En un pueblo del noroeste argentino, la desnutrición se combate con mucho más que alimento
La Asociación Civil Haciendo Camino trabaja junto a las madres de niños con desnutrición en múltiples áreas de cuidado, con foco en salud y el juego. Lejos de enfocarse únicamente en lo alimentario, brindan un proceso integral para crianzas con más herramientas.
Por David Flier
Un ritmo cansino marca las horas sobre las viviendas humildes en las calles de tierra en Herrera. Llevo apenas un rato en esta localidad a 150 kilómetros de la capital de Santiago del Estero donde viven 2.000 personas, y ya aparece la pregunta que pendulará sobre las próximas 48 horas: ¿cómo se cría en medio de la pobreza?
El contexto es desafiante: según el Ministerio de Salud de Santiago del Estero, el 31,1 % de los niños menores de 5 años de la provincia padecen desnutrición crónica. A su vez, la pobreza de los niños entre 0 y 14 años alcanza el 56,2 % según datos del primer semestre 2023 del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INDEC).
Las viviendas son precarias, muchas sin acceso a agua potable o saneamiento, y la desocupación o subocupación abundan. “Mi marido está de viaje”, cuentan casi todas las mujeres a las que visito. La mayoría de ellos son trabajadores golondrina: contratados por temporada por empresas rurales de otras provincias, se ausentan de sus casas durante varias semanas seguidas.
“La combinación de una atención integral del niño y niña a cargo de profesionales especializados y la capacitación de la madre en el cuidado cotidiano es la mejor estrategia para una recuperación psicomotora y en el peso y talla de los niños y niñas”, asegura Gabriela Rao, referenta técnica del Área de Estimulación Temprana de Haciendo Camino.
La ONG Haciendo Camino cuenta con 12 centros distribuidos en Santiago del Estero y Chaco, dos de las provincias argentinas más pobres. En ellos, el último año 1.646 niños (casi siempre hasta los cinco años) recibieron atención integral, 2.947 contaron con controles de crecimiento y 1.413 madres participaron en charlas de educación para la salud, recibieron acompañamiento familiar y lograron empoderarse al convertirse en agentes de cambio en sus propias comunidades. De esas madres, 120 asistieron al centro ubicado en Herrera.
Más de dos años. Ese fue el tiempo que pasó entre el último mes que Demir estuvo en el vientre de Cinthia Farías (31 años) y el día que recibió el alta nutricional. Durante ese lapso su mamá lo llevó regularmente al centro donde Haciendo Camino trabaja en la localidad santiagueña de Herrera con madres de chicos y chicas que sufren desnutrición. Ahí Cinthia no solo aprendió sobre la importancia de incorporar verduras, frutas y proteínas en la alimentación de su hijo, sino también a establecer un vínculo con él centrado en sus necesidades y mediante el juego.
“En el centro de Haciendo Camino hice la primera sabanita para mi bebé y su cambiador. También me enseñaron cómo amamantarlo y cómo empezar a darle de comer. Aprendí cosas que no sabía con mi primera hija —Ivana—, como evitar las gaseosas y jugos y, en cambio, darle muchas frutas”, me cuenta al salir de la consulta con Greta Willi, la nutricionista, quien le sugirió que Demir comenzara a comer con un plato más semejante al del resto de la familia.
Luego, se une al resto de las mujeres de miradas tímidas. Sus hijos e hijas más pequeños las observan desde el suelo, mientras que los más grandes juegan en la sala de jardín: un aula dentro del centro con juguetes donde una maestra jardinera los cuida y hace jugar. Las madres participan de un taller de manualidades, un espacio para fomentar la creatividad y en este caso hacen árboles de Navidad. Cada tanto, la nutricionista, la estimuladora o la acompañante familiar (encargada de la parte social), las llaman desde alguno de los consultorios para tratar cada caso individualmente.
Todas estas actividades forman parte del Programa Desarrollo Infantil en Familia (DIF), que trabaja con dos grupos: el de nutrición y educación temprana en casa (ETEC).
