las mujeres a elegir, Salvadora lo llevó al extremo, al permitir que el personaje de Florencia viviera una pasión con el candidato menos conveniente, desde una óptica muy alejada de la mirada conservadora religiosa, incluyendo el consumo de opio y la entrega de su propia vida.

Con todo eso en mente llegó esta autora al territorio de Río Negro, a la estancia que antes era conocida como “La Farruca”, propiedad de Tomás López Cabanillas, y que luego su esposo Natalio Botana, el emblemático fundador del diario “Crítica”, compraría para construir allí un bello chalet que todavía sigue en pie. Faltaba mucho todavía para que la zona se llamara “Valle Azul”, algo que recién pasó en 1971.

Salvadora, recuerdos de juventud.

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Para ese entonces eran sólo tierras en desarrollo, cerca de la estación ferroviaria “Julián Romero”, inaugurada en 1916, que funcionaba entre Chelforó y Chichinales, en el kilómetro 1079. Por eso, cuando Salvadora terminó el final de “Akásha” puso fecha (“Diciembre 18 de 1923) y como lugar, simplemente “Estancia La China”, porque con ese nombre bautizaron a esas hectáreas, en honor al apodo de su hija mujer, Georgina Nicolasa, la única entre tres varones: Carlos, Helvio y Jaime.

En la obra queda en evidencia algo de lo que Salvadora aprendía de su participación en la Sociedad Teosófica, fraternidad nacida a fines del siglo XIX, con sede en la India, que buscó “la sabiduría divina, oculta o espiritual”. Fueron creencias de moda en esos tiempos, cuando los grupos de académicos y de artistas buscaban el “pensamiento libre” y el abordaje del espiritismo, contradicción a la vez dentro suyo, porque el anarquismo es ateo y racionalista, según analizó su nuera Alicia Villoldo Botana. “Akásha” terminaría siendo publicado ya en los meses de 1924, con M. Gleizer Editor, en Triunvirato 537, Buenos Aires.

Carmen, ya en la vejez. Archivo CEDIE.

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Controvertida personalidad si las hay, con la que se puede acordar o no, lo cierto es que con su irreverencia Salvadora ayudó a poner en agenda la necesidad de transformaciones sociales que quizás hoy ven los frutos: el derecho de la mujer a la elegir, a opinar, a militar por sus convicciones, a su realización personal. Nacida en La Plata hace 130 años, el 23 de marzo de 1894, esta hija del matrimonio de Ildefonso Medina y de Teresa Onrubia, con ascendencia catalana, se crió en Entre Ríos y vivió en Rosario hasta que se mudó a Buenos Aires, donde fue la primera mujer en hablar en una manifestación pública, en este caso, contra la represión a los reclamos de trabajadores.

Por la huella que dejó, fue uno de los personajes históricos que la docente y escritora Ana Giovanini eligió para su libro “La Principessa y el contadino” (La princesa y el campesino), el que está a punto de publicar. Oriunda de Chichinales pero radicada en Villa Regina, esta autora indagó en todo lo que pudo sobre vida y obra de Salvadora, para hacerla dialogar con otros de su talla, en su relato que combina la historia regional y la ficción.

En ese exhaustivo trabajo, pudo saber que la esposa de Botana había tenido una hermana, Carmen Eloísa, apodada “Mane”, tres años menor. Lo que desconocía Giovanini y que se conectó para esta nota, es que del lado neuquino, el CEDIE había profundizado en esa segunda figura, por haber sido una de las tantas maestras rurales que hicieron posible la educación en los parajes del interior territoriano.

Giselle Jensen al frente de la investigación en libros históricos y documentos, averiguó más sobre el legado de “Mane” como maestra rural y el impacto de su descendencia. Es que la hija de su primer matrimonio con Juan Fausto Cavallo, Alma Teresa Natalia Cavallo, fue la esposa del intendente y senador Elías Sapag, cuñada de Felipe y madre de Jorge, estos últimos, gobernadores de la provincia en distintas épocas.

Alma, la hija de Carmen, junto con su esposo Elías Sapag. Foto: Gentileza Ana María de Mena.

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Con 39 años llegó Carmen a Aguada Las Cortaderas, según reconstruyó Jensen, cuando éste era era “un paraje en el que se divisaban unos cuantos ranchos de adobe y paja”. En uno de ellos funcionaba la Escuela Nacional N° 45, allá por 1936. Docente como Salvadora y como la madre de ambas, también había sido actriz de radioteatro y compartía con su hermana la amistad con figuras de la época como Alfonsina Storni y otros referentes.

Arribó designada desde Buenos Aires, como directora, por orden del Consejo Nacional de Educación, aunque ya en terreno terminó siendo todo lo que faltaba en el poblado disperso, como jueza de paz y partera. “Los niños que asistían al colegio eran parcos, porque venían de hogares donde se sufría la pobreza. Entonces “Mane”, el primer día de clases, les dijo: ‘Niños, lo primero que les voy a enseñar es a reír’. Ella tenía una empatía natural y un compromiso social muy fuerte, con lo que logró la confianza y el respeto de la comunidad”, afirmaron en el archivo del CEDIE.

En ese lugar Carmen dio forma a un internado, en el que alimentó diariamente a 50 niños, con los recursos que obtenía haciendo kermeses en Cutral Có, cercano a unos 20 kilómetros del paraje. Fue junto con Lucio, un inmigrante español, que lograron construir las nuevas aulas de adobe y piedra, que pintaron de distintos colores, con arcilla extraída de los cerros cercanos. También reemplazó la letrina por sanitarios, avance que resultó una novedad para los niños que nunca habían utilizado un inodoro.

Nacida el 20 de agosto de 1897, se volvió a casar en 1927, esta vez con Ernesto Cantoni, con quien tuvo tres hijos más: María Luz, Carlos y Luis. Su nieta, Alma «Chany» Sapag, fue quien aportó muchos de los datos difundidos por Jensen, que hoy tiene este legado entre sus archivos. En honor a su labor, la Escuela N° 272 de Cutral Co lleva su nombre y también fue homenajeada en la Legislatura neuquina.

Cuentan las anécdotas que siendo “Mane” la jueza de paz, ocurrió una vez que “una madre de ocho hijos no sabía el año de nacimiento de los niños y ella, en su afán por inscribirlos, le preguntó: ‘¿No recuerda algo del nacimiento que nos lleve a determinar el año?’. ‘Si’, contestó la mujer. ‘Recuerdo que nació un día jueves’». Y en otra ocasión, le tocó intervenir en una pelea entre dos hombres, que se agredían con armas blancas. Dicen que los separó “a golpes con una escupidera, quedándose con el mango en la mano”.

Salvadora, por su parte, después de los años de juventud, de haber salido adelante con su primer hijo como madre soltera, de haber dado clases (1910 – 1913) y de haber publicado sus escritos en medios gráficos como el diario de Gualeguay, “Pebete”, “La Protesta” y “Fray Mocho”, debió enfrentar muchas tragedias, como el suicidio de Carlos, el primero de sus muchachos, y el accidente teñido de sospechas de homicidio, que se llevó la vida de Botana, con quien se habían casado en 1919, a pesar de su defensa del amor libre. Sin embargo, eso no la inhabilitó, porque fue ella quien siguió dirigiendo a “Crítica” por años, convirtiéndose en la primera mujer en ese cargo también.

Con Natalio aún vivo, sufrieron la detención junto a otros periodistas por la dictadura de José Félix Uriburu, a la que habían dejado de apoyar, y debieron exiliarse a Uruguay. Pese a los pedidos por su liberación, Salvadora se animó a dirigirle una carta al presidente de facto, para rebajarlo. “Guárdese su magnanimidad junto a sus iras y sienta cómo, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio”, le dedicó, sin medias tintas.

Finalmente fue el gobierno de Juan Domingo Perón el que declaró al diario “Crítica” como su enemigo y lo terminó expropiando, recordó el historiador Felipe Pigna. Habían llegado a vender 800.000 ejemplares en cinco ediciones diarias.

Atrás en el tiempo quedó lo vivido en “La China”, aquí en la Patagonia, donde permanece la casona, llena de mitos, porque Botana la utilizaba para reunirse con figuras de la época. Atrás quedaron los vuelos que aterrizaron en la pista que hicieron construir, atrás quedó la cancha de pelota paleta, la piscina, la planta tomatera, una bodega y el sistema de riego.

La vendieron en 1947, a los hermanos Manzano, quienes en 1955 a su vez, la pasaron a manos de Manuel Gerardo Rebella y Jocobo Shilman. Estos últimos dieron inicio al proyecto de colonización de las tierras, y por iniciativa de Rebella, la localidad recibió el nombre definitivo, habilitada la comisión de fomento. Hoy el chalet forma parte del establecimiento “La Sureña”, de la familia Thurin, y está ubicado a 300 metros del casco urbano, dedicado a la fruticultura, a la ganadería bovina y porcina, según archivo de este medio de 2016.

Los que mantuvieron su trato, recuerdan a Salvadora como a esa mujer que amó a sus nietos y siguió en conflicto con sus hijos. Tampoco pudo superar nunca la repentina decisión de Carlos, hasta que terminó falleciendo en la tristeza, afectada por la batalla contra la leucemia, en Buenos Aires, el 21 de julio de 1972, con 78 años. Su hermana Carmen había partido dos años antes.

Los restos de la “Venus Roja”, por su color de pelo, descansan en el Cementerio de la Chacarita. En un fragmento de una poesía suya, de 1918, opinó: “Cuando era pequeña/ en cosas creí/ tan encantadoras…/ jugando y soñando/ pasaban mis horas/ y yo me decía:/ el mundo es así. (…) Pero al que pide luz/ como yo pedí/ al que abre al ensueño/ las almas cerradas/ lo clavan a un leño/ como al Nazareno/ El mundo es así…”


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