Cristina y Carolina, dos mujeres frente a su aventura más extrema: nadar entre hielos, en la Antártida

Su objetivo es sensibilizar sobre el impacto del cambio climático.

Cristina Ganem salió recién de hacerse estudios. Unos que le pidió su doctor. “Acá todos somos amigos”, cuenta, “pero las cosas se cumplen a rajatabla”. Es que por delante tiene la experiencia más extrema de su vida: nadar, entre hielos, en aguas gélidas, sin traje de neoprene, a una temperatura entre -1 y tres grados, junto a Carolina Modena, cinco kilómetros en el fin del mundo, en la Antártida.

Hace dieta, pero no se obsesiona. Ahora mastica una raspadita de harina blanca. «Como sano, nada más». Pero, cuida su masa muscular. «Es importante para la recuperación del frío», dice, «para activar el cuerpo».

Como no puede ser de otra manera, su día comienza en el agua. A las 6 suena el despertador y parte para el Club Santafesino. Ahí desde las 7 nada una hora y media. Entrena, sobre todo, potencia, es decir, salir lo más rápido del agua posible, cumpliendo equis cantidad de metros. A la tarde, se sumerge en un gimnasio que armó en su casa. Ahí fortalece hombros, abdominales y hace ejercicios de fuerza. Los fines de semana entrena entre 45 y 60 minutos en El Chocón o en el río Limay. “Voy aclimatando el cuerpo”, cuenta.

Carolina Modena entrena en el Club Santafesino. Foto: Matías Subat

En el medio de ese exhausto entrenamiento: su vida, su rutina y obligaciones. Es arquitecta, pero a lo que más tiempo le dedica es a Océano Virgen, un local dedicado a la natación. También cuida a familiares y a su hijo.

“Ni yo ni Carolina tenemos un pasado de ser estrellas de la natación”, dice, “somos gente común, tenemos nuestros laburos, hacemos malabares para llegar a fin de mes, o sea tenemos la vida de cualquier persona”, explica. Por eso, el proyecto que tienen por delante es un desafío extremo que las enaltece.

Cristina nació en Comallo. De ahí, dice, que viene su amor por el agua fría. De chica, con su familia era costumbre viajar a Bariloche, y meterse, cualquiera sea el clima, en el Nahuel Huapi.

Pero, la verdadera incursión en la natación le llegó recién a sus 42. Ese año tuvo un accidente automovilístico, y el médico le dio su diagnóstico: “tenés la tercera y cuarta cervical desviada”. Y también le dio una indicación que la cambió para siempre: “tenés que fortalecer los músculos que rodean a la columna”. Ahí fue que comenzó su vida acuática.

Empezó en el Club Santafesino a practicar, después entró a un equipo, después participó de torneos, después entró al mundo de las aguas abiertas y luego, empezó una espiral ascendente: en 2014 hizo el Estrecho de Gibraltar, en 2015 el Estrecho de Magallanes, en 2016 la Travesía Lago Argentino – Glaciar Perito Moreno, en 2017 el Cruce 7 Lagos Invierno, en 2018 fue campeona argentina de Aguas Frías, también se convirtió en la primera argentina (y la número 272 a nivel mundial) en nadar una “milla helada” sin protección térmica en Canal de Beagle, en  2019 unió la isla Gran Malvinas con la Soledad, en Islas Malvinas, y fue la primera argentina y segunda a nivel mundial en hacerlo sin protección térmica, también hizo el cruce de Canal de la Mancha, en  2024 nadó una milla helada sin protección térmica en Lago Nahuel Huapi.

Carolina Modena, una apasionada por el nado en aguas abiertas.

Su compañera de nado, y de aventura, no se queda atrás con los galardones: Carolina Modena es Psicóloga Social y nadadora de aguas gélidas. Al igual que Cristina tiene mucha sensibilidad por el cuidado del medio ambiente. Fundó, con esa intención, Almacén B ecotienda.

Además es madre, tiene dos hijas; 41 años y un listado extenso de medallas. Como Cristina, la natación también le llegó después de los 40. Empezó en pileta, pero a los dos años incursionó en aguas abiertas. En 2022 empezó nadar en aguas frías. Y con 49 fue Campeona Mundial en la Winter Swimming Word Cup. También hizo las Travesías Invernales en el Canal de Beagle, la Travesía Estrecho San Carlos – Isla Malvinas y una milla sin protección térmica en el lago Nahuel Huapi en invierno. Hizo el Oceanman Lago Espejo, nadó en Lago Moreno, Isla Huemul, Lago Puelo, Lago Aluminé y hasta en San Antonio Oeste.

