El desafío de sostener una cocina comunitaria en Bariloche en tiempos de crisis
Preparan alimentos para cientos de personas, pero no reciben ayuda del estado y deben buscar la forma de conseguir la mercadería.
La respuesta de un nene de 10 años fue clave. Cuando Beatriz Curruhinca le preguntó por qué no volvía a su casa para almorzar o, tomar la leche por la tarde como los otros chicos que jugaban a la pelota en el barrio, la réplica fue contundente: “Mi mamá me dice que me quede jugando porque en casa no hay para comer”.
“Me partió el alma, pero a la vez, hice un click. Yo venía de una situación similar con 12 hermanos. La pasamos mal y dejamos la escuela de chiquitos para ir a trabajar”, reconoce la mujer oriunda de San Martín de los Andes que, nueve años atrás, decidió abrir el merendero “Los corazones de Beatriz“ en el barrio Nahuel Hue, al sur de Bariloche. Empezó invitando a su casa a los chicos de la cuadra para tomar la merienda.
Esos siete u ocho iniciales, pasaron a ser 35, de todas las edades. “Cuando arrancamos nos juntábamos a merendar, a charlar. Alguno traía tarea y lo ayudábamos. Me enfoqué en sacar a los chicos de la esquina. La leche era la excusa”, cuenta. Meses después, con un aporte del gobierno provincial, empezó a dar también un almuerzo.
Desde el año pasado, ya no recibe más ayuda y cocina de acuerdo a las colaboraciones de la gente. Por eso, hoy la merienda solo se entrega cuando hay mercadería. Y elabora 70 porciones de almuerzo una vez por semana, los sábados. “Está difícil ayudar a la gente y eso me entristece mucho. En tiempos de pandemia, mucha gente nos ayudó y le dábamos el almuerzo a unas 500 personas tres veces a la semana. El año pasado se empezó a complicar muchísimo”, indica esta mujer de 43 años que tiene cinco hijos y dos nietos.
Cocina budines, calzones rotos, tortas fritas, pasta frola. Tallarines, guisos de lenteja, pollo al horno. El menú es variadísimo. “Lo que vamos teniendo, le vamos dando a la gente”, aclara.
Ante la escasez de mercadería, Beatriz decidió dividir a la gente en dos grupos. “Duele mucho pero tuvimos que armar un grupo de extrema necesidad y otro, al que le damos cuando tenemos. Nos enfocamos en los abuelos, en las familias numerosas y en los chicos con discapacidades. La gente se nos enoja”, reconoce.
A Beatriz le encanta cocinar, aunque hacerlo para tantas personas le demandó todo un aprendizaje. Contar con tan pocos elementos, admitió, le demanda cada vez más creatividad. “Lo más difícil es usar la cabeza y pensar en cocinar el doble o triple. Muchísimas veces, nos quedamos sin comida y hay que hacer cuatro o cinco platos más”, explica.
No duda. Su satisfacción más grande es atender a la gente y escucharla. “Me han llegado a decir que gracias a nosotros, pueden comer comida calentita en familia. ¿Qué más quiero? Vamos a ver cómo seguimos adelante. Nunca voy a bajar los brazos”, señala.
Porciones contundentes y de calidad
Un delicioso olor a guiso invade una casa del barrio Omega, también al sur de Bariloche. En ese lugar, desde hace cuatro años, Patricia Laciar prepara cientos de porciones para gente que no conoce.
Revuelve el contenido de una olla gigante, dispuesta a sumarle arroz. Entre medio, recibe algún mate de sus compañeros con quienes intercambia algún comentario gracioso.
La preparación de este jueves arrancó a las 8.30 y tiene como destinatarios a unas 120 personas del barrio El Frutillar.
Patricia encabeza la asociación civil La Olla de la Gente. Arrancó a trabajar mucho antes de la pandemia con vecinos del barrio 29 de Septiembre que solían concurrir al basural de Bariloche en busca de comida. Ese proyecto se desvaneció y decidió continuar la iniciativa en barrios como El Frutillar y Nahuel Hue, donde según la mujer, “hay más necesidad”. En el invierno amplía la entrega a los barrios Vivero y Arrayanes.
“Veíamos mucha necesidad. Nos organizamos como grupo (hoy somos 14) y cocinamos en mi casa. Pero no doy de comer acá. Una compañera lleva y reparte, con pan y postre incluido”, indica.
Durante la pandemia, Laciar llegó a preparar 2000 porciones. Pero ese número bajó en el último tiempo.
Al trabajo de cocinar para tantas personas se sumó el tener que pensar cómo acceder a la mercadería. Los precios exorbitantes de la carne y la verdura complicaron aún más la situación del comedor en el último tiempo. “Todo sale del bolsillo de mi marido y hay empresas que siempre nos ayudan condonaciones. Pero últimamente no alcanza y tenemos que inventar rifas, sorteos”, sostiene.
Entre la gente que recibe comida, dijo, hay muchos albañiles y empleados temporarios que “trabajan solo tres meses y después quedan colgados con familias muy numerosas”.
¿Cómo calcula las cantidades para tanta gente? “A ojo”, responde risueña Laciar y se jacta de haber llegado a preparar 400 canelones y “otro tanto” de zapallitos rellenos. “Nuestro objetivo es dar una buena calidad y porciones abundantes. Que no falte carne, pescado, pollo; o sea, lo que uno comería en su casa. A las lentejas, por ejemplo, le buscamos la vuelta y hacemos hamburguesas. Cocino consciente de que mucha gente solo come esto y no tiene para la noche. Comen una vez al día”, agrega.
Dice que solo recibe 10 módulos de comida por mes por parte del gobierno provincial. Pero no alcanza. “Representa una sola comida para 200 personas, cuando necesitamos preparar 300 porciones por semana. Y esta cifra se duplicará en el invierno”, afirma. No recibe ayuda por parte del municipio y apunta a conseguir alguna colaboración del gobierno nacional.
“El municipio nos da donado cosas de pésima calidad. Pero no porque haya necesidad le vamos a dar engrudo a la gente. Ahí, invierto de mi bolsillo. Muchas veces me pregunto hasta dónde vamos a llegar. Pero la gente te espera para comer. Esperamos poder seguir. Pilas sobran”, enfatiza.
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