Como un pájaro, Santiago saltó de una antena de 120 metros: «pura adrenalina»

Santiago Solari es instructor de paracaidismo y lleva unos 3.000 vuelos desde un avión, pero en los últimos años se enamoró de un nuevo deporte de aventura: el salto base.

La había detectado desde hacía tiempo. Esa antena de Pinamar sobresalía entre todos los árboles. Supo que quería saltar desde ahí. No había nadie que lo hubiera hecho antes con lo cual la experiencia se volvió aún más seductora.

Con un amigo, Santiago averiguó qué tipo de antena era para saber si tenía corriente, analizó las características del lugar y los posibles obstáculos en la zona para asegurar un aterrizaje seguro. El estudio llevó un par de meses hasta que definieron que el lugar «era saltable». Con un buen pronóstico a la vista, decidieron intentarlo.

Sin embargo, al llegar a la cima de la antena, se encontraron con algo que no estaba previsto: estaban a 120 metros de altura sobre una muy pequeña baranda. «La antena tenía una base triangular y había que hacer varios metros para llegar al borde de donde nos tiraríamos. No teníamos de dónde agarrarnos y lo primero que pensamos fue cómo llegar hasta ahí«, detalló.

Explicó que apenas podían «pisar sobre los hierros de la antena»: «Permanecimos algunos minutos pensando hasta que decidí agacharme con mucho cuidado hasta lograr poner el pie en el borde. Fue un momento super intenso».

Cuando llegó hasta el objetivo, surgió otro obstáculo: cómo pararse para lanzarse al vacío. «Para eso, tenía que soltarme y hacer equilibrio. Me llevó varios minutos hasta que tomé coraje y valor. Siempre está la charla con uno mismo: ‘Tranquilo, te parás, te tirás y abrís el paracaídas'», comentó risueño.

Cuando lo logró, a los dos segundos del salto, abrió el paracaídas. El aterrizaje fue técnico, entre los árboles. «Había un bosque con lo cual había que entrar en alguno de esos claros. Te agarra una especie de euforia difícil de describir que, poco después, se convierte en placer. Y el no quiero volver saltar del principio se convierte en ‘Vamos de nuevo'», recordó.

Esa tarde, regresó a su casa en bicicleta tal como había llegado a la antena. «Como quien dice que fue a comprar pan», bromeó.

Santiago, a punto de saltar. Foto: gentileza

Del paracaidismo al salto base

Santiago Solari se crió en Pinamar y siempre le gustó surfear. A los 21 conoció el paracaidismo y, desde entonces, sumó saltos y más saltos al vacío hasta convertirse en instructor. Siempre en busca de adrenalina, decidió probar el salto base que le volvió a despertar la emoción que había creído dejar atrás.

«Empecé a ver en internet videos que me volvieron loco de gente saltando desde montañas, edificio y antenas, de donde no se requería mucha infraestructura. No hace falta un avión, ni un piloto ni toda la parafernalia. Sos solo vos y tu paracaídas«, resumió este hombre de 38 años que vive en Bariloche desde hace 10 años.

Reconoció que hoy en día, el paracaidismo ya no le genera «nervios ni miedo»: «Debo tener 3.000 saltos desde un avión. Ya es puro disfrute. El salto base, en cambio, es lo que siente una persona que va a saltar por primera vez de un avión».

Esta actividad requiere solo de un paracaídas -a diferencia del paracaidismo que tiene dos: uno de reserva- y consiste en saltos de baja altura desde un objeto fijo a partir de los 90 metros que pueden ser edificios, antenas, puentes o montañas.

Esta disciplina comenzó en el parque nacional Yosemite en Estados Unidos. En 1966, Michael Pelkey y Brian Schubert hicieron el primer salto base desde El Capitán, un monolítico granítico con una pared vertical de unos 914 metros. Acabaron con huesos rotos por el salto. Años después, el Servicio de Parques Nacionales dejó de emitir permisos para esta actividad y en 1999, Jan Davis murió mientras hacía un salto ilegal de protesta por la prohibición.

Santiago explicó que, como el salto base ocurre a baja altura, no tiene sentido usar un segundo paracaídas porque no habría tiempo para activarlo. «Hay que concentrarse en un solo paracaídas que abra rápido y bien. Además, es distinto desde lo psicológico: en un avión, no hay referencia de dónde está el piso. No está en tu mente que vas a impactar contra el piso porque está lejos. En el salto base no solo ves el piso sino que podés hablar con la gente que está abajo», describió.

No hay margen para fallar

«Siempre me gustaron mucho los deportes alternativos que te ponen en contacto con la naturaleza. Cuando conocí el paracaidismo, me empezó a picar el bichito de querer probar esa sensación de estar uno solo en medio del cielo», planteó.

En La Plata hizo el primer curso de paracaidismo y llegó a sumar 40 saltos. Pero el club cerró sus puertas y se trasladó a Chascomús.

«Es un deporte muy caro: hay que dedicarle mucha energía o tener disponibilidad económica grande. Por eso, es normal que la gente empieza con toda la emoción que querer saltar toda su vida y después, se da cuenta que no se puede tanto», explicó.

Un salto de bautismo. Foto: gentileza

Tiempo después, un amigo suyo que trabajaba como operador del Club de Paracaidismo le comentó que necesitaban un «packer» (quien empaca los paracaídas) en Chascomús. «Es la forma más sencilla de entrar en el ambiente, de modo que acepté la propuesta. Trabajaba de lunes a viernes en la Municipalidad de Pinamar y el fin de semana, viajaba 200 kilómetros hasta Chascomús», contó. Con el tiempo, renunció a su trabajo y se instaló en el Club de Paracaidismo donde cortaba el pasto, pintaba las paredes y manejaba el Facebook del club.

«Fui agarrando distintas tareas que cambiaba por saltos o créditos para poder saltar. Así fui sumando los saltos necesarios para tener las tres licencias avaladas por la Asociación de Paracaidismo de Estados Unidos», comentó.

Con el tiempo, Santiago buscó un nuevo destino para ejercer como instructor. Pensó en México o en Nueva Zelanda, pero una propuesta en Bariloche lo hizo considerar la oportunidad de vivir en la Patagonia. Fue así que comenzó a trabajar como instructor en el aeródromo de la ciudad lacustre.

Cuando descubrió el salto base, un deporte que no está regulado, decidió tomar un curso en Brasil. «Camino al puente de Río Grande Do Sul, el instructor nos preguntó si nos gustaba una antena y nos invitó a saltar desde ahí. Estaba muy emocionado con mucho nervio, pero decidido a hacerlo», relató.

Antes de saltar, evaluaron la potencia de los vientos, si había obstáculos como cables o árboles y lugar para aterrizar. «Hay mucho susto y adrenalina en el momento previo a la decisión. Pero no vacilé en ningún momento«, admitió.

¿Un deporte peligroso?

Santiago advirtió que el paracaidismo está considerado como de un deporte peligroso aunque según señaló, no lo es en tanto cuenta con dispositivos automáticos de seguridad y se han mejorado las técnicas de enseñanza y equipamiento.

«Con el paracaidismo -advirtió-, te lanzas a un promedio de 3.000 metros de altura. Subís a un avión de donde saltás con el paracaídas cerrado. Tenés un buen rato de caída libre durante 30 o 40 segundos. A una altura determinada, se abre el paracaídas y tenés entre 3 o 5 minutos más».

¿Qué se disfruta más? La caída libre, admitió. «Usamos el paracaídas para tener forma segura de llegar a tierra, pero lo que más atrae a un paracaidista es poder saltar y caer a 200, 250 kilómetros por hora. Sos vos, te ponés de espalda, sentado, podés ir para adelante o para atrás«, comentó.

Subrayó que hoy «es muy raro que haya un incidente en un salto de avión. Son muy bajas las estadísticas. La mochila del paracaídas tiene un dispositivo de apertura automática que mide la velocidad y la altura. Si lanzo un paracaídas solo, sin ningún humano, desde un avión, a determinada altura, el paracaídas se abre solo».

Con el salto base, en cambio, alertó, «sé lo que estoy haciendo, pero, a su vez, siento miedo. Ya habiendo saltado un par de veces, recuerdo haber estado en el borde de una montaña en Esquel, a 90 metros de altura, y me temblaban las piernas«.

Cuando se le consulta a Santiago cuál es el principal desafío del salto base, responde que no hay margen para fallar. «En paracaidismo, si algo falla, los márgenes de seguridad son altos y hay mucho tiempo para resolver situaciones inesperadas. No así en el salto base donde tenés un minuto para resolver el paracaídas. Las funciones del cerebro están al 200% para que el tiempo de reacción sea rápido«, concluyó.


Antes de practicar este deporte, es recomendable contar con un mentor y tomar el curso de primer salto.


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