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Calentamiento global y la crítica situación de los basurales

La imagen es desoladora: montañas de residuos acumulados bajo un sol implacable, materiales descompuestos liberando metano y calando la tierra con líquidos que envenenan las napas, voladuras de bolsas y el humo constante.

Argentina enfrenta, según cifras oficiales, la amenaza de más de cinco mil basurales a cielo abierto. Este fenómeno no sólo es un estigma sino que también refleja la crisis ambiental global, donde el cambio climático se constituye como el principal antagonista de la vida.

En los vertederos, la situación es dramática: el calor convierte los desechos en emisores de metano sin control, un gas con un potencial de calentamiento global veinticinco veces mayor que el dióxido de carbono.

El ciclo es infernal: el calentamiento genera más desechos y estos, a su vez, contribuyen al calentamiento. A este cuadro se le suma el inhumano escenario en el que miles de semejantes, empujados a la indigencia, buscan materiales entre la basura para venderlos por unas pocas monedas o directamente para encontrar sobras de comida que otros han descartado.

El gobierno del presidente Milei reconoce, en el sitio web oficial (https://www.argentina.gob.ar/interior/ambiente/accion/basurales#), la existencia de 5000 basurales a cielo abierto, lo que significa, en promedio, más de dos basurales por municipio. La mayoría de ellos son formales, es decir, son el modo oficial en que los gobiernos locales eliminan su basura.

En la misma página se alerta sobre los riesgos de esta metodología: al no contar con suