Donde la tierra no es tierra nomás

Para los viajeros atentos que transitan por la región sur, barrida por vientos, el paisaje es mucho más que eso. Quien sabe ver encontrará la cabeza barbada de Somuncurá, o a la madre e hijo de piedras que la leyenda atribuye a Elenghasen, un ser terrorífico que petrifica seres.

La región sur de la provincia de Río Negro es una comarca barrida por grandes vientos que al lado de las vías férreas va hilvanando un puñado de pueblos cuyos pobladores resisten con paciencia todas las vicisitudes que la vida cotidiana impone.

Pero podemos afirmar que ellos son la reserva moral de todo un país porque viviendo en esos olvidados parajes tienen de su Patria “una idea de limpia grandeza”, al decir del escritor Eduardo Mallea.


Por eso, en su imaginario, conviven con mitos y leyendas, mediante las cuales tratan de encontrar una explicación a los viejos interrogantes de la vida.


Entre ellos, a los mitos me refiero, está el de Elenghasen, ese ser terrorífico del panteón tehuelche (o el collón entre los mapuches) que tiene el poder de petrificar niños, objetos y personas a su antojo. Sería asimismo el padre de las pinturas rupestres y los objetos líticos como puntas de flecha, trahuiles, raspadores, morteros y otros utensilios similares.


Si el viajero atento y curioso cuando transita por la meseta de Somuncurá o la ruta 23, observara con detenimiento el paisaje que lo rodea vería cosas sorprendentes. En cambio, para el timorato que solamente mira sin ver al decir de Atahualpa Yupanqui “la tierra es tierra nomás”.


Allí arriba en la azulada extensión de la gran meseta de Somuncurá, esculpida entre pedreros, tunales y coirones, mirando hierática el horizonte donde pastan la guanacada y los pilquines merodean entre las rocas, esta ella: la cabeza barbada de Somuncurá.


¿Qué raro misterio la rodea? ¿Qué mano genial la dejó esculpida para toda la eternidad? ¿O acaso –dicen los más crédulos- era la testa de un criancero que se burló a risotadas de Elenghasen y por eso la deidad lo dejó tallado para siempre?


Y si el viandante acaso recorre la Ruta Nacional N° 23, allí sobre la margen derecha, a 15 kilómetros de Pilcaniyeu, encontrará estupefacto a una madre con su hijo alzado convertidos ambos literalmente en piedra. ¿Los habrá secuestrado Elenghasen para dejarlos allí para siempre como testimonio de su fantástico poder?


Si, Atahualpa, “para el que mira sin ver la tierra es tierra nomás”.


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