Conocé este oficio distinto, de la mano de un experto: Quelo, el redero de San Antonio Oeste
Tiene 77 años y aprendió a tejer redes a los 24. "Arranqué de casualidad, y en los barcos aprendí todo lo que sé". Hoy es guardián de una habilidad que casi nadie maneja, tanto a nivel país como a escala mundial. Mirá...
«¿Que sabés hacer? ‘¿Yo? Nada’. -Bueno, tenés una semana para aprender. Si en una semana no hacés costura de cabos (sogas) y empezás a reparar redes, no te llevo.» Eso me dijeron a mis 24 años, en Mar del Plata. Estaba recién casado y buscaba trabajo. Tenía dos opciones, ir a sacar papas a Balcarce o meterme en la pesca. Quise embarcarme, y así empecé».
Con estas palabras Quelo recordó ese diálogo que mantuvo con un capitán marplatense, que lo marcó de por vida. Porque lo introdujo a un oficio que manejan muy pocos, tanto a nivel país como a escala mundial. «Soy redero. Hoy, con 77 años, casi no tejo nada. Pero hasta hace dos años me entraba mucha plata. A partir de octubre me llegaban pedidos. Vendía 60 redes para pescar cornalitos, que casi siempre me compraban los que vienen a veranear. Cada una valía $120.000, así que imagináte lo que llegaba a juntar».
‘Quelo’ es Miguel Camarero, y vive en San Antonio Oeste, rodeado de mar. Tiene los ojos grises y las manos finas, tal vez de tanto hacerlas trabajar. De su Misiones natal le quedó el sobrenombre. «Nací en una colonia polaca, y allí Miguel es Miquelo. Al mes me llevaron a Mar del Plata, pero el apodo me quedó».
«Vengo de cinco descendencias. Mi abuela -por parte de mi papá- nació en Suiza, pero era hija de finlandeses. Mi viejo era vasco, y por parte de mi mamá mi abuelo era francés. De mi viejita no sabemos si era brasileña o argentina, porque nació en San José, y en esa zona hay pueblos que se llaman así de cada lado del río. Antes las partidas de nacimiento se escribían a mano. La de ella era un borrón difícil de descifrar, por eso quedó la duda» contó el hombre.
Ninguno de esos parientes tuvo una vida atada al agua. Y hasta su papá migró hacia el mar, pero para trabajar la tierra. «Trabajó en el campo y como carpintero. Recién de muy grande se le dio por hacer algunas filmaciones, y se embarcó para grabar el mar» recordó.
A él lo enredó el océano casi por casualidad. Y hoy, desde la tienda de ropa que montó en su casa y atiende de a ratos, reconoce que «siempre odié embarcarme. El día que subí al primer barco lo hice porque los trabajos en tierra, como cosechar papas, duraban tres meses. Pero yo extrañaba horrores… desde mis hijos hasta el gato. No había momento de la navegación en el que no pensara en regresar».
Quizá para huir de tanta nostalgia se refugió en las redes. «Aprendí a tejer mirando. Antes nada se descartaba para arreglar en tierra, como pasa ahora. Si terminado el día la red tenía agujeros había que arreglarla de noche, porque al otro día no se podría pescar». …Y así, aguja en mano (un instrumento plástico con un hueco oval para pasar el hilo) comenzó su aventura de coser sin parar.
«Los rederos cosen mallas, que vienen en paños. Los tamaños de esas mallas son distintos, según lo que se quiera pescar. Y también para que no se capture pescado chico, que jorobe la reproducción de una especie. Para armarlas hay planos. Y, para hacerlas o repararlas, tenés que ir haciendo cálculos, para ver cuántos de esos paños necesitás» contó Quelo.
Desde hace tiempo las agujas rederas son plásticas y fosforescentes, para distinguirlas bien al hilar. «Antes venían de madera, y las pintaban de blanco. Es que dicen que esto cansa la vista, pero a mí nunca me pasó. Pasé noches enteras tejiendo en los barcos» remarcó, con orgullo.
También afrontó problemas. «Cuando hice redes para pesca comercial no siempre me pagaron. Por eso me cansé y no quise renegar más» aseguró. Hoy sólo teje redes pequeñas, de usos deportivos. Además dejó de subirse a embarcaciones. Las últimas lo trajeron a estas costas, de las que no se alejó más.
Ahora ayuda a su esposa Patricia, en la boutique que abrieron en la vivienda familiar. «Y malcrío a mis nietos que son muchos, porque tengo seis hijos. Cuatro con Graciela, mi primera mujer, y dos con la actual, unos mellizos que se criaron conmigo. Los siento a todos por igual».
Claro que sus hilos y la aguja redera siguen estando cerca. «Eso jamás me abandona. Cuándo tejo no pienso en nada. Me voy lejos. Es que soy tan viejo que tengo muchos lugares para dejarme llevar. Mientras la red avanza, a mí me pasa lo opuesto. Mi cabeza va yendo para atrás» aseguró, nostálgico.
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