Gerardo «Tata» Aguayo y su vida bajo el agua: de buzo marisquero a científico y fotógrafo subacuático

Es de San Antonio Oeste y hoy está a cargo del monitoreo de la marea roja en las zonas de pesca.

Con 49 años, Gerardo «Tata» Aguayo pasó gran parte de su vida sumergido en las profundidades del mar. Primero como buzo marisquero y ahora, como buzo científico y fotógrafo subacuático aficionado.

Sus primeros pasos en el buceo fueron en 1996 y el entusiasmo fue tal que decidió estudiar la disciplina hasta alcanzar el certificado de buzo profesional en tareas de pesca. En 2008, este hombre oriundo de Puerto Madryn se radicó en San Antonio Oeste al recibir una propuesta de empleo como pescador artesanal. Nunca más abandonó ese rincón rionegrino.

Solo hay dos lugares en toda Argentina donde se pescan mariscos en forma artesanal: en el Golfo San José, en Chubut, y en el Golfo San Matías, en Río Negro. «Se usan unas lanchas artesanales que no pueden tener más de 9.90 metros de eslora -por la ley de pesca artesanal; de otra forma, pasaría a ser industrial- que llevan a un marinero, junto a dos o tres buzos», comentó.

Gerardo Aguayo empezó a bucear en 1996. Foto: gentileza

Las tareas de Aguayo arrancaban a las 6, con la salida del sol, y una detallada programación del buceo, el tiempo de permanencia y descompresión. «No vas al ‘tun tun’ porque hay que analizar las profundidades en las que vas a trabajar, el estado de la marea -si sube o baja- y el encargo de mariscos que tengas, sean almejas, caracoles, cangrejos, panopeas, cholgas, vieiras o mejillones. Además, no es lo mismo bucear a 18 metros que a 12 metros», detalló.

Una vez que se llega al lugar de pesca, se realiza un rastreo para controlar que sea apto y tenga la cantidad de mariscos necesarios. «Se coordina con el marinero la profundidad, el tiempo de buceo y el tiempo de descompresión. Con esos datos, se inicia el buceo y el marinero deberá avisar cuándo termina la jornada», explicó.

Detalló que se emplean salabardos, unas bolsas de red que se cuelgan al cuello del buzo y a donde pone los mariscos que pesca. «Cuando termina esa parte del trabajo, el buzo sube muy lentamente, hasta unos seis metros de la superficie, donde hay un cabo colgado que deja el marinero como señal. Una tabla marca el tiempo de descompresión (se libera el nitrógeno en sangre que nos queda durante un buceo profundo)«, agregó Aguayo.

Es fotógrafo subacuático aficionado. Foto: gentileza Gerardo Aguayo

Cuando finalmente llega a la costa, un camión habilitado por Senasa carga la mercadería hasta la terminal pesquera donde se hace un control de calidad rumbo al destino final.

Luego de tantos años de pescar de manera artesanal en el mar, Aguayo decidió archivar su equipo de pesca debido a la crítica situación de la actividad en la provincia. «Estaba complicado salir a pescar por un problema de oferta y demanda. El único que se beneficia es el empresario que baja los precios y desvaloriza el trabajo. Me costó digerirlo después de tantos años, pero preferí dar un paso al costado», lamentó.

El cierre de esa etapa implicó el comienzo de otra. Aguayo ingresó como buzo científico en el Instituto de Biología Marina y Pesquera Almirante Storni, del Departamento de Ciencias Marinas.

«Nunca dejé de estar en el agua»

Este año, luego de presentar «una carpeta» ante la Subsecretaría de Pesca y Producción de Río Negro, Aguayo fue contratado de inmediato para formar parte del equipo que realiza los monitoreos de la marea roja. Desde entonces, está abocado a la toma de muestras en diferentes zonas de pesca y producción.

La marea roja es un fenómeno natural que se produce tras la explosión de unas microalgas que son productoras de toxinas. «Al marisco no le hace nada. Ellos comen esa microalga y la tienen en su intestino. Pero es una toxina paralizante para el humano. Hace unos cuatro años que la marea roja no aparece en esta zona, pero podría aparecer y en ese caso, se cerraría el golfo«, argumentó Aguayo.

Es fotógrafo subacuático aficionado. Foto: gentileza Gerardo Aguayo

Tres veces a la semana, los buzos científicos recogen muestras que son enviadas a un equipo de biólogos que las analizan en laboratorio y controlan que «el marisco no tenga la enfermedad». Este monitoreo es un requisito del Senasa.

«Sacamos entre 80 y 120 individuos de especies, según lo que nos piden. De dos lugares tomamos muestras de cholgas y almejas blancas y, por otro lado, hacemos muestras de agua del fondo, de la superficie y de la columna para evaluar la calidad y saber si aparece marea roja», puntualizó.

25 años de trabajar en el agua

Este buzo jamás perdió el interés por la curiosidad. Desde el primer día, supo que su vida estaría centrada en la búsqueda de «cosas nuevas». Por eso, más allá de los requerimientos de su trabajo, aprovecha para explorar lugares que no conoce.

Hace un tiempo, aprovechó una visita familiar a Villa Traful para recorrer los rincones del «bosque sumergido». «Me llamaron la atención las almejas de ese lugar que son longevas, de unos 120 años. En el mar, el marisco más longevo que sacamos tiene 60 o 70 años. Pero además, es impresionante la visibilidad: podías ver desde la embarcación qué había a 20 metros de profundidad», describió.

Gerardo «Tata» Aguayo nació en Puerto Madryn y tiene 49 años. Foto: gentileza

Para Aguayo sumergirse en el agua es como una especie de terapia. «Alguna vez, en una charla con estudiantes, me preguntaron si me daba miedo. Les expliqué que siento más miedo a los perros de la calle que al mar. Si sos respetuoso y cuidas el medio ambiente, no hay peligro», recalcó.

Mencionó que tiempo atrás, se topó con una orca «frente a frente»: «La orca me abrió la boca y me mostró dientes. Le tiré un beso. No pasó nada. El agua me da paz. Descargo todas mis frustraciones ahí«, manifestó.

Describió al buceo «como un viaje de ida»: «Me tiro al agua y no sé con qué me voy a encontrar. Es un explorar todo el tiempo. Un ensayo permanente».

Es fotógrafo subacuático aficionado. Foto: gentileza Gerardo Aguayo

El registro fotográfico del mar

Aguayo se abocó a la fotografía subacuática 20 años atrás. Durante muchos años, esas imágenes no lo convencían y terminaban frustrándolo ya que salían fuera de foco, sin colores o con mucho verde. Pensó que era la máquina. En pandemia, hizo un curso de fotografía y entendió que el problema «no era la herramienta sino la falta de iluminación».

«En el agua, perdés colores. Entonces, empecé a usar flash o linterna para poder captarlos. Empecé a disparar para todos lados hasta que mi maestro me dijo que me olvide de los lobitos marinos y las ballenas. Que tomara nota de otro registro: lo que no todo el mundo puede ver«, describió.

En el último tiempo, un instituto de Canadá lo contrató para realizar un registro de caballitos de mar y otro organismo de Sudamérica le solicitó que registre el trabajo de un biólogo en el mar.

Es fotógrafo subacuático aficionado. Foto: gentileza Gerardo Aguayo

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