Celia, la historia de una mujer de Allen que crió seis hijos, limpia terrenos y arregla patios
Vive y es el alma del barrio La Pasarela, en la zona ribereña de Allen. Arranca a las 5 de la mañana y desparrama alegría, amor, enseñanzas y pregona la cultura del trabajo.
Celia Pino tiene la nobleza y la fuerza de una mujer que sacó sola adelante una familia de seis hijos y a sus 56 años, aún desparrama alegría, amor, enseñanzas y pregona la cultura del trabajo.
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Nació y se crió en las chacras; y hoy sigue ligada al entorno natural que más conoce desde otro lugar. Junto a Jaime, su pareja, hace limpieza de terrenos, desmaleza, limpia jardines, instala riego por aspersión, arreglan plantas…
Madre de Javier, Carolina, Vanesa, Natalia, Rolando y Hernán, Celia tuvo que lucharla sola desde muy joven. Y aún hoy mantiene ese espíritu de sacrificio y trabajo para seguir adelante.
“Arrancamos a las 5 de la mañana, y capaz que a las 7 y media ya limpiamos el primer terreno. Jaime va con la motoguadaña, y yo voy juntando. Aprovechamos la mañana temprano para evitar el calor, pero en estos días es bravo. Cortamos un rato al mediodía y después seguimos a la tarde”, relata Celia con la vitalidad y entusiasmo de alguien que todavía busca su destino.
Convertida un poco en el alma del barrio La Pasarela, en la zona ribereña, al oeste de Allen, Celia conoce todos los secretos del lugar y tiene mil historias para contar.
“Una vez una vecina se puso a prender fuego unos yuyos. Todos sabíamos que algo iba a pasar porque había viento. Y tal cual, a los segundos, el fuego agarró los yuyos secos y se vino para el barrio. Enseguida nos pusimos a ayudar entre todos porque se venía contra las casa. Como acá todos tenemos bombas de agua, las conectamos y empezamos a tirar lo más lejos que podíamos. Mientras unos tiraban agua con baldes, otros hacían zanjas para que no avance el fuego. Alcanzamos a salvar la cantonera de una chica, que lloraba desconsolada porque era lo único que tenía. Después la que empezó el fuego, andaba diciendo que incendio lo iniciamos los de ‘la toma’, como denigrándonos, cuando acá todos tenemos la tenencia legal hace años”.
Celia, que durante muchos años vivió en Fernández Oro, donde permanecen alguno de sus hijos y nietos, integró la comisión directiva de La Pasarela, peleó por los servicios del lugar para mejorar la calidad de vida de los vecinos, e incluso durante un largo tiempo también estuvo al frente de una despensa que abastecía a la gente del lugar.
El arraigo con el barrio hizo que también algunos de los hijos de Jaime vivan en el mismo sector.
“Para las Fiesta mi casa está llena de gente, nos encanta. Viene toda la familia, los chicos arman las carpas y se quedan a dormir en el patio” cuenta la mujer mientras Jaime no para de hacer cosas en silencio. Termina de tapar la pelopincho de los nietos con un nylon gigante, refuerza con clavos los bancos de madera que él mismo construyó, acomoda uno poco las brasas del asado que arrancó uno de sus hijos.
El rendidor Renault 12 gris…
Cuando por las chacras se ve un Renault 12 gris ya se sabe que son Celia y Jaime. Es una de las grandes herramientas de trabajo de la pareja.
“Es viejito, pero lo cuidamos mucho porque nos lleva a todos lados. Nosotros somos muy ordenados económicamente. Sabemos que si un día limpiamos cuatro terrenos, lo que sacamos de uno es para el auto, reparar herramientas o comprar algo que nos hace falta para el trabajo. El resto para vivir”, relata la mujer mientras toma el volante y maneja rumbo al próximo terreno, también como una forma de darle descanso a su compañero.
Una historia de amor y “reencuentro”
A los 26 años Celia quedó sola criando a sus seis hijos.
Trabajaba casi más tiempo del que el que podía pasar con ellos. Por eso su hija mayor Carolina fue su mano derecha y su extensión dentro de la casa.
“No teníamos opción. Yo tenía que trabajar todo el día o no tenía qué darle de comer a mis hijos. Me ayudó mucho mi hija Carolina, pero siempre le inculqué buenos valores a todos”, recuerda la mujer.
Pasaron 15 años de remar en soledad, hasta que la vida hizo que se reencuentre con Jaime, a quién conocía de su adolescencia. La vida de Jaime tampoco había sido sencilla: durante años trabajó en las chacras y también crió solo seis hijos.
El reencuentro fue inmediato. Ambos con hijos grandes y con las mismas ganas de progresar en la vida, armaron un equipo inseparable.
Juntos comenzaron a dedicarse a la limpieza de terrenos y de a poco fueron construyendo un hogar, a metros del río Negro, un lugar que conserva frutales y mucho amor, al que llamaron “El Reencuentro” y que por supuesto es el lugar de reunión familiar permanente de hijos, nietos, parientes políticos y amigos.
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