Elisa: la joven de Neuquén que vive entre pinceles y andamios

Tiene 23 años y se dedica a la conservación y restauración de bienes culturales.

Elisa Gutiérrez tiene 23 años y restaura edificios culturales. Foto: Gentileza.

Elisa se sube al andamio a 15 metros de altura en el interior de la Basílica de San Francisco. Se acomoda entre columnas y molduras y, con las herramientas adecuadas, comienza con el trabajo de restauración. Con agujas y bisturíes se enfrenta al desafío de intervenir una pieza arquitectónica única sin alterar su aspecto histórico. «Amo lo que hago y disfruto mucho de la tarea minuciosa que es restaurar estas piezas», manifestó.

Elisa Gutiérrez tiene 23 años y nació en Neuquén. A sus 18 años decidió que estudiaría una carrera que pocos conocen, pero que sin dudas es de las más fascinantes e imprescindibles: la licenciatura en conservación y restauración de bienes culturales. Una disciplina que, más allá de su aspecto técnico, es clave para la historia, el arte y la cultura de nuestro país.

La decisión fue muy fácil, es que el arte formó una parte muy importante de su vida, el de su autodescubrimiento. «Desde chica me gustaba hacer manualidades y pintar, así que, sabía que mi vida iba a estar ligada al arte», aseguró.

Sin embargo, supo que no quería dedicarse a la producción, sino más bien a la preservación. «Me encantaba la historia, la ciencia, la química, y cuando descubrí esta carrera me enamoré», expresó. Tenía todo lo que buscaba«, comentó.

Se mudó a Buenos Aires para perseguir su sueño. Actualmente, cursa las últimas materias en la Universidad Nacional de Artes. Asegura que quienes estudian esa carrera son «el bicho raro», porque no está 100% dedicada al arte, sino que comparte muchísimo con otras disciplinas y ciencias duras.

«Tenemos mucha química porque tenés que saber desde cómo están compuestas las piezas hasta con qué herramientas las vas as trabajar», explicó. «También tenemos un montón de historia y sabemos de lo que es la tecnología de los materiales. Es una carrera que tiene un montón de aristas», agregó.

Un trabajo minucioso y exhaustivo. Foto: Gentileza.

En esta licenciatura los estudiantes aprenden el patrimonio arquitectónico y, para ella, «es super importante que haya un restaurador si se va a intervenir esas piezas». «También sabemos un poco de arqueología, prácticas de papel y de la evolución de los materiales», detalló.

Aunque en la UNA se enseña una visión integral de la restauración, Elisa se siente atraída por varias disciplinas dentro de su campo. “Me encanta la pintura de caballete, pero también disfruto mucho del patrimonio arquitectónico«, dijo.

Los trabajos en altura para Elisa son increíbles. Uno de sus primeros trabajos fue en la Basílica de San Francisco, a 15 metros de altura. «Un restaurador trabaja en la oficina, pero también tenés la otra parte de trabajar en andamio», expuso.

«Primero se hace un trabajo exhaustivo de documentación y fotografía para determinar qué deterioro tiene y que procedimientos se pueden realizar», relató. Luego llega el momento de intervenir la pieza.

«Se hace una limpieza mecánica con un pincel, es decir, sacarle el polvo superficial. Esto se le hace a las piezas que lo permiten porque hay algunos casos que son muy delicados», narró.

«Después, se sigue con la consolidación, que sería tratar de que todo lo que está medio suelto vuelva a su lugar«, explicó. En este momento se utilizan adhesivos o distintos tipos de pegamento, depende la pieza. También se busca que tenga una integridad más firme. «Con el tiempo las piezas se van desgastando. Todo envejece y se oxida«, detalló.

Por último, se pasa a la parte de reintegración. «Acá se reponen las partes que faltan para recobrar como esa imagen original que tenía», indicó Elisa. Agregó que todo este proceso se desarrolla en pinturas de caballete, arquitectura y mural.

«Lo interesante de la restauración es que siempre apunta a ser reversible. «Yo no quiero y ningún restaurador debería querer poner a algo en una pieza y que quede para siempre», señaló.

Para Elisa es “fascinante” su trabajo. «La gente te ve trabajando con una aguja y no puede creer que estés arreglando algo tan pequeño, siempre piensa -qué paciencia-«, relató. «Imagínate la dimensión de una basílica y el restaurador trabajando con una aguja o bisturí en estos decorados. Estás haciendo un trabajo muy exhaustivo», aseguró. Una tarea minuciosa, pero que sin dudas es monumental.

Elisa contó también de qué se trata la conservación. «Esta área tiene que ver más con el ambiente donde se guardan las piezas o con el ambiente de un edificio», dijo. El objetivo es optimizarlo para que la pieza dure el máximo tiempo en las mejores condiciones que pueda», explicó.

A lo largo de su carrera, Elisa también ha trabajado en la restauración de murales en la Basílica de Montserrat y la Parroquia de San Juan Bautista. “Cada trabajo tiene su propio ritmo, en algunos casos, con un enfoque mucho más acelerado», contó.

Elisa disfruta de la restauración en bienes culturales. Foto: Gentileza.

Además, agregó que la restauración no es un trabajo solitario, sino que tenés que estar en constante colaboración con diferentes profesionales, desde arquitectos hasta químicos.

A pesar de lo interesante que es su carrera, la joven aseguró que está invisibilizada. «Nos falta mucha profesionalización. Sería genial que existiera una colegiatura o algún tipo de regulación que nos otorgara más reconocimiento», comentó.

Actualmente, continúa con sus estudios en la universidad y algunas prácticas en el Museo Nacional de Arte Decorativo. Además, es ayudante de cátedra en la materia de pintura de caballete, su tarea favorita.

Con entusiasmo y dedicación, la joven neuquina avanza hacia su meta de convertirse en conservadora y restauradora de bienes culturales, al mismo tiempo que trabaja para que su labor, fundamental para preservar el patrimonio histórico y artístico, obtenga el reconocimiento y la valoración que merece.


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