Claudia rearmó su vida a través del diseño de lencería que aprendió de manera autodidacta

Nació en Allen, vivió en Neuquén y ahora está radicada en Roca. Logró instalar su propio local luego de escapar de una situación de violencia de género y de haber sido despedida de su trabajo.

Claudia Castro tenía 38 años cuando un 23 de diciembre de 2015 la despidieron de su trabajo en una empresa de decoración de eventos de la ciudad de Neuquén. Tenía dos hijas pequeñas y sufría violencia de género y económica, una situación de la que por ese entonces no podía salir. Pero pudo, pudo contra todo. Hoy sostiene, desde el 2016 su emprendimiento independiente de diseño y confección de lencería y tiene su propio showroom en la terminal de ómnibus de Roca.

Venía del rubro textil, pero nunca pensó que entre telas e hilos podría encontrar el ancla que le permitiría salir del pozo. Nació en Allen y luego se trasladó a vivir a Neuquén, donde conoció a quien sería su pareja y padre de su hija menor. Llegaba a esas tierras con su pequeña mayor. Todo venía bien hasta que todo explotó. «Estuve con asistencia psicológica y psiquiátrica, siempre medicada. En ese momento decidí mudarme a Roca y tengo que agradecer la asistencia y contención que siempre recibí del personal del hospital López Lima. Hoy ya no estoy medicada, solo recibo terapia psicológica y puedo vivir de mi emprendimiento», recordó la emprendedora.

Al iniciar su relato, Claudia contó que cuando empezó con la confección de lencería, en 2016, «no tenía un mango», por eso buscaba en las casas de telas la mesa de saldos. «Me decían ahí viene la 30 centímetros», es que solo podía comprar pedacitos de géneros con los que con ingenio y voluntad logró armar las primeras bombachas. Hoy compra telas por kilos.

Además, realizaba agendas artesanales y un día con un bolso con 8 «calzones» y un par de agendas comenzó a recorrer las ferias de emprendedores de la región para encontrar su lugar. En esos lugares, se gestó su nueva vida.

Autodidacta y en tiempos donde los tutoriales no existían, Claudia, aprendió del «ensayo y error». «Empecé con un papel, un lápiz, una regla y una tijera a diseñar los modelos. Tomaba un pedacito de tela y trataba de ensamblarlo con otro, un resto de puntilla o de encaje y así fueron salieron los diseños. Yo nunca estudié para esto, pero me las rebusqué para encontrarle la vuelta», agregó Claudia.

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En sus inicios solo se animaba a las bombachas, luego de a poco le fue sumando corsetería de calle y de fiesta» y a imprimirle a sus diseños una marca personal. Hace un par de años, junto a otras tres emprendedoras del rubro textil lograron, a través de un programa implementado por el municipio de Roca, obtener un local, el de ella es el 27, en la terminal de ómnibus de la ciudad.

«Todo fue a pulmón, como se pudo. Primero el local que fue un salto inmenso, luego un par de perchas, con un perchero. Mi terapeuta que regaló un maniquí que me acompaña a cada feria a las que sigo yendo y hoy tengo de clientas fieles que además de clientas son mis amigas», contó la diseñadora.

Atrás quedó su pasado triste, aunque aún su realidad personal no es la mejor, pero se siente orgullosa de poder haber dado el salto, salir sola a flote y conseguir un oficio que le da de comer a sus hijas. «No fue fácil, pero lo pude hacer», agregó.

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Una vez establecido su showroom comenzó a animarse a pedir los insumos a través de páginas on line, «algo desconocido para mi hasta ese momento», se confesó, porque nada de lo que ella necesitaba o soñaba con incorporar a sus prendas las podía encontrar a acá o eran muy costosas. Hoy con su red de proveedores y clientas establecida, va sumando otras propuestas para sus compradoras.

«Yo armo las prendas por talle, pero siempre busco que quien se lleve un calzón o un corpiño se sienta por sobre todas las cosas, cómoda. Toda prenda se puede modificar, estirar, achicar, ajustar, colocarle algo más. Mis diseños se van transformando de acuerdo a la necesidad de cada mujer que concurre a mi local», contó Claudia.

En ese sentido, la diseñadora encontró una veta que decidió no dejarla nunca. «A veces las mujeres cuando entran a la menopausia, engordan o adelgazan y en estos tiempos uno compra lencería que te dure mucho tiempo. Entonces yo les dijo que me traigan las prendas y las vamos ajustando a su cuerpo. También con mujeres que han pasado por el horrible transe de un cáncer de mama, que tienen prótesis o cicatrices, trabajamos juntas para encontrar el género que mejor las haga sentir, que se ajuste a tu tamaño de taza o espalda; vemos el tema de las costuras porque muchas veces molestan y así vamos armando juntas el conjunto», concluyó.

Y así, no solo ella sale a pelearle a la vida, sino que ayuda al resto de las mujeres a que la peleen y además se sientan cómodas con lo que llevan debajo de la falda, el pantalón o el buzo.

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