“Tomamos un modelo de atención integral de CONIN —la fundación argentina abocada a combatir la desnutrición infantil—. Es decir, brindar asistencia nutricional con acompañamiento social y estimulación temprana. Notamos que funcionaba que las madres tuvieran espacios como talleres de manualidades o de educación además de venir al control”, cuenta Cecilia Lecolant, directora del centro de Herrera, después de hacer el arroz con leche para la merienda en un intervalo de la jornada quincenal de ETEC.
“Los programas de Haciendo Camino no apuntan solo a realizar tratamiento nutricional, sino que además realizan un acompañamiento de las familias en sus hogares”, agrega Natalia Fernández, referenta técnica del Área de Nutrición.
Durante la jornada de tres horas, las participantes toman un taller en el que aprenden aspectos prácticos de la crianza en el hogar. Esta tarde es Lecolant quien lo dirige: les propone armar carteles para prevenir accidentes. Las hace pensar a partir de sus experiencias. No dejar medicamentos al alcance de los niños es una de las ideas que se les ocurren.
A cada reunión suelen citar a unas 19 mujeres, y en general asisten alrededor de 12. La mayoría tiene entre 20 y 30 años.
“Una vez que estuvo aceitado el programa de nutrición con la metodología integral, notamos que las familias con niños sin desnutrición querían seguir conectadas”, narra Lecolant.
Haciendo Camino sumó así el servicio de ETEC, que sigue una lógica parecida al de nutrición, pero con un mayor énfasis en promover la crianza positiva, un conjunto de prácticas centradas en el trato respetuoso y adaptado a los intereses de las infancias.
Durante la consulta de nutrición no solo se monitorean el peso y la talla de los niños, sino que se les explica a las madres sobre hábitos saludables, como consumir frutas de temporada. (Foto: David Flier)
Beatriz Gómez (26) tiene una timidez que no se ve en ninguno de sus tres hijos: Sebana (8), Valentina (6) y Gael (2). Juegan entre el interior y la entrada de la casa, rodeada de gallinas que se pasean como quien habita el territorio. Con los tres asistió al centro de Haciendo Camino.
Ella trabaja limpiando una iglesia. Su pareja, arma bolsas de carbón en el pueblo cuando no es trabajador golondrina.
“Participé en charlas y talleres de costura. Aprendí qué darles cuando están enfermos o tomarles la fiebre, por ejemplo. Me ayudó en el desarrollo de mis hijos”, cuenta. Sin embargo, no todo empezó bien: “Me costó adaptarme, pensé que iban a ser malos y que me iban a retar porque mi hija estaba baja de peso, que me iban a decir por qué no la llevé antes. Pero en lugar de eso me felicitaron por llevarla”, recuerda.
La confianza es un pilar importante para el trabajo de Haciendo Camino.
“Algunas están esperando conocerte para abrirse. Y les hace bien cuando nosotras, a veces, también nos abrimos y les decimos cosas como ‘a mí también me pasó esto’”, amplía Silvia Burgos. Ella es una de las referentes del centro de Herrera. “Me gusta cómo nos tratan y lo que nos enseñan sobre cómo se tiene que desarrollar un niño. Por ejemplo, aprendí a no sentarla tan pronto”, cuenta Fabiana Maldonado (33) tras repasar la lectura de una cartilla sobre la conducta del bebé. Su hija, Larisa, de un año y medio, mira retraída a un costado. Fabiana nos cuenta que acaba de dejar la teta.
No es casual que muchas mujeres encuentren en las profesionales y en otras madres que pasaron por Haciendo Camino a alguien en quien confiar. Según una evaluación de impacto de los programas de la ONG que llevó a cabo el año pasado la UCA, “el déficit de apoyo social percibido por las mujeres madres es mayor en el grupo participante porque no cuentan con alguien que pueda ayudarlas en la preparación de comidas, no tienen a alguien con quien hablar, o que las ayude con el cuidado de los niños”. Leo eso y el rostro cauteloso (acaso temeroso) de las mujeres cobra aún más sentido.
