Video | El neuquino que rompe récords en Latinoamérica caminando en una cinta a 200 metros de altura
Amante del highline, el joven siente la disciplina como una filosofía de vida que requiere equilibrio físico, mental y emocional.
Sebastián pasa el cordel de pesca al otro extremo del anclaje. Una vez asegurado, pasa una soga más gruesa y finalmente coloca la cinta principal junto con la de respaldo. Vestido con un arnés sujeto a un anillo de acero, chequea el equipo varias veces antes de subir. Se concentra al máximo, enfrentando el vacío con una mezcla de adrenalina y calma mental y emocional. Unos segundos después, está cruzando mil metros al lado de una cascada a 200 metros de altura. «Para tener equilibrio en la cinta tenés que tener equilibro en tu vida personal«, dice como filosofía de vida el highliner que rompe records en Latinoamérica.
Sebastián Espiándola nació y se crio en Neuquén. A primera vista, parece un joven más, pero su historia está marcada por la pasión, el vértigo y la superación personal. Practica highline, un deporte extremo que consiste en caminar sobre una cinta suspendida a cientos de metros de altura.
La historia con este deporte comenzó en 2016. Sebastián vivía en Córdoba, donde estudiaba y trabajaba. Fue allá donde descubrió el slackline, el deporte que sería la base de su pasión. “El slackline es el deporte madre. Después surgen las disciplinas en altura, sobre agua, acrobacias y velocidad. El highline es una de ellas”, explica.
Durante esos primeros meses, su vida cambió al asistir a una escuela de slackline. «Me metí y no me fui más, me apasionó el deporte», confiesa. “A los tres meses fui a un encuentro de montaña en Los Gigantes. Ahí conocí a la comunidad argentina. Fue increíble”, recuerda con una sonrisa.
Ese evento fue clave para Sebastián. Allá conectó con personas de distintas partes del país, y poco después decidió regresar a Neuquén, su tierra natal, para practicar highline con un grupo de la ciudad.
Esta disciplina no es solo un desafío físico; también pone a prueba la mente. Sebastián admite que al principio, cuando pasó del slackline al highline tenía miedo: “Era una persona con vértigo. Mi profesor nos entrenaba mentalmente para no bloquearnos».
De vuelta en el valle, ideó un proyecto que lo llevaría a lugares impensados. Highline Latinoamérica. Surgió cuando rompió el record argentino en la Isla Jordán por caminar 380 metros. «Festejando en el fogón un amigo nos contó que tenía que buscar su camioneta en México». Para el highliner fue una señal y con un par de deportistas más encararon una nueva aventura.
«Éramos cinco al principio, pero cada vez se hizo más grande. Fue un movimiento latinoamericano de personas que se identificaban con lo que hacíamos y nos escribían de todos los países», relata el neuquino.
Anduvieron por México y Belice, donde comenzaron a batir marcas locales. La pandemia disolvió un poco el grupo. «Ese proyecto quedó ahí pero íbamos a cambiar la historia del deporte acá en Latinoamérica, porque en ese momento todos los récords de los países más avanzados andaban en 300 metros, 400 metros nosotros andábamos con un kilómetro», cuenta.
Ya en solitario, luego de la pandemia, Sebastián rompió récords en Costa Rica y Ecuador. También participó en un proyecto en Colombia. “Siempre buscamos lugares icónicos y con vistas espectaculares. A veces investigamos antes de ir, otras veces exploramos cuando ya estamos ahí”, detalla sobre la planificación.
Junto a su equipo, comienza pasando un cordel de pesca que cruza al otro extremo del anclaje, utilizando a veces drones para lugares más complejos. Luego, pasa una soga más gruesa y, finalmente, la cinta principal junto con la de respaldo, asegurándose de que todo esté firmemente sujeto a árboles, rocas o anclajes en la tierra. «A veces pasar la cinta es más difícil que caminarla», comenta.
Las primeras veces tuvo miedo, pero asegura que lo transformó en adrenalina. Expresó que «te da un poco de incertidumbre subir la verdad aunque sabes que está todo bien, tiene ese gustito».
El highline lo llevó a distintas provincias del país, pero asegura que donde más le gusta practicarlo es en Neuquén. «Tiene los mejores paisajes, y la mayor cantidad de gente practicando».
Las cascadas son una escenografía imperdible, sin embargo, su ambiente preferido es «el bosque patagónico». «Se respira otro aire. Además, es mi tierra, me siento bien haciéndolo acá».
Además de romper récords, con casi una década de experiencia, Sebastián dedicó años a enseñar y certificar a nuevos entusiastas del highline. Ha dado clases en Argentina, Colombia y Ecuador, ayudando a expandir un deporte que aún lucha por hacerse un lugar en el escenario internacional.
Sin embargo, su interés ha evolucionado: “Me gusta más practicar que dar clases. Ahora disfruto de los shows, ver la reacción de la gente, especialmente los niños. Es un deporte que sorprende”. Es que cuando Sebastián se sube a la cinta, el público se vuelve loco.
El fin de semana pasado se presentó en el estadio Ruca Che de Neuquén, una experiencia inolvidable para él. «Fuimos a hacerlo y estuvo hermoso, me encantó porque había muchos chicos y ellos se sorprenden y les encanta».
El highliner describe al deporte como un arte de balance físico y mental. Su filosofía del equilibrio trasciende el deporte: “Si no estás bien con vos mismo, no podés avanzar», asegura. «Te enfrentas a un vacío, a un espacio donde estás vos solo y porque querés. Es como ir a terapia», explica.
La disciplina acompaña a Sebastián a estar equilibrado en su vida personal, como una especie de simbología. «Tengo que tener equilibrio en la cinta y también mi vida. Se trata de la filosofía del equilibrio».
Hoy, Sebastián continúa explorando nuevas alturas y motivando a otros a desafiar sus propios límites. Asegura que para encontrar el equilibrio, hay que perder el miedo a caer.
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