El rincón de Bariloche donde los adultos mayores comparten alegrías y tristezas

El centro de jubilados Rosa Mosqueta, ubicado en una casa al sur de la ciudad, cumple 24 años.

No importa el momento del día. En los alrededores de la casa 22 del barrio Vuriloche I, al sur de Bariloche, se escuchan risas, música, charlas. La gente entra y sale constantemente. En ese lugar funciona el centro de jubilados Rosa Mosqueta que acaba de cumplir 24 años. No solo funciona como un lugar de encuentro sino que en ese rincón, los adultos mayores comparten alegrías, tristezas y la soledad se atenúa.

Durante tres años, Isabel Paz concurrió al centro de jubilados 22 de Julio, pero en un momento tomó la decisión de impulsar un nuevo espacio en su propia casa. «Nos vinimos a casa con un grupo de 14 personas. Algunos ya no están. Hoy quedamos solo tres del grupo inicial«, recordó. Su esposo vendió el auto y con ese dinero, construyeron un salón para que la gente pudiera reunirse. Hoy ese espacio congrega alrededor de 200 personas.

«Vinimos con mi esposo y mis dos hijos, solos, de Buenos Aires. La idea siempre fue juntarnos, compartir momentos con otra gente y conocer sus raíces, sus historias», relató Paz, una exdocente de la escuela 295 que hoy, tiene 78 años y las mismas ganas de siempre.

Recordó que, en el momento de la fundación de Rosa Mosqueta, solo había tres centros de jubilados; hoy hay más de 20. Las propuestas se multiplicaron. «¿Por qué Rosa Mosqueta? Porque nos da frutos, se defiende sola y nos da dulce. Todo lo que yo esperaba«, sintetizó.

Talleres de cocina saludable seguidos por un almuerzo, coros, tai chi, computación, folklore, clases de gimnasia, taller de memoria y una reunión semanal. Pero estas actividades solo son la excusa perfecta para juntarse. «Estamos todos iguales. Hablamos de la familia que quizás tenemos lejos, de los hijos, los nietos. Es un centro bien activo y muy alegre», definió la mujer que admitió que los domingos, sin actividad, son sus días difíciles. «Me siento muy sola, me agarra una tristeza inmensa. Mi esposo falleció hace seis meses y, esos días libres extraño a las chicas (así les digo, nada de abuelos). Tengo dos hijos que vienen, pero no es lo mismo», confió.

El centro celebra sus 24 años. Foto: gentileza

Paz reconoció que el centro de jubilados no es ajeno a la crítica situación económica del país. «Todos atravesamos más o menos lo mismo con las jubilaciones y las pensiones. Tratamos de conversar de todo lo que nos hace mal. Para no sentirnos tan solos. Hoy no alcanza para pagar la luz, el gas. Es terrible. Hay gente que tiene que alquilar y no le queda para comer», señaló.

Dijo que suelen recibir algunos módulos alimentarios por parte del gobierno provincial que son repartidos entre 15 o 20 personas -aunque la necesidad supera ese número-. El Pami también colabora. Pero la ayuda no alcanza.

Edith Cancino, tiene 70 años y se jubiló tiempo atrás. «Para mí este lugar es todo. Es un premio de la vida. Todos los martes nos juntamos y charlamos, nos reímos, nos tomamos el te y nos contamos nuestras vida. Surgen todo tipo de anécdotas», subrayó.

Martina Cristóbal, tiene 76 años y desde hace 8 concurre al centro de jubilados. Llegó a partir de una consulta a la podóloga que atendía por Pami. «Hago casi todo: folklore, coro, cocina. Hace un tiempo, tenía muy mal a mi mamá, llegaba al centro y era otra cosa: me sentía bien con ellos», señaló.

Un día, a Guadalupe Sepúlveda la invitaron al centro y logró conocer a «mucha gente amena»: «Todo esto nos ayuda mucho. Somos muy unidos. Si te pasa algo, todos se preocupan y te ayudan».


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