“A las madres les falta mucho conocimiento de sus derechos y los de los niños, y hacemos mucho hincapié en enseñarles eso, en especial mediante talleres y charlas”, profundiza Mendoza luego de haber tenido la entrevista individual con Gabriela. “Por ejemplo, trabajamos con muchas mujeres que sufren violencia de género: tratamos de empoderarlas, mostrarles que no es normal y que no deben permitir ciertas situaciones en sus casas”.
Además de colaborar con trámites (por ejemplo, con el municipio, la posta sanitaria o para obtener subsidios o documentos), desde el área social también se trabajan hábitos de higiene y seguridad. Aunque el programa no es exclusivo para mujeres, en la práctica, son las madres quienes asisten. Los padres suelen pasar gran parte del día fuera de la casa trabajando y está instalado que las madres se ocupan de la crianza. “Estoy tranquilo con que mi esposa y mis hijos vayan al centro”, me cuenta Mario, que tiene 27 años y es el padre de Alejo y Neythan. Es el único adulto varón que me cruzo durante las visitas a los hogares de quienes asisten al centro.
El horario de la siesta terminó hace un rato, pero el ritmo apacible en la zona rural de Herrera no se altera. Flavia Pérez (30) se excusa y se lleva una palangana con ropa que cuelga a unos metros. La esperamos sentada ante la mirada de Giovanni, su hijo menor de seis meses, y Romeo, el mayor, de 5 años, con quien Flavia comenzó a asistir a Haciendo Camino.
Carabajal, la referenta encargada de la visita, saca un burbujero para mostrárselo a Giovanni. Y Flavia trae la manta con texturas que armó para sentar a su hijo en el piso. Carabajal le enseña a Flavia canciones y le enfatiza la importancia de que el niño se mire en el espejo.
“El ABC de lo que queremos transmitir en ETEC es la importancia de jugar con los chicos, vincularse con el bebé, hablarle, prestar atención a sus necesidades. Vemos avances en las familias cuando tienen un espacio diario de juego y vínculo”, resume Lecolant.
“Nos enseñan a jugar y a disfrutar los momentos con ellos”, puntualiza Marisol Paz (24), la mamá de Neythan (15 meses) y Alejo (6 años). Fabiana, por su parte, cuenta entre risas que su hija Larisa “se mira al espejo y se hace la linda”.
Para varias, esta parte lúdica de la crianza es todo un descubrimiento. “Hay muchas mamás que nos han dicho ‘a mí no me jugaban’. Entonces hay que intentar hacer el clic, invitarlas a probar cómo le sienta al niño. Ahí se notan las diferencias”, señala Lecolant.
“Durante las visitas, se percibe cuando hay alguien más en la casa. Especialmente las suegras —me cuenta Burgos—. ‘Yo he criado así y así’ es la frase de cabecera de los abuelos”.
La pobreza y la subocupación de la zona no son los únicos desafíos a la hora de abordar la crianza de las infancias en pequeños pueblos de la Argentina. “Por un lado, quizás hay recomendaciones que chocan mucho con lo que la familia opina y no les convencen. No es que no crean que es correcto lo que proponemos, pero a veces pareciera que se ofenden cuando insistimos en algunos aspectos, como la importancia de la lactancia o de una alimentación variada”, opina Lecolant.
Lecolant también remarca que a nivel nutricional hay “muchos hábitos arraigados en la cultura local. Por ejemplo, la comida ícono es el guiso, que responde a una cuestión económica, porque con un pedacito de carne o unos menudos de pollo disfrazás la comida para toda la familia. Pero quizás con los mismos ingredientes se puede hacer algún plato menos sobrecocido o con una legumbre para hacerlo más nutritivo. Y en la merienda está muy instalado el mate cocido con bizcochos”.
Otro desafío de la organización tiene que ver con lograr una asistencia frecuente de las madres al centro. La falta de movilidad para trasladarse (muchas viven en casas alejadas) o el hecho de ocuparse solas de los hijos hace que muchas falten a menudo.
—Con estos días de humedad el piso está muy feo —responde la madre.
—Podés poner cartones en el suelo —responde Coria Olivera. También le pide que arme un móvil colgando distintos objetos para que el nene busque agarrarlo.
“La principal enseñanza que te dan es adaptarse a lo que hay. Tanto en las actividades como en las comidas. A veces nos piden incorporar un ingrediente que no tengo y me dan ideas para reemplazarlo”, me cuenta Flavia en su casa, después de colgar la ropa y a punto de desplegar la manta sobre la que va a jugar Giovanni.
Beatriz guarda otro ejemplo de cómo el modelo de atención integral adopta distintas formas. “Hacer las actividades de la cartilla me cuesta porque no sé leer ni escribir, pero me dijeron que si me olvido mande un audio”.
“Tratamos de buscar que el trabajo con cada familia sea artesanal. Nada de recetas prefabricadas de qué debe o no hacer la familia. Por ejemplo, no les vamos a pedir que compren carne de vaca los cinco días. Buscamos por ejemplo que reemplacen esas proteínas con algo de queso o huevo, o algo de legumbres”, explica Lecolant.
La directora del centro también cuenta que en ocasiones articulan con otras organizaciones civiles y estatales. Por ejemplo, con el Registro Civil, para tramitar DNI de niños y niñas que aún estaban indocumentados. O con la Posta Sanitaria, para completar el calendario de vacunación de quienes están atrasados.
Las fotos lucen como trofeos en ese consultorio. Al lado de la balanza y de la mesa donde Willi, la nutricionista, entrevista a mamás con sus hijos, se acumulan los pósteres con fotos de los niños y niñas que recibieron el alta luego de haber ingresado con cuadros de desnutrición, y con la talla y peso con la que ingresaron al programa y con la que recibieron el alta.
El impacto en la crianza es, a priori, menos medible cuantitativamente, dice Lecolant.
En el 2023, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA realizó una evaluación de impacto de los programas de Haciendo Camino. “Los programas evaluados tienen efectos positivos en aspectos estructurales de los primeros años de vida de un niño/a como es su peso, y aspectos del desarrollo como la capacidad de comunicación, expresión y resolución de problemas”, dice uno de los informes resultantes de la evaluación.
“Muchas familias remarcan que los chicos que participaron del programa tienen más facilidad o están más permeables a las actividades del jardín. Sobre todo, las que tienen hijos más grandes que no pasaron por el programa notan la diferencia”, dice Lecolant. Y pienso en Alejo, el hijo de Marisol, que me mostraba orgulloso la medalla que le dieron al terminar el preescolar. Y a su mamá contando cómo lo que aprendió en las cartillas y puso en práctica ayudaron al niño a destacarse en su salón.
Lo que dicen estos indicadores me lo repiten las propias madres durante las conversaciones espontáneas que mantenemos. También lo expresaron en la evaluación de la UCA cuando se les preguntó por la tarea de Haciendo Camino: “La evaluación en términos de satisfacción con el programa es excelente en un 33%, muy bueno en un 35 %, y bueno en un 29 %. Alrededor de un 2,6 % lo califica como regular o malo. Se rescata de la experiencia el haber aprendido aspectos del cuidado y estimulación del bebé (81 %), cuestiones vinculadas a la alimentación (66 %), aspectos del desarrollo del bebé (62 %), manualidades (58 %), cuidado de la salud (55,6 %) y en menor medida aspectos de la higiene, educación sexual y derechos humanos”.
Mientras caminamos junto con Lecolant por la calle principal de Herrera, la única asfaltada de la localidad, una mamá del grupo ETEC se nos acerca y le explica a la directora del centro que por la tarde no podrá asistir. Acuerdan que vaya al día siguiente, cuando están las mamás del grupo de Nutrición. Lecolant destaca: “Que las familias demuestren ese interés por asistir es una gran satisfacción”.
Horas más tarde, Flavia sintetizará por qué muchas mamás como ellas eligen mantener el vínculo con Haciendo Camino: “Es un lugar en el que nos ayudan con lo que cada una necesita, al que siempre podemos venir”.
Esta historia fue publicada originalmente en RED/ACCIÓN (Argentina) y es republicada dentro del programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ, International Center for Journalists.
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