El pintor de la Patagonia que, «con velocidad», intenta capturar la magia de la naturaleza y conmueve al mundo entero
Guido Ferrari es de La Angostura y, en 10 años de carrera, su obra recorre todo el mundo.
«No me permitía pensar que el arte era mi camino y me costó mucho animarme. Mas que nada por los tabúes personales y culturales: el artista se caga de hambre, es hippie, es bohemio«, afirma Guido Ferrari que nació en Bariloche, se crió en Villa La Angostura y lleva 10 años abocado al oficio de la pintura.
Ya desde pequeño se vio seducido por el dibujo, las acuarelas y la música. Y de grande, trabajó como diseñador, en teatro, en animación de videojuegos y hasta en carpintería. Todo le gustaba, pero nada lo terminaba de satisfacer del todo, como sí ocurría con la pintura.
«Recuerdo que tenía un trabajo ideal, como animador de videojuegos en una gran empresa y no me llenaba. Trabajaba 8 horas, pero volvía y me ponía a pintar. Me salteaba la cena casi siempre para poder pintar. Me ponía como objetivo hacerlo todos los días», recuerda.
En ese momento, tenía tan solo 20 años y llevaba adelante un blog a donde subía algunos de sus pinturas. Un día, recibió un mail con una invitación para exponer en una muestra de artistas latinoamericanos en Estados Unidos. «Largué mi trabajo y tomé la decisión de volcarme a la pintura profesionalmente«, cuenta este hombre que hoy tiene 30 años.
Hasta ese momento, Guido vivía en Buenos Aires, pero regresó a La Angostura para poder pintar paisajes, arrayanes, ciervos de la zona. Siempre al aire libre.
«No fui a ninguna escuela, lo hice por intuición y luego encontré maestros en el camino que me ayudaron. La naturaleza fue mi gran maestra. Me encanta porque no es algo estático«, define, al tiempo que explica que «se generan diversas emociones: se siente el aire fresco, el ruido de los animales o la aventura de subir una montaña. He dormido con tormentas de nieve. Todo eso me aporta la riqueza que necesito para la pintura. Me inspira«.
Guido suele iniciar el trekking en cerros de 2000 metros de altura en la Patagonia para desplegar su trabajo artístico. No es fácil ya que debe caminar entre cuatro a seis horas, con todo su equipo a cuestas. «Tenemos montañas muy salvajes y es bastante forzoso. En los Alpes también me pasó de pintar a 4000 metros de altura. O en Islandia. De reflexionar sobre el lugar a donde estoy. Aislado del mundo. Tengo suerte de hacer lo que tanto me gusta hacer», evalúa.
En 2018 logró exhibir sus cuadros en siete países de Europa. «Viajé todos los años siguientes a Islandia, Bulgaria, Eslovaquia, los Alpes suizos y austríacos, Dinamarca o París», comenta Guido que acaba de llegar del parque nacional Iguazú donde pintó las Cataratas, ante la presencia de los huéspedes de un hotel. Ya lo contactaron de otro establecimiento hotelero del lado brasileño de las Cataratas, para replicar el trabajo.
«Así voy viajando por todo el mundo y estoy agradecido de hacer lo que amo. Aunque hay que trabajar mucho para llegar acá: no es que pinto dos cuadros por mes y me tiro panza arriba», advierte.
Cuando arrancó, asegura, no tenía dinero ni siquiera para comprar materiales ya que «son caros, entonces desarmaba bastidores con lo que encontraba y pintaba con lo que había». «Todo eso el cliente no lo sabía. Desde que elegí este camino, nunca dudé, aunque haya pasado hambre. Pasé momentos en que debía dormir tres horas para llegar a un trabajo que tenía comprometido. Pero sabía lo que quería», dice.
«¿Cuánto se valora el arte en Argentina y cuánto incide el contexto socioeconómico?», se le consulta. «Hay una cuestión lógica -responde-. En Europa, la mayoría de la población no tiene problemas económicos. Tiene auto y casa y, por lo tanto, espacio para ocuparse del arte o de las cosas más espirituales«. Sin embargo, considera que a la población «se le puede inculcar el amor por el arte, más allá de la situación económica».
«En Argentina la gente está acostumbrada a decir que no consume arte, pero está suscripta a Netflix o a Spotifi. Hay que ver otras aristas del consumo de arte. Quizás no podes comprar una pintura, pero aportas yendo a exhibiciones», manifiesta. Recuerda que cuando arrancó con la pintura a nivel profesional en La Angostura, la gente no se sumaba a ningún evento. En el 2000 el grupo La Portuaria, en pleno boom, ofreció un show gratis y «había nueve personas» en el público.
«Yo tuve mucha suerte con el turismo y apunté a ese público que, luego, me abrió las puertas al mundo. Pero no es cuestión de suerte sino de trabajo», considera.
En general, Guido usa acuarelas y óleo con espátulas. «Pinto con espátulas grandes que me aportan una riqueza de las texturas que busco y velocidad para pintar al aire libre«, define. ¿Por qué es tan importante la velocidad en su trabajo? Se refiere a los impresionistas que «pintaban una obra en el exterior donde veían que la luz cambiaba cada siete minutos; en una hora el cielo era distinto. Con un atardecer, pasás del día a la noche en tan solo una hora. Por eso, se requiere cierta velocidad o memoria para pintar ese momento. De modo que la expresión sea lo más sincera posible».
En diez años de trabajo, Guido ya está llegando a los 1000 óleos y dice no tener una obra favorita. Repite, divertido, que «la mejor está por venir».
"No me permitía pensar que el arte era mi camino y me costó mucho animarme. Mas que nada por los tabúes personales y culturales: el artista se caga de hambre, es hippie, es bohemio", afirma Guido Ferrari que nació en Bariloche, se crió en Villa La Angostura y lleva 10 años abocado al oficio de la pintura.
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