El desborde silencioso de la salud mental: cuando la tragedia ya ocurrió

El asesinato de dos familias en manos de personas con trastornos psiquiátricos reabre un debate postergado. Entre el morbo mediático y la falta de atención sostenida, la salud mental sigue siendo una deuda urgente del sistema sanitario y de la sociedad.

Hay un desborde de los servicios y profesionales de salud mental, tanto en lo público como en lo privado.

La tragedia dominó hace unas semanas todos los medios de comunicación y en las redes sociales del país con una crudeza de un caso difícil de procesar. En Villa Crespo, una mujer atravesó un brote psicótico: mató a sus dos hijos, a su esposo y luego se quitó la vida. Y cuando todavía se hablaba de eso, una semana después, otra masacre sacudió a Tres Arroyos: un hombre asesinó a su pareja y a sus dos hijos antes de arrojarse debajo de un camión. La cobertura mediática se enfocó en los detalles más escabrosos de ambos casos y el morbo ocupó el centro de la escena. La salud mental, en cambio, quedó al margen del debate.

Para la licenciada en Psicología Sabrina Contreras, presidenta del Colegio de Psicólogas y Psicólogos de Neuquén, lo que se presencia a nivel social es un síntoma claro de un problema estructural: “Desde la pandemia a esta parte, la salud mental de la sociedad está en jaque. Aparecen componentes que agravan las situaciones: lo social, las crisis económicas, todo eso impacta en los malestares y si no hay un abordaje profesional sostenido, esos malestares se complejizan”.

Contreras advierte sobre una tendencia preocupante: los cuadros graves aumentan y requieren intervenciones combinadas, con psicoterapia, medicación y seguimiento psiquiátrico. “Es una época compleja, sobre todo en una sociedad que te invita a consumir todo el tiempo algo. El tema es preguntarnos cuánto trabajamos en la prevención. Porque si no, llegamos cuando es tarde”.

En los hospitales públicos, los servicios de salud mental están saturados, no hay medicación, ni profesionales suficientes. En el ámbito privado, conseguir un turno puede llevar semanas o meses. “Hay un desborde de los profesionales, tanto en lo público como en lo privado. La demanda es altísima”, resume Contreras.

La psicóloga analiza los casos recientes desde una perspectiva que va más allá de lo policial o lo anecdótico. “Cuando una persona atraviesa un trastorno grave, puede estabilizarse si hay un tratamiento adecuado. Pero si se abandona el seguimiento, si se interrumpe la medicación, los riesgos se multiplican. Hay que entender que estos cuadros requieren un abordaje riguroso y sostenido en el tiempo”.

El crimen de la familia de Villa Crespo conmocionó al país y disparó algunos interrogantes sobre qué pasa con la salud mental en la sociedad. Foto: Facebook.

También advierte sobre una naturalización del consumo de psicofármacos sin control. “No se puede jugar con eso. Mucha gente habla con liviandad de tomar clonazepam porque no puede dormir o está ansiosa. Pero no es lo mismo tomar algo por cuenta propia que seguir un tratamiento indicado por un profesional”.

La comparación es clara, explica. Una persona con un problema cardíaco no decide sola cómo medicarse. Sigue el tratamiento que le da su cardiólogo para tener calidad de vida. Con la salud mental debería pasar lo mismo. «No hay que tenerle miedo a la medicación ni a los tratamientos psiquiátricos, y hacerlos con seriedad. Son la herramienta que permite que una persona recupere su estabilidad y su vida”.

Según Contreras, los prejuicios sobre los psicofármacos siguen presentes. “Existe la creencia de que te van a dopar, que generan adicción. Pero si están indicados por un médico, es porque hubo una evaluación, un diagnóstico, y va a haber un seguimiento. Por eso también es clave el acompañamiento familiar”.

. El desborde es real y no se soluciona con recetas instantáneas ni frases de autoayuda.

Tras cada tragedia, los medios mostraban a familiares y amigos que lamentaban que no habían podido anticiparse a la desgracia. Contreras afirma que en muchos casos, el entorno no logra dimensionar la gravedad del cuadro hasta que ocurre lo peor.

«Por eso es importante insistir, preguntar, estar atentos a los cambios de comportamiento y consultar. Cada caso es particular y requiere orientación profesional. Nadie puede ser un salvador, pero sí se puede acompañar, garantizar que la persona tome la medicación, estar presentes”.

Hablar de salud mental sin tabúes es un primer paso. La licenciada insiste en que la clave está en desmitificar, en todos los espacios sociales. “Cada vez nos aislamos más porque vivimos entre discursos individualistas. Pero somos seres sociales. Necesitamos del otro, y la calidad de los vínculos es fundamental”.

También señala la responsabilidad de los medios: “No es lo mismo un femicidio, un homicidio, un intento de asesinato, que un acto vinculado a un trastorno de salud mental. Los componentes de cada situación son distintos. No porque una persona tenga un delirio va a ir a matar. Hay que ver el diagnóstico, la evaluación clínica, los antecedentes”.

Por eso, cuando una persona interrumpe su tratamiento, lo que sigue no es una anécdota, sino un posible desenlace grave. “Los tratamientos no se cortan porque uno se siente bien o se cansó. El alta la da el especialista. Si se interrumpe antes, puede haber consecuencias serias. Hay que seguir las indicaciones al pie de la letra”.

La salud mental no se improvisa. El desborde es real y no se soluciona con recetas instantáneas ni frases de autoayuda. Requiere profesionales, escucha, atención sostenida, recursos del Estado, decisiones médicas, redes de cuidado.