Día del paciente trasplantado: los cuatro rionegrinos que tuvieron una segunda oportunidad

Daniel Cuenca, de Río Colorado, Javier Monti, de General Roca, Sergio Ziaurriz, de Villa Regina, y Elías Colipan, de Bariloche, cuentan el antes y el después de una donación de órganos. "No hay que bajar los brazos porque el cambio llega", coinciden.

En vísperas de Navidad, la médica cardióloga Laura Favaloro se asomó a la habitación donde Daniel Cuenca estaba internado y esbozando una sonrisa, simplemente le dijo: «Daniel, capaz pase Papá Noel a visitarte». El hombre no entendió hasta la madrugada siguiente, cuando lo despertaron para «prepararlo para el quirófano». Simplemente le dijeron que había «un operativo». El corazón que tanto necesitaba para seguir viviendo estaba cada vez más cerca.

Este hombre oriundo de Río Colorado fue trasplantado el 26 de diciembre del 2012.

Cuenca supo que sufría una enfermedad cardíaca congénita cuando se desmayó por primera vez a los 21 años jugando al fútbol. En ese momento, le indicaron una medicación, pero el cuadro fue progresivo y fue desmejorando poco a poco.

Un día hizo una consulta en la Fundación Favaloro, en Buenos Aires, y ya no lo dejaron regresar a Río Colorado. «El cardiólogo Roberto Favaloro fue claro: ‘Si usted se va, se muere. Pero si se queda, podemos salvarlo´«, contó Cuenca, de 66 años que hoy se encuentra jubilado.

En ese momento, pasó a encabezar el listado de emergencia nacional y solo ahí, entendió que necesitaba «un corazón nuevo». Tardó solo cinco días en llegar tras un accidente en Lomas de Zamora.

«No tenía idea de lo que era un trasplante, pero me sentía tan mal que aceptaba cualquier cosa. No podía ni caminar, ya estaba entregado. Para ir a mi peluquería a dos cuadras de casa tenía que parar varias veces. Lo mismo para cortar el pelo. Pero fui afortunado: se que hay gente que se muere esperando un órgano. O hay quienes esperan años», admitió Cuenca.

El trasplante marcó un antes y un después. Volvió a su vida normal, empezó a hacer deporte y hoy integra la Selección Argentina de Deportistas Trasplantados. «Hay que tener mucha voluntad, mucha fuerza y fe en Dios. Es algo muy duro, pero después del trasplante la vida cambia. No hay que ser negativo a pesar del sufrimiento«, planteó.

Daniel Cuenca integra la Selección Argentina de Deportistas Trasplantados. Foto: gentileza

Su padre, el donador

El cuerpo de Javier Monti ya no toleraba la hemodiálisis y el trasplante de riñón era su única salvación. Su padre, Humberto, decidió donarle el suyo el 6 de septiembre de 2016.

Los síntomas comenzaron cuando tenía 34 años, con vómitos, hinchazón de las piernas y algunos valores de laboratorio que llamaban la atención. Le diagnosticaron una enfermedad autoinmune que afectaba su riñón.

«El riñón se fue achicando. Llega un momento en que ya no funciona y hay que hacer diálisis. Durante seis años me hice diálisis peritoneal en casa, pero después fue necesario hacerme hemodiálisis en una máquina tres veces por semana, durante cuatro horas», rememoró.

Javier Monti, junto a su padre Humberto que le donó un riñón. Foto: Juan Thomes

En el último período de diálisis, ya ni siquiera podía trabajar. «Tenía 20 de hematocrito. Se me veía cadavérico, empezaba a perder color y tenía los ojos amarillos. Me estaba intoxicando«, afirmó y agregó que su corazón «estaba muy agrandado por la diálisis» y se le había generado una fibrosis en un pulmón. «Mi cuerpo no aguantaba más. Mi estado era muy crítico«, dijo este hombre que administra una ferretería en Roca.

El trasplante se concretó en Buenos Aires porque, según contó, en Neuquén no le daban «garantía de vida». «Nos hicimos los estudios de nuevo, resultó que mi papá era compatible así que me pudo donar el riñón a sus 63 años. A los 62 días ya estaba de vuelta trabajando en Roca», mencionó.

«¿Qué implica saber que hoy lleva el riñón de su padre?», preguntó este diario. Monti lo describió como «una segunda oportunidad«. «Hay que cuidarlo y disfrutar la vida porque no todos tienen la misma suerte. Hay que hacerse controles cada tres meses en Buenos Aires por las drogas autoinmunes que tomo y hacer ejercicio para que el riñón no sufra tanto. Mantenerse en estado, no fumar, no engordar tanto y comer saludable. Me cambió la vida», resaltó.

A los 62 días del trasplante, volvió a hacer vida normal. Foto: Juan Thomes

Destacó que lleva una vida normal y practica deporte al igual que su padre, de 70 años, que compite en las competencias Ironman. «Al mes que me donó el riñón, se compró unos rollers y se fue a practicar a Palermo. Nunca más paró de competir», dijo orgulloso.

Una extracción de sangre salva vidas

En octubre del 2009, a Sergio Ziaurriz le diagnosticaron leucemia mieloide aguda en General Roca. Fue de casualidad a partir de un cuadro de apendicitis.

«El prequirúrgico reveló que estaba en muy malas condiciones para esa intervención. Me operaron, pero al analizar la sangre, detectaron la leucemia. Gracias a la gestión del gobierno de Río Negro, volé de inmediato al hospital Ramos Mejía en Buenos Aires para iniciar la quimioterapia», señaló el hombre de 46 años.

En ese momento, dijo, ya «tenía el 90% de los huesos tomados por la leucemia». «Me dijeron que el proceso había empezado dos semanas atrás y terminaba la próxima. Fue todo muy rápido. Por suerte, en tres meses la enfermedad cedió al 100%, mi cuerpo reaccionó bien al proceso de quimioterapia porque nunca había tomado ni fumado. Quedé en condiciones de ser trasplantado para evitar que vuelva la leucemia», dijo.

Ziaurriz atravesó un trasplante de médula ósea en el hospital de La Plata, en Buenos Aires, y su hermano resultó ser su donante. «Básicamente me cambiaron la parte interna de los huesos. De hecho, yo era factor A positivo y ahora soy 0 positivo. Tengo el grupo de mi hermano. Me cambiaron la planta de empleados», bromeó este ingeniero agrónomo del INTA en Villa Regina.

Sergio Ziaurriz es ingeniero agrónomo y trabaja en el INTA de Villa Regina. Foto: gentileza

Destacó la simpleza y a la vez, la importancia de donar médula ósea. «Te extraen sangre y eso, a mí, me salvó la vida. Es un acto de amor inmenso. Voy a estar siempre agradecido«, reconoció.

Aunque dijo haber sentido incertidumbre ante el diagnóstico, siempre primó «la actitud positiva». «Con esa postura se sale adelante. Desde 2015, soy deportista trasplantado y participo en carreras de atletismo y lanzamientos. Después de cada evento, no dejo de destacar la importancia sobre la donación de órganos«, concluyó.

La tercera es la vencida

«Llegué a mi trasplante en la última etapa de mi vida. Mi situación ya era complicada. Seguí adelante porque mi corazón era fuerte. Y yo también». Después de 13 años tortuosos por diálisis, Elías Colipán logró su trasplante de riñón. Fue el 17 de agosto del 2019. Pero el proceso fue tan complejo que el riñón recién empezó a funcionar el 31 de agosto, «como regalo de cumpleaños», admite el muchacho de 37 años.

Nació en Ingeniero Jacobacci pero se crió en Bariloche porque a los cinco años, contrajo síndrome urémico hemolítico y en su localidad natal no había especialistas.

«Con el paso del tiempo, empecé a sufrir hinchazón, me decían que estaba gordo, empecé con vómitos, calambres y retención de líquidos. Me comencé a dializar a los 21 años. Como desde chico me vienen pinchando, mis venas ya venían castigadas», subrayó.

Atravesó tres operativos de trasplantes, pero «la tercera es la vencida». «En 2015 estuve trasplantado un mes. Era compatible, pero mi vejiga era muy chica y no soportaba tanta orina. Entré cuatro veces a quirófano para que me cerraran la vejiga. Dije que prefería sacarme el riñó y volver a diálisis», destacó.

Finalmente, en 2019 llegó un riñón de General Roca y fue trasplantado en el hospital Argerich en Buenos Aires.

«Era mi última ficha. Ya llevaba 13 años conectado a una máquina. Fue todo un proceso acostumbrarme al riñón: era él y yo, conociéndonos. En los días que tardó en funcionar, hubo momentos de mucha angustia y sufrimiento hasta decir: ‘Sáquenmelo y déjenme en diálisis de nuevo´«, recordó.

Dos años después del trasplante, Elías Colipán decidió subir al refugio Frey «a modo de agradecimiento». Foto: gentileza

Colipán reconoció que a partir de su trasplante, se propuso disfrutar de la vida «a modo de agradecimiento». «Empecé a hacer cosas que antes no podía. Antes vivía para mi enfermedad y el tratamiento. Cuando estaba en diálisis, había gente trasplantada que me decía que tenía que seguir adelante para lograr un cambio de vida. Pensaba que solo lo decían porque ya estaban bien. Hoy me toca decir esa frase: no hay que bajar los brazos porque el cambio llega«, señaló.

El trabajo de acompañamiento y orientación

En Río Negro, hay 8.000 personas en lista de espera por un riñón. Al menos, 10 aguardan un pulmón y un corazón.

En lo que va del año, por otro lado, la provincia registró seis operativos de ablaciones, de los cuales cuatro fueron multiorgánicos.

La licenciada en Trabajo Social Guillermina Krenz se desempeña en CUCAI Río Negro y está a cargo de la atención de pacientes, ya sea aquellos que están en proceso de inscripción, los que ya están en la lista de espera para órganos o tejidos y quienes fueron trasplantados.

Se los orienta respecto de las derivaciones, en la gestión de turnos y en la ley asistencial del Incucai (una vez que el paciente está inscripto en la lista de espera cuenta con cobertura de pasajes y medicamentos).

«Desde el área social acompañamos y orientamos todo el proceso. Capaz que toda la vida esa persona fue sana, de pronto va al médico y te dice que necesitás iniciar una diálisis. Una vez que un paciente requiere de tratamiento de hemodiálisis es porque ya llegamos tarde a la prevención de la enfemedad renal. No hay vuelta atrás», especificó Krenz.

La especialista explicó que no hay equipos de trasplantes en Río Negro por lo cual los pacientes deben trasladarse a otros centros de mayor compejidad.

«Hoy tenemos nueve centros diálisis en la provincia y cada centro tiene entre 140 y 170 pacientes. La mayor difusión política sanitaria está puesta en la prevención de la insuficiencia renal», puntualizó.


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