Es de Centenario y atravesó una odisea para llegar a la cima del Lanín: «Nunca más lo vamos a ver de la misma manera»

Junto a su equipo atravesó lo que denominó como la experiencia más “hostil” y extraordinaria de su vida.

Claudia llegó a la cima del Lanín con el cuerpo agotado y al borde de las lágrimas. La fuerza del viento helado que la persiguió durante toda la subida la dejó sin oxígeno. Sin embargo, esto no logró opacar la maravilla del paisaje que se desplegaba ante sus ojos: un horizonte interminable de cumbres nevadas. Cada paso que había dado, cada ráfaga que la había golpeado y cada segundo de silencio cobraron sentido en ese momento. Se abrazó con sus compañeros y con el llanto incontenible expresó: «Nunca más vamos a ver al Lanín de la misma manera».

Clauda Villablanca es de Centenario y forma parte de la Escuela de Montañismo Club Stabile. Para ella, llegar a la cima del volcán Lanín no fue solo una conquista personal, sino también una experiencia transformadora que redefinió sus límites físicos y emocionales.

Todo empezó cuando una compañera de trabajo le dijo: ‘¿Nos anotamos?’. La mujer habia asistido a una reunión informativa de la escuela de montañismo y pensó que la actividad le gustaría a Claudia, que no dudo y se sumó al grupo. «Convencí a mi marido para que me acompañara y en abril comenzamos con los entrenamientos”, cuenta recordando cómo tomó forma aquella primera decisión.

Fue el profesor Lucas Puerta quien los guió en esta travesía. A Claudia y al equipo conformado por Jorge Duran, Emilce Aiello, Pablo Egea, Gabriela Pailacura y Victor Loncoi.

Al principio, la idea era simplemente explorar una actividad nueva, algo que les permitiera desconectarse del día a día. Ella estaba asistiendo al gimnasio, pero no estaba muy entusiasmada por lo que el cambio de aire fue ideal.

“Como entrenamiento comenzamos a subir algunos cerros de la provincia de Neuquén. El primero que hicimos fue el Auca Mahuida, y ahí estrenamos el viento real. Nos tiraba al suelo, y tuvimos que agarrarnos en cadena para avanzar”, recuerda entre risas.

El equipo escaló el Lanin el primero de diciembre. Foto: Gentileza.

Hasta ese momento no estaba en los planes escalar el Lanín. Solo había un compañero que estuvo decidido de hacerlo desde el primer momento. “El ánimo era distinto, porque no fue ese el objetivo al principio».

Sin embargo, la idea comenzó a germinar poco a poco y un día su profesor les hizo la pregunta: “¿Quién va a subir al Lanín?. Aunque ninguno estaba preparado para ese desafío algo se encendió y al unísono exclamaron: «nosotros».

Desde ese momento, la preparación se volvió más rigurosa. “Empezamos con el peso de la mochila y comprando la vestimenta adecuada, porque no es cualquier ropa la que se usa en estas condiciones». Durante el año también fueron subiendo cerros cada vez más altos, de casi 3200 metros.

El primero de diciembre llegó con excitación y determinación. El grupo comenzaría la travesía de escalar el volcán que ilumina la cordillera de los Andes con su cúspide.

La noche anterior, los guías ya les habían advertido: “El clima va a ser hostil”. Claudia recuerda cómo esa palabra caló en el ánimo de todos. “Nos molestó mucho que usaran esa palabra. Sentimos que era una manera muy fuerte de empezar”. El tiempo le daría la razón al profesor.

Claudia Villablanca. Foto: Gentileza.

El camino hacia los domos estuvo marcado por el viento blanco, granizo y falta de visibilidad. “Una ráfaga me voló con la mochila que pesaba 14 kilos, y no podía mantenerme en pie. Fue muy difícil llegar”, relata.

Cuando finalmente alcanzaron los domos llegaron exhaustos y lamentablemente el clima les impidió hacer las prácticas habituales con crampones. Allí, Claudia conoció a un bonaerense con quien compartiría una conversación reflexiva.

«Entre charla y charla nos dijo: ‘No sé qué nos llama tanto la atención de subir montañas’. Claudia le respondió: «una amiga mía dice que ‘la montaña sana lo que otros rompen’«. Y es verdad. La centenariense aseguró: «todos los que estábamos ahí teníamos algo que sanar”. Recordó los duelos de gente querida que murieron en la pandemia y situaciones particulares donde la depresión la golpeó de cerca.

Llegó la noche y se dedicaron a descansar y prepararse para el día siguiente. Cenaron temprano y a las 8:30 ya estaban durmiendo.

A las 2:30 de la mañana comenzó la aventura: los despertaron para el desayuno, y una hora después comenzaron a caminar. Era un paisaje «oscurísimo», la linterna era su mayor aliado y el viento soplando ambientaba la escenografía que era de película.

Todo pareció incomparable cuando vieron salir el sol. Para la montañista «fue inexplicable verlo desde arriba».

Si bien al inicio el viento no soplaba como el día anterior, a medida que avanzaban, las condiciones se endurecían. “El viento comenzó a cortar el paso, y uno de nuestros compañeros tuvo que abandonar. Eso nos afectó», relata recordando ese episodio.

Vieron salir el sol desde el Lanín. Foto: Gentileza.

Tal fue la sensación de incertidumbre que le preguntó a su profesor si era peligroso seguir en esas condiciones. «Me dijo que no, y pensé, bueno, voy a seguir”.

Claudia también enfrentó sus propios desafíos: “Me agarró mal de montaña. Me sentía mareada, con ganas de vomitar, y me dolía mucho la nuca. Pero sabía que era algo mental. Físicamente estaba bien”.

Las paradas que hacía el equipo eran momentáneas. Debían acomodarse los crampones, la ropa, comer algo rápido, hidratarse y seguir. El silencio abrumador los acompañó todo el trayecto. El viento era lo único que se escuchaba. «Desde las 3:30 hasta las 11:30 caminamos en un silencio casi total. No te da el oxígeno para hablar» explica.

A Claudia esa condición le trajo un momento de reflexión profunda. «Toda tu vida pasa por tu cabeza. Pensé que era algo que solo me había pasado a mí, pero después, hablando con los demás, me di cuenta de que todos habían sentido lo mismo”.

El tiempo no fue un factor importante para ella, es que asegura que no tenía ni un momento para pensar eso. «No podes ni ver que hora es ni sacar el celular porque se te congelaba la mano. Lo único que sabes es que tenes que seguir«.

A los 3500 metros de altura los guías le preguntaron a los escaladores si querían continuar. «Faltaban 240 metros, no era nada y aunque me sentía muy mal decidimos que íbamos a seguir».

Llegó la parte más difícil según la escaladora. La parte «de la canaleta». «Era la parte más empinada y con piedras. Si bien hay nieve, había piedras que si te resbalabas te podías golpear». Sin prisa, pero sin pausa, atravesaron esa parte complicada y comenzaron a presentir que la cumbre estaba cerca.

Llegaron a la cima al mediodía. Lo hicieron casi sin oxígeno. No solo por el cansancio físico, sino porque la vista desde arriba te quita el aliento. “Se ve el Tronador, el Villarrica y el mundo entero. No podíamos creer lo que veíamos».

Cerca de las 11.30 llegaron a la cima. Foto: Gentileza.

El equipo se abrazó y lloró en una atmosfera de conmoción total. Se quedaron y sacaron las fotos que podían hasta que el viento les enseño el camino de vuelta.

La bajada comenzó y luego de pasar la parte más complicada llegó el momento divertido: bajar en culipatín. «Todo el sacrificio de la subida quedó atrás”, aseguró Claudia. Ella describe ese tramo como uno de los momentos más entretenidos de toda la experiencia. “Usábamos bolsas para deslizarnos, y todo se volvía más rápido y liviano”.

Los obstáculos parecían haber desaparecido. Sin embargo, al llegar a los domos, se encontraron con una situación inesperada. “Había ocurrido un accidente», cuenta Claudia. Una persona se había quebrado haciendo culipatín.

Eso retrasó la salida y la preocupación de las familias de los compañeros que habían llegado a recibirlos fue lo más inquietante. «Nos esperaban a las 5 de la tarde, pero llegamos a los autos recién a las 8 de la noche”. Ese contratiempo no opacó los abrazos y la alegría de reencontrarse.

Ahora, a la distancia, Claudia reflexiona sobre lo que significó esta experiencia. “El Lanín fue un desafío físico y mental. Llegar a la cima fue un sacrificio enorme, pero todo cobró sentido». La escaladora asegura: Nunca más vamos a ver al Lanín de la misma manera». «Fue una experiencia realmente maravillosa y lo volvería a hacer un montón de veces».

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