Donde otros ven basura, Florencia, una emprendedora de Bariloche, ve una oportunidad

La curiosidad la llevó a buscar, averiguar e informarse. Tras años de pruebas, ideó un emprendimiento que tiene como finalidad concientizar sobre el cuidado del medio ambiente.

Como tantos otros emprendimientos, el de Florencia Ferro empezó durante la pandemia. No solo creó una salida laboral sino que logró posicionarse como una férrea defensora del cuidado del medio ambiente.

Siempre le apasionó coser aunque nunca logró tener una máquina. En 2020 el encierro la abrumaba, sentía la necesidad de hacer algo y a la vez, generar más trabajo. En ese momento, su suegra le prestó una máquina de coser y empezó a confeccionar barbijos. De pronto, notó que ella y su familia estaban «envueltos» en residuos plásticos y dio lugar a una minuciosa investigación para ver qué se podía hacer con ese material.

«Cada vez que, con mi compañero, hacíamos las compras, me sorprendía la cantidad de plásticos que juntábamos», reconoció.

Florencia pasó largos años estudiando y realizando ensayos de termofusión. Foto: Chino Leiva

«¿Qué puedo hacer con el plástico?» fue lo primero que buscó en internet. Luego, el algoritmo hizo lo suyo. Se cansó de estudiar y averiguar. De probar también. Paralelamente, se nutría de información sobre el impacto de la contaminación. Su cuenta de Instragram cos.o.cosas que nació para ofrecer los barbijos, empezó a viralizar información ecologista y la importancia de reutilizar todo lo posible.

Conocer la técnica de termofusión marcó un antes y un después. «Se trata de calentar el plástico y presionarlo para generar una tela o un cuero plástico que permita confeccionar después. Nadie te lo enseña. No hay ningún taller así que fue todo a prueba y error», puntualizó y advirtió que «no todos los plásticos se fusionan de la misma manera. Fusionar, aclaró, significa que se unen, no que se derriten».

Florencia trabaja en su taller de Dina Huapi. Foto: Chino Leiva

Estamos acostumbrados a ir donde nos lleva la sociedad: al consumo. Hay un exceso de fabricación que contamina. En el Desierto de Atacama hay millones de hectáreas con exceso de ropa. Un solo jean contamina litros y litros de agua», 

Florencia Ferro.

A prueba y error

Un día, Florencia encontró en la red social Pinterest un gorro plástico que, admitió, «le voló la cabeza». «¿Cómo hago esto? me pregunté. Intenté hacerlo con la plancha y me quedó todo pegado. ¿Cómo hacían para que no se pegue? Así llegué al papel manteca. Todo fue a prueba y error», reconoció esta mujer de 41 años.

En ese momento, le regalaron un equipo para sublimar que disponía de una plancha. «Me di cuenta de que contaminaba un montón, pero la plancha de la sublimadora me cayó del cielo: fue clave para llegar al resultado del cuero plástico. Bajás la palanca y genera calor y presión, dos cosas básicas para la termofusión. El plástico queda bien fusionado. Pero había que acertarle a la temperatura, a la presión», contó.

Fueron dos años de pruebas constante para fusionar los plásticos sin que se desarmaran y de tal forma que pudieran coserse. Le tomó tiempo, pero logró la tela plástica. «Siempre el objetivo fue la reutilización. Fueron pocas las cosas que compré para confeccionar algo«, dijo. 

En un primer momento, empezó a fabricar bolsas para evitar usar las de nylon. Le siguió una yerbera y después, una mochila que elaboró con bolsas de alimento para perros y gatos. A partir de ahí, surgieron un sinfín de posibilidades. «Es creatividad, arte. A la vez, empleaba un plástico que solo era usado una vez, contamina mucho y es resistente para generar telas plásticas«, recalcó.

Florencia pasó largos años estudiando y realizando ensayos de termofusión. Foto: Chino Leiva

La magia de reutilizar

El proceso no es simple. No solo hay que cortar el plástico sino clasificarlo y desinfectarlo con detergentes naturales que ella misma fabrica, para luego hacer la termofusión y lograr el cuero plástico que permite confeccionar.

«Me volví muy obse de reutilizar lo máximo posible. De hecho, pude haber invertido en una plancha gigante para hacer moldes más grandes, pero de esa forma generaba más consumo. Por eso, cos.o.cosas es un concepto. Tiene el propósito de pensar en lo que estamos haciendo«, señaló esta mujer que, además, es profesora de esquí y de yoga y, junto a su pareja, es jardinera.

Su tarea se viralizó y de pronto, todos empezaron a ofrecerle residuos plásticos. Florencia decía que sí a todo y reconoció que su casa se volvió «una planta de reciclaje». Se dio cuenta que no todo le servía y hoy, cuando requiere algo puntual, solo alza la voz. Por lo general, pide en las veterinarias las bolsas de alimento balanceado.

Florencia tiene 41 años. Desde hace dos décadas vive en Bariloche. Foto: Chino Leiva

¿Qué se puede hacer con todo eso? «Lo que se te ocurra», afirmó. El universo es inmenso, pero Florencia decidió abocarse a la marroquinería, generando bandoleras, riñoneras, mochilas, billeteras, yerberas y materas. «La última mochila que hice tenía 50 bolsas reutilizadas. Trato de coser cuanto plástico pueda en cada diseño y en cada accesorio nuevo», comentó.

Hoy trabaja sin cesar en el taller de su casa en Dina Huapi, mientras cocina, lleva y trae a sus dos hijos, corta el pasto en los jardines y continúa dictando clases de yoga. «Lo mío es una filosofía de vida; no es que hago solo para vender. Doy charlas en los colegios y, si bien no me da la vida para todo, soy feliz con lo que he logrado», concluyó.

Florencia lanzó el Instagram cos.o.cosas para ofrecer sus productos y concientizar sobre el cuidado del medio ambiente. Foto: Chino Leiva

Sacarse de encima los prejuicios

Cuando inició su emprendimiento, Florencia se propuso concientizar difundiendo información a través de Instagram. En ese afán, se dio cuenta de que perdía tiempo para generar productos. Entonces, debió ordenarse y priorizar qué quería hacer. «Cuando descubrís algo, queres que todo el mundo lo sepa y lo repita. Pasé por esa etapa de ‘salvemos al mundo’. Hoy estoy más abocada a coser para sostenerme en el mercado y quiero que se vea mi laburo», confió esta porteña que lleva 20 años en Bariloche.

En estos años, conoció a las integrantes de Uniendo Tramas, emprendedoras textiles de Bariloche, que le sirvió para empezar a valorar su trabajo. «Me costó mucho sacarme el prejuicio de que hago algo bueno y no es simplemente basura. O pensar que lo iban a considerar de ese modo«, sostuvo.

Desde entonces, cada idea, cada segundo de trabajo tiene un valor. Y de esa form, se abrió una red de venta que le permitió a Florencia salir del circuito de su círculo íntimo para recibir diversos pedidos. «Hay más conciencia y especialmente entre las empresas grandes, cada vez que quieren hacer un regalo, buscan estas cosas», reconoció.


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