El ribereño que se gana la vida con el filo de los cuchillos
Javier Loncoñanco vive a metros del río Negro en Roca donde fabrica sus cuchillos que envía por todo el país. Cuando se quedó sin trabajo en pandemia, se reencontró con el arte que le enseñaron su abuelo y su padre.
Sobre el trozo de una sierra bastante usada Javier dibuja la hoja de un cuchillo. Su taller está en Roca, a unos metros del río Negro.
El ribereño luego de cortar con la amoladora la pieza, le da filo y la pasa por la máquina lijadora. Tras varias terminaciones toma un poco de madera reciclada y fabrica el cabo.
El resultado después de cuatro horas de trabajo será un cuchillo artesanal ideal para el labor del campo o bien para disfrutar de un asado.
En medio de la pandemia del coronavirus, cuando se había quedado desempleado, Javier Loncoñanco se reencontró con el arte que le había enseñado su padre Paulino y que también le había transmitido su abuelo Ignacio Farías.
El hombre que vive en Paso Córdoba, al sur del río, había trabajado durante 20 años para una empresa frutícola que quebró antes de la estricta cuarentena.
Pero no se quedó con los brazos cruzados. Un día fue a su pequeño taller y vio un pedazo de acero al carbono. Tomó las pocas herramientas que tenía y en cuestión de unas horas terminó su primer cuchillo artesanal. Lo publicó en su cuenta de Facebook y lo vendió ese mismo día. “Acá hay algo bueno que me va a ayudar a salir adelante”, expresó con seguridad.
Desde entonces fabrica varias piezas que vende, la mayoría para trabajo de campo, hacía distintos puntos del país como Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba.
“Empezó como un hobby pero nunca me pude dedicar a esto por miedo al fracaso. Después me casé y cuando formé mi familia empecé a trabajar en una empresa frutícola”, contó.
Ahora trabaja en su casa perfeccionado las técnicas que heredó de su familia e incorporando maquinaria.
“Hace poco tomé un curso que brindó el municipio y recibí financiación para poder conseguir las máquinas. Siempre lo hice en forma manual, pero las terminaciones no eran igual por la falta de maquinaria”, señaló.
Con el nuevo equipamiento ha podido aumentar la producción y cada semana fabrica cuchillos a medida.
“Los clientes me dicen si es para cocina, para asados o para caza mayor. Depende del cuchillo el material que usamos, pero siempre es reciclado, usamos acero de trozador, espada de motosierra, un poco de elástico y también disco de rastra”, detalló.
El artesano contó que busca aceros de alta calidad y muy resistentes porque así “el filo dura un montón”.
Una herencia
“Mi abuelo era del campo, toda la vida usó cuchillo, dormía con él al lado de la almohada y no se lo tocaba nadie. Era la herramienta que usaba para todo cómo comer, para cortar lo que sea o cuando había una carneada”, recordó emocionado.
Estas anécdotas quedaron sembradas en Javier.
“Se llamaba Ignacio Farías, acá en la costa del río Negro estuvieron los Farías, tenían puesto del lado norte río y del otro lado también”, contó.
Además Javier recibió la instrucción de su padre Paulino Loncoñanco que había estudiado en una escuela internado. “Él tuvo profesores alemanes que le enseñaron todo lo que es herrería, lo que es la forja, el temple, y siempre me enseñaba eso. Yo escuchaba nomás, y trataba de ir haciendo algo de a poco, pero nunca me había largado realmente”, mencionó.
El proceso
Javier primero dibuja con una plantilla la hoja con la medida que le piden, la corta, empareja y le da la forma de un cuchillo. Luego en la máquina morsa prensa la pieza y empieza a sacarle el filo lo más grueso primeramente.
Lo siguiente es hacer los agujeros para los remaches y después pasar a la máquina lijadora de banda grande, “ahí le damos la terminación del filo. Cuando ya está la hoja terminada, afilada y pulida, empezamos con el proceso de hacer el cabo con madera reciclada”, explicó.
El paisano usa madera antigua o alguna de quebracho, “que tengan un color bonito”, contó.
Otro paso es trabajar con la fragua, “caliento el acero a cierta temperatura para poner la marca, la firma de mi trabajo”, detalló.
Javier también fabrica la vaina en forma artesanal. El cuchillero señaló que el acero al carbono, tiende a oscurecerse un poco y es de alta calidad. “El filo dura más, no es como el acero inoxidable que sale ahora”, calificó.
Para mantener el filo no recomendó la chaira porque solo “es para salir del paso. Se puede afilar con una piedrita al agua. Si lo querés limpiar podés usar una virulana, o un poco de ceniza nomás con agua y te queda como espejo otra vez”, explicó.
“Originalmente la gente de campo lo dejaba con la grasa, cuando comían asado, eso no te deja que se oxide”, contó.
También hay que mantenerlo en la vaina, porque a veces si el cuchillo anda entre los cubiertos y se revuelve todo, “el filo se estropea”.
Para Javier cada vez se van sumando más técnicas para fabricar estas piezas.
“Creo que es un proceso de toda la vida que uno va aprendiendo”, expresó con sencillez.
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