«Es posible construir otro contexto dentro de la cárcel»: la enseñanza que deja un espacio para las infancias en un penal
Natalia Zlachevsky, de la dirección general de Ingeniería sin Fronteras, considera que la experiencia en una cárcel de San Martín, en la que las mujeres participaron del diseño y construcción de un nuevo lugar para visitas, es replicable en otros lugares.
La pared de colores, el banco que invita a sentarse y charlar, los juegos distribuidos que convocan a niños y niñas. Podría ser la descripción de una plaza, pero se trata de un espacio para las infancias en la Unidad 46 del Penal de San Martín, provincia de Buenos Aires. Se trata de un lugar refaccionado para que las madres reciban las visitas de sus hijos e hijas en un entorno adecuado.
Este proyecto contó con una particularidad: fueron las mismas internas del penal las que participaron en su diseño y construcción.
Natalia Zlachevsky es antropóloga social y cofundadora de Ingeniería Sin Fronteras, una asociación civil que desarrolla proyectos de ingeniería con enfoque de derechos humanos, y que lideró la iniciativa. En diálogo con RED/ACCIÓN considera que el modelo aplicado en este caso puede ser replicable en otros penales y que deja no solo un lugar lindo para recibir visitas, sino que fortalece los vínculos entre las participantes del trabajo.
—¿En qué aspectos del resultado final ves reflejado el conocimiento, la mirada y el trabajo de las mujeres presas que participaron?
—Hay cosas del proyecto que nacieron de talleres de codiseño, como que el espacio sea un lugar para caminar, que los arquitectos tradujeron poniendo senderos en el piso. De esa forma, se pueden tener conversaciones privadas y no estar hablando al lado de otra familia. También se evoca la atmósfera de una plaza. Aunque no hay tantos juegos porque ocupan mucho espacio, tiene una calesita y un banco. Otras características del diseño que surgieron de los talleres participativos fueron que los juegos están separados por espacio (es decir, que haya algunos para más chiquitos y otros para más grandes en distintos sectores), y que todo el mobiliario sea móvil.
—¿Creen que es replicable en otras cárceles?
—Creo que es súperreplicable en otras cárceles. No va a ser el mismo espacio el que surja, claro. Siguiendo la lógica del diseño participativo la idea es que la voz de las mujeres que conocen a sus niños y visitas participe y eso se refleje en los diseños. El concepto es hacer un espacio agradable, amoroso, que dé ganas de estar ahí. Básicamente lo que aprendimos con eso es que no es algo imposible.
—¿Cuáles fueron los desafíos de trabajar con ellas?
—Uno de los desafíos a lo largo del tiempo fue que no se trabajaba siempre con las mismas mujeres, por la rotación que hubo en cuatro años desde que empezó la idea hasta que se pudo ejecutar. Sin embargo, cuando llegó la ejecución el mismo grupo comenzó y termino la obra.
—¿Qué aprendieron desde Ingeniería sin fronteras de este tipo de iniciativa?
—Un montón de cosas. Sobre todo, a sostener y perseverar nuestras ideas, que el resultado final siempre supera los que proyectamos.
—¿Cómo ves el impacto que este espacio está teniendo en las visitas a las madres?
—Por lo que relevamos, la experiencia del encuentro y de la visita se modificaron. Hay casos de chicos que no querían ir a visitar a sus madres o familiares o que iban llorando y hoy van a jugar.
—¿Qué creés que le deja a la población carcelaria en general, más allá del vínculo madre-hijo?
—Creo que deja un espacio que, con su belleza y con la forma en que fue construido (colectiva), genera bienestar y deja la marca de que es posible construir otro tipo de contextos dentro de la cárcel. También deja en las mujeres participantes una experiencia transformadora que modifica su vida cotidiana dentro del penal.
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