Dejar ir
Le doy una y mil vueltas y sigue pareciéndome sumamente antipática esa expresión. Pongámosle la explicación que cada uno quiera. Si soy controladora y necesito todo bajo mis alas. Si me cuesta reconocer el paso del tiempo o de una forma más “amigable”; si disfruto de los afectos.
Todo y nada podría llegar a ser.
«Decir adiós es crecer»
Hablemos de eso. Claramente no les propongo hablar de mí, aunque por supuesto, de este ser con su subjetividad surjan estas líneas.
Voy a enfocar. “Dejar ir” cuenta con millones de instantes e interpretaciones a lo largo de la vida. Miremos esos momentos cuando los hijos crecen y se necesitan “cortes” dentro del seno familiar. En general hablamos de las instancias donde los chicos se independizan, o deseamos que lo hagan, que en líneas generales lo visualizamos cuando se van de casa. Pero para llegar a ese momento, se tienen que atravesar muchos otros pasos.
Es bello observar los momentos en que los animales empujan a sus crías a caminar. Reconozco que el que más me impacta es con los pájaros. Empujan del nido con convicción. Qué seguridad en ellos mismos para hacerlo, sabiendo que sus pichones podrán abrir las alas y no caerán al vacío…
Es tan fácil romper un corazón
Como la naturaleza es sabia y somos parte de ella, me gusta preguntarme qué de mi cerebro interrumpe mi instinto. Lo descubro y detecto al instante. “Quedate conmigo, sino no sé qué hacer con este vacío”. ¿Los animales tendrán esa sensación de vacío al dejar ir? ¡O solo se dejan llevar y disfrutan su vuelo?
Las pequeñas acciones cotidianas que escucho a diario y que más cuestan, son tan sutiles como complejas. “No quiere dormir solo. 8 años y duerme con nosotros”. “Le tenemos que limpiar la cola, dice que le da asco” “Le lavo la cabeza, sino le queda shampoo”. “Le armo la mochila, sino se olvida la mitad de las cosas”. “Si no me siento a hacer la tarea, no la hace”. “Lo cambio, así hacemos más rápido”
¿Resuenan estos dichos?
Tengo más: (años más tarde…) “No sale de casa”. “No quiere trabajar, dice que no hay trabajo”. “Lo veo triste”. “No tiene proyectos”
Estas son líneas de reflexión, por supuesto lejos están a un diagnóstico. La intención es poder observar, sin juzgarse, cómo educamos. Cuáles son los mensajes que enviamos con los inocentes y amorosos: “yo te limpio, dormí conmigo, te ayudo a hacerlo”.
Dejar crecer implica dejar ir, tambien nos deja tiempo para vernos. Nos obliga a mirar nuestras relaciones, aquello que no pudimos o no nos animamos. Es una tarea ardua, a veces bellísima y sanadora, en otras tortuosa y desgastante. Sea cual fuere es nuestra responsabilidad, compromiso y protagonismo. Dejar entrampados a nuestros hijos es un acto de cobardía.
Acompañarlos a crecer, soltarlos de a poquito es un acto real de amor, por ellos como seres en crecimiento, por nosotros, por la misma razón.
laucollavini@gmail.com
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