Desde Allen esta casona histórica vela para que no falte el agua en las chacras
Hoy es la sede del Consorcio de Regantes, que coordina el paso del agua entre esta ciudad y Fernández Oro, pero su origen se remonta mucho más atrás en el tiempo.
Cuando los vecinos consultados hablan de esa esquina de Allen, de los años en que el predio ocupaba todo, antes de la construcción de la sede de Edersa en Mitre y Tomás Orell, coinciden en un detalle de su aspecto: el verde de la ligustrina. Hoy aún perdura algo de ese cerco natural, que custodia a la protagonista de este rescate, una inmensa casona, histórica como el pino que la escolta, junto a un tilo, varios rosales y un sauce que deja caer sus ramas cerca de la vereda. Hoy es la sede del Consorcio de Regantes, que coordina el paso del agua entre esta ciudad y Fernández Oro, pero su origen se remonta mucho más atrás en el tiempo.
Irene recuerda que siendo una niña, acompañaba a su padre Gregorio Ramos, a ese edificio de techo alto y paredes color gris pálido o blancas, “según la pintura de la época”, tal como describió en diálogo con RÍO NEGRO. Corrían los últimos años de la década del ‘30, principios del ‘40 cuando ese vecino, llegado desde Bahía Blanca, era empleado de la emblemática Dirección General de Irrigación, como tomero de la zona norte de la ciudad.
Faltaba aún para la creación de la Dirección General de Agua y Energía Eléctrica, la misma que hoy muchos recuerdan, cuando este trabajador se sentaba en una mesa de la casona, cerca de la chimenea, para ordenar y completar las planillas que debía presentar, con las labores y turnos de riego cumplidos a cada familia chacarera, que producían con esfuerzo en un ejido que tenía más quintas que cuadras “urbanizadas”.
A esa antigua repartición nacional, dependiente del Ministerio de Obras Públicas y que funcionó entre los años 1898 y 1947, se le cedió formalmente el uso de esta casa, de líneas sencillas, que figuraba como perteneciente a la Cooperativa de Irrigación del río Negro, otra entidad ya de corte regional, que integraban los primeros colonos que adquirieron tierras y que necesitaban regarlas para ponerlas a producir.
Si bien no se hallaron registros donde se especifique a qué vecino perteneció previamente el inmueble o quién lo construyó, uno de los integrantes más experimentados del actual equipo de trabajo, Fernando Paponi, supervisor operativo, aseguró que la estructura “no posee ni bases ni columnas”, elementos que en las uniones fueron reemplazados por la técnica de “ladrillo cruzado”, unidos con cemento portland hasta cierta altura y de allí en más con barro, recurso natural típico de los primeros años del siglo.
Este trabajador nacido en Fernández Oro, perteneciente a una familia conocida por la tradicional bodega que sostuvieron a la vera de la Ruta 65, fue quien recordó a uno de los jefes emblemáticos de esta repartición: Francisco De Prado. Sin saber que con el tiempo él trabajaría en el mismo sitio, Fernando evocó las veces que pasó por la vereda del predio de la antigua calle Independencia, hoy Tomás Orell, y desde allí admiró la camioneta Ford 56 que De Prado guardaba en el galpón, refugio que todavía se mantiene en el fondo del terreno. El historiador Julio Tort, coincidió en la imagen del paisaje que guardó en sus retinas, junto a la piedra laja del ingreso y el perro bulldog que hacía de mascota, al aire libre.
Desde su rol, la arquitecta Lisa Mir, que trabajó en las últimas dos obras de acondicionamiento realizadas en el lugar, contó que en esta casona que semeja un estilo neoclasicista funcionaron no solamente oficinas, sino también la vivienda de la persona que estaba a cargo de la coordinación, al igual que el área técnica y de cobro. “Todo se hacía en ese mismo edificio”, dijo, en el que se agregó luz natural y se recuperó madera de pinotea del techo, para aprovechar en cerramientos y así mantener el espíritu de su interior.
Luego de muchos años esto se transfirió a la Provincia, con el DPA y desde allí quedó en manos de los productores, en el Consorcio de Regantes, que hoy es liderado por Carlos Zanardi. Lo acompañan empleados de muchos años de trayectoria, convencidos de la importancia de cuidar la tierra productiva, el agua, sus canales y sus pequeños chacareros, por el bien de nuestro valle. Son los mismos que atesoran cada rincón de esta casona, donde los muebles, la máquina de escribir Remington y los escritorios les hablan de otro tiempo, cuando el ingeniero Rodolfo Ballester estaba a la cabeza en la región, y desde Allen coordinaba el finlandés Thoral Bjerregaard, en 1924, por ejemplo.
Mientras tanto, en el parque que Paponi mantiene en el exterior, patrimonio histórico y ecológico para preservar por ordenanza de 1992, observan todo, silenciosos, dos faroles originales y una compuerta de 1920 que recuperaron, como símbolo de los años en que todo la labor se hacía casi sin maquinarias, con rastrones “boca de buey”.
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