Estefanía Wiersma revoluciona la moda en Neuquén: imprime telas en 3D y cose prendas únicas

Su objetivo es evitar la contaminación ambiental.

Estefanía Wiersma es diseñadora indumentaria en Neuquén y ejemplo de innovación. Desde hace menos de un año diseña e imprime sus propias telas en 3D. Y esta es su historia:

Si la vida de Estefanía Wiersma sería una película de Hollywood, comenzaría así: ella con 15 años, en el dormitorio de la casa de su abuela en Buenos Aires, revuelve el placard y encuentra una pollera, de esas de largo intermedio entre las rodillas y los tobillos. La levanta, la acerca a la ventana, observa el verde, el cuadrille liviano que tiene. Se la apoya en el pecho y se mira al espejo. Asiente. La cámara la acompaña hasta la máquina de coser. Un fast forward la muestra tomando medidas, cortando tela, hilando y cosiendo. La luz entra por la ventana y le da un aire angelical. Finalmente, ahí, enfrente, tiene una blusa, un strapless. Lo que antes era una pollera, ahora es una obra de arte. La observa, sonríe, la levanta con sus dos manos y dice: “nunca me vestiré igual al resto, juro hacer siempre piezas únicas”.

Así fue, con algunos matices, el comienzo de la vida de esta diseñadora indumentaria: nació en Neuquén, vivió en Plottier y desde hace un año y medio en Villa La Angostura. Con ella, mudó a sus dos hijas y a su marca: Teff, que nació en 2012. Desde los inicios, Estefanía tuvo dos objetivos con su marca: crear camisas, sacos, pantalones, remeras, que sean piezas únicas, que no haya otra igual. Y por el otro: evitar contribuir a la contaminación ambiental.

Sabe, y lo corrobora un estudio de la ONU, que la industria textil es la segunda más contaminante del planeta. Ese informe asegura que la industria de la moda es responsable del 20% del desperdicio total de agua a nivel global y también que la producción de ropa y calzado produce el 8% de los gases de efecto invernadero.

“A veces compramos una remera de modal, que es muy linda, pero que al poco tiempo se le hacen pelotitas y tarda siglos en degradarse. Las telas de poliéster algunas pueden durar hasta 500 años en degradarse”. Por eso, diseña y cose solo en algodón.

Vivir en el medio de la cordillera le reafirmó su incentivo por cuidar la naturaleza. Y fue así que conoció el FAB LAB, un laboratorio de fabricación digital, con réplicas en todo el mundo y que desde el 2022 – a través de la oficina de Empleo de la Secretaría de Gobierno de la Municipalidad – está en Villa La Angostura. En este espacio se desarrollan ideas y proyectos; se acompaña a emprendedores en el acceso al conocimiento y a los medios de producción digitales.

Primera blusa que imprimió Estefanía.

Ahí, Estefanía conoció máquinas que imprimen, programas que diseñan en 3D y su proyecto viró, se amplió. “Descubrí el mundo de la fabricación digital. Primero empecé imprimiendo los cartelitos de la marca, también botones, pero después empecé a experimentar con impresión de telas”. Y ahí fue que se le abrieron puertas de creatividad que antes estaban cerradas.

Con la primera tela que hizo en una impresora 3D creó una blusa. Blanca y rosa que se ata al cuello. “Es blandita, ruidosa, pero suave”, cuenta. De a poco fue probando distintos patrones. Imprimió uno parecido al crochet, turquesa, tornasolado, que se amolda a la figura del cuerpo. Después hizo otro. Ahora lo tiene en la mano y muestra que es flexible, elastizado. “¿Ves?”, estira, “este es ideal para hacer un vestido para ir a la playa”.

Estefanía está convencida que ese es el camino que tiene que tomar la industria indumentaria. “Estas telas tienen muchos beneficios”, dice y enlista: “no se le van a hacer pelotitas, no se van a desteñir, no van a manchar otras prendas y se secan inmediatamente”.

El material con el que imprime se llama PLA. “Se hace con el residuo de la papa, cebolla, el choclo, lo que no se usa, se convierte en filamento”, explica. Efectivamente, el PLA (ácido poliláctico) es un termoplástico fabricado a base de recursos renovables como el almidón de maíz, raíces de tapioca o caña de azúcar, a diferencia de otros materiales de la industria hechos principalmente a base de petróleo.

Y de a poco, su proyecto indumentario está girando a la impresión 3D. Ahora esta probando con nuevos patrones. “La parte difícil está en desarrollar un buen diseño para que sea algo usable, suave, liviano y que no sea incómodo”.

Experimenta y diseña diferentes patrones.

Hace algunos meses obtuvo un financiamiento de la Agencia Neuquina de Innovación para el Desarrollo (Anide) que le permitió comprar un láser, una impresora 3D y un lápiz, como si fuese un soldador plástico para unir las distintas partes que imprime.  “Tener las máquinas en mi casa me permite ir afinando detalles e imprimir. Puedo profundizar mucho más en el proyecto”.

La idea de Estefanía es extravagante, pero no imposible: “lo que yo quiero”, cuenta, “es que el día de mañana de una botella de plástico, que ya es basura, que no sirve para nada, se puedan imprimir prendas o accesorios. Y que sean productos lindos y usables”.

“Hay que ser más conscientes con las compras”, cierra, “hay que comprar solo lo que uno necesita y prendas que duren. Sé que es una salida a largo plazo”, se sincera, “pero hay que tomar medidas para reducir la contaminación ambiental”.  

Según la ONU, la industria textil es la segunda más contaminante del planeta. Por ejemplo, el rubro del vestido utiliza cada año 93.000 millones de metros cúbicos de agua, un volumen suficiente para satisfacer a cinco millones de personas.

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