Carolina Modena nadando en las aguas del Glaciar Perito Moreno. Foto: Gentileza

“Queremos mostrar”, sigue Cristina, “que a través del deporte podés llegar a muchas cosas y a muchos lugares. Queremos motivar a la gente que haga deporte”.

El proyecto que tienen por delante tiene otro objetivo: concientizar sobre el impacto del calentamiento global en nuestros mares. Buscan dejar una huella positiva en el mar. Quieren ser mujeres de acción ante la problemática del medio ambiente por la que atraviesa el planeta. “Tenemos la responsabilidad de defender y actuar en beneficio de la conservación y preservación del medio ambiente, de construir territorios más sanos y de formar generaciones más conscientes de la importancia de cuidar nuestra Madre Tierra”, dicen.

El viaje se empezó a gestar en junio de este año. En el local de Carolina, entre medio de trajes de baño, antiparras y elementos acuáticos Cristina le dijo: “Vamos a la Antártida”. Y del otro lado escuchó lo que quería: “bueno”.

Ahí nomás pusieron manos a la obra. “Todo, pero todo, lo hacemos a pulmón”, dice Cristina. Con el primero que hablaron fue con el capitán del barco. En aquel momento les dijo que tenía disponible en febrero. Ahí pactaron fecha. Y a partir de ahí, arrancó el periplo de conseguir financiamiento, apoyos y armar el equipo con el que finalmente viajan: Dr. Agustín Sánchez, especialista en Clínica Médica; Virginia Luc, coach Ontológico Profesional y Patrón Yate Vela Motor; Angel Emilio Stoll, asistente técnico, buzo y timonel vela yate motor; Sebastián Vereertbrugghen, fotógrafo y documentalista; el capitán y su ayudante. En total son ocho personas que se embarcan.

Cristina Ganem junto a parte del equipo con el que viaja. Foto: Matías Subat

“El proyecto fue creciendo”, explica, “pero aún seguimos buscando financiamiento y colaboraciones. Estamos también buscando un guionista para hacer el documental”.

El 30 de enero es la fecha que parten para Ushuaia. De ahí tienen un mes por delante de cuidado y aventura extrema. “Donde el capitán pare y haya condiciones para meternos, nos meteremos”, cuenta Cristina, “siempre decimos que haremos intentos de nado, allá el clima es cambiante y los planes pueden variar”.

Tienen protocolo para meterse al agua, también para salir. Los roles que cada uno cumple en el barco y en el bote auxiliar están bien determinados. Esta quien controla cómo nadan, quien asiste, quien espera a actuar una vez que vuelven al barco, quien está preparado por si dejan de sentir los pies o las manos, también para tomar signos vitales. Todo está planificado y debidamente estudiado. “Tenemos un equipo excelente”.

Harán dos tipos de nado: uno de a 500 metros cada una – unos 10, 12 minutos en el agua -; y otro en tándem, juntas.

Recorrido que harán en la Antártida.

Entre medio de las aguas gélidas Cristina y Carolina buscarán hacer cinco mil brazadas.  Ninguna llevará traje. “¿Vos te pegarías una ducha con un papel film puesto?”, pregunta, “nosotras tampoco”.

Ahí irán las dos, buscando que el agua pura de la Antártida toque su piel, que el mar del fin del mundo las contenga. “Vamos al ombligo del mundo”, insiste, “tenemos que concientizarnos que toda la porquería que nosotros tiramos acá se va para la Antártida”.

Cristina está a pocos días de una de las experiencias más reveladora de su vida. Allá a miles de kilómetros de la pileta donde entrena, antes de zambullirse al agua, pedirá permiso y dará gracias por la creación. Contará hasta tres y sin rodeos ni dilataciones dará las primeras brazas.

Allí, abajo, abrazará el agua pura y repetirá de manera constante, casi como un mantra: fuerza, fuerza, fuerza. Dará braza tras brazada. Acelerará. En su cabeza, volverá a sonar: fuerza, fuerza, fuerza. Buscará potencia en la patada, en los brazos, en los abdominales. Una vez más, el mantra seguirá sonando: fuerza, fuerza, fuerza.

Al subir al bote, con su piel mojada y fría, volverá a dar gracias: a la naturaleza, a dios y a la raspadita de harina blanca que le aportó masa muscular.

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