El incendio en El Bolsón y la desesperación de los pobladores: «Nunca vimos el fuego, nos envolvió el humo»
Diario RÍO NEGRO en el lugar más crítico de los incendios en la Patagonia. Desde El Bolsón, el testimonio de pobladores que perdieron sus casas o que ayudan para que las llamas no avancen.
Diario RÍO NEGRO viajó a El Bolsón a recorrer la zona afectada por el incendio que, en pocas horas, devoró 1600 hectáreas y afectó varias viviendas.
Emma, de 13 años, bajó del refugio La Playita pasado el mediodía, junto otras compañeras del colegio. Sus padres la esperaban sin poder ocultar su ansiedad en el acceso del circuito Wharton, a 12 kilómetros de El Bolsón. Desde el momento en que supieron del incendio, pasó una hora hasta que lograron conectarse con ella y saber que estaba bien.
Las jóvenes son de Lago Puelo, pero habían pasado unos días en el refugio Cajón del Azul. Llegaron hasta Wharton riéndose de lo que creían había sido una anécdota, pero cuando Emma vio a su madre y ésta la envolvió en un abrazo eterno, la muchacha estalló en llanto. La angustia que había pasado en las últimas horas se reflejaba en sus ojos, pero también supo que la casa de una amiga suya en el paraje Mallín Ahogado no había soportado las llamas. «Lo importante es que están todos bien», le dijo suavemente su madre. Y la joven sonrió con los ojos llorosos.
El camino al circuito Wharton y a Mallín Ahogado era un transitar constante de móviles del Splif, de la Policía y camionetas de pobladores. Cada tanto, el avión hidrante sobrevolaba el lugar. Al costado de la ruta provincial y entre los senderos internos, se veían pobladores lanzando agua urgidos por la emergencia o bajando baldes con agua de sus camionetas. En la mayoría de las ocasiones, se armaba una «cadena de ayuda humana». La temperatura comenzaba a subir una vez más y aunque sin las ráfagas del viento que había azotado a El Bolsón la tarde anterior, el humo brotaba de la tierra por diferentes partes. Cada vez se veían más y más focos entre la ceniza y las ramas caídas.
Claudio, un poblador de Las Golondrinas, lanzaba agua con una manguera apuntándole a los focos que se le presentaban adelante. La tierra quemaba. Se podía sentir el calor profundo que brotaba del suelo. «Vinimos a prestar ayuda. Hay muchos focos secundarios que, si no se apagan, arderán en breve«, dijo el hombre mientras otros cuatro pobladores se acercaban con machetes para cortar ramas y despejar el lugar.
Tierra caliente en El Bolsón
El día anterior el fuego arrasó con todo lo que tenía adelante a medida que el viento rotaba de dirección. Había salteado casas y sectores del bosque que, este viernes, se veían amenazados nuevamente. Un hombre lanzaba agua a ambos lados del camino con desesperación, corriendo de un lado a otro. Otras dos personas le sostenían la extensa manguera y la acomodaban cada vez que un auto o una moto circulaba por ese sector.
A medida que se avanzaba por la ruta provincial 85, conocida como el Circuito de Mallín Ahogado, se observaban columnas de humo a un lado y al otro y gran cantidad de casas quemadas. Tampoco se salvó el centro de salud de El Mallín. La escuela, a unos pocos metros, corrió otra suerte.
Un hombre apoyado en una camioneta observaba los restos de lo que parecía haber sido una casa. «Soy de Bariloche, pero me vine porque mi familia perdió su casa y la carpintería. No saben ni cómo ocurrió: el fuego estaba a tres kilómetros y en 15 minutos, ya lo tenían encima. Perdieron todo, pero por suerte están bien», dijo con angustia.
A unos pocos metros, Cesar Salinas recorría, con desazón, los restos del aserradero que había alquilado diez meses atrás, como intentando procesar lo vivido en esas últimas horas. «Estuvimos mojando todo este sector cuando se desató el incendio, pero una vez que cambió el viento, no hubo nada por hacer. El fuego pasó de largo para Mallín del Medio, pero acá ardieron unos pinos y se terminó quemando todo», contó el hombre, al tiempo que agregó: «Fue imposible parar esta locura. Una vez que prendió hubo que salir sino era solo arriesgar la vida».
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En Wharton, brigadistas del Splif, referentes del municipio y la provincia aguardaban la llegada de los turistas y locales que permanecían evacuados en los refugios. Una ambulancia con médicos y enfermeros también esperaba a un costado del camino. La orden de las autoridades era que la gente bajara de la montaña, priorizando los adultos mayores y menores, ya que, si bien el avance del fuego fue moderado en las primeras horas del viernes, con el aumento de la temperatura crecía el temor.
«Por lo que sabemos no hubo ninguna situación de emergencia, pero vinimos por una cuestión de prevención. Están evaluando que se acerque también un equipo de Salud Mental porque hay mucha gente angustiada, con estrés por todo esto. Pero lo cierto es que con el riesgo que hay deberíamos despejar de inmediato la zona», confió una de las médicas.
Yolanda es concesionaria del camping El Montañés, a unos pocos metros de Wharton, y se acercó a brindar ayuda. «Trabajo para la Secretaría de Medio Ambiente y estaba haciendo los controles cuando el fuego se inició del otro lado de Confluencia en el río Azul. De pronto, rodeó todo y se dispersó en función de donde lo llevaba el viento. Cuando vi que el fuego subía, me fui para mi casa y ya había agarrado todo», describió, mientras aguardaba la llegada de los primeros turistas. «La orden es que bajen porque esto es la boca del lobo. Es el único acceso y el sector es peligroso«, comentó.
Stefanía, de 16 años, estaba ubicada a un costado del camino junto a su hermana. Las adolescentes viven muy cerca del sector donde se inició el fuego en Loma de los Piche, en la zona de confluencia de los ríos Blanco y Azul. «Cuando vimos el fuego, estábamos en el refugio Dedo Gordo a unos 300 metros y mi papá nos dijo que bajemos rápido, que se nos prendía fuego la casa, que agarremos lo más importante. Porque una vez que llega el fuego, no hay escapatoria. Sacamos lo necesario. Fue horrible, por suerte el fuego pasó por el frente de mi casa. Con mi hermana y mi mamá nos fuimos a caballo donde mi abuela», contó todavía angustiada.
«No sabíamos a dónde estaba el fuego»:
De pronto comenzaron a llegar las primeras 61 personas que habían permanecido alojadas en La Playita. Verónica, una turista de Mendoza, caminaba a paso rápido con su pequeña hija. En su paso por El Bolsón, habían decidido visitar el Cajón del Azul. Pero al regreso, las previnieron acerca del incendio. «No sabíamos bien a dónde estaba el fuego y tampoco nos daban mucha información sobre lo que pasaba. Mi nena lloraba de la desesperación. Pasamos muchos nervios. Habíamos dejado el auto en Wharton y nos habían dicho que el fuego había arrasado todo. Nos atendieron muy bien, nos dieron comida, pero obviamente no pude dormir en toda la noche», admitió la mujer.
Sergio y Marisa, una pareja de zona norte de provincia de Buenos Aires, descansaban en el estacionamiento de Wharton. El incendio también los había sorprendido en el Cajón del Azul. «Cuando volvíamos por el sendero, nos dijeron que regresemos a La Playita. No sabíamos bien cuál era el recorrido del fuego, qué podría pasar a la noche. Pero lo cierto es que tenían bien aceitado el protocolo: nos dijeron que, si el fuego se acercaba, debíamos movernos en dirección al río. La gente estaba tranquila y los del refugio ayudaban a mantener la calma», comentaron.
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Jorge, un policía retirado, recorría lo que había sido su casa en Mallín del Medio donde vivió los últimos cuatro años. Solo una pileta pelopincho permanecía intacta. A las dos del jueves, dijo que ya se veía humo que se fue incrementando con el paso de las horas. Nunca vio el fuego, advirtió, pero sentía el humo caliente cerca, en la cara, y supo que era el momento de irse. «Nunca vimos fuego, nos corrió el humo. Salí con lo puesto, alcancé a agarrar mi billetera y los documentos. Volvimos hoy. Y bueno, habrá que reconstruir todo de nuevo. Soy muy creyente y vivo lo que pasa como un propósito», admitió el hombre de 60 años, resignado. Su hermana vive a unos pocos metros y su casa se salvó de las llamas.
Entre decenas de árboles quemados, Fernán permanecía sentado sobre lo que había quedado de un tronco. Miraba a la nada. Vive en ese lugar desde hace 25 años y su pareja, definió, «fue una de las primeras hippies que llegó al lugar en el 76». «Se me quemaron cuatro casas. Vimos el fuego del otro lado del río, de pronto se empezó a ver una columna de humo a 150 metros para abajo y con el viento, en una hora, ya lo teníamos acá. Pude rescatar lo básico«, relató.
«¿Y qué piensa ahora?», se le consultó. «Supongo que es el tiempo que lleva la aceptación y saber qué rumbo uno quiere tomar. Son momentos de aprendizaje», respondió.
Polideportivo de El Bolsón: llegan con lo puesto:
En el polideportivo, en pleno corazón de El Bolsón, un centenar de colchones estaban dispuestos en el piso. Algunas personas descansaban en ellos. Había quienes no dormían, pero miraban hacia el techo. En otro extremo del edificio, un grupo de voluntarios aportaba agua y un plato de comida. En otro sector, se montó un gran ropero donde la gente buscaba ropa.
«Recibimos gente que se autoevacuó por el peligro y otros vecinos que estaban de viaje y se encontraron con esta situación. Llegan con lo puesto y les brindamos elementos de higiene, agua y alimentos. La primera noche recibimos 106 personas», señaló Marcela Becares, secretaria de Desarrollo Social de El Bolsón. Sin embargo, este viernes, varios de ellos decidieron volver a sus viviendas para ver qué había quedado de ellas.
Eva, una pobladora del barrio próximo a la empresa de gas, descansaba en uno de los colchones. «Como era peligroso, la policía me pidió que abandone mi casa. Se venía pura ceniza y el cielo se veía más rojo que el sol. Solo alcancé a tomar mi medicación para la epilepsia», indicó. Varias horas después del comienzo del incendio, la mujer no sabía qué había pasado con su casa.
«Doy gracias a Dios y a esta gente tan solidaria que está colaborando mucho. Siento nervios, angustia y rabia. Por suerte, ya me vinieron a ver los médicos y me dieron un abrazo fuerte que, en este momento, ayuda tanto».
Diario RÍO NEGRO viajó a El Bolsón a recorrer la zona afectada por el incendio que, en pocas horas, devoró 1600 hectáreas y afectó varias viviendas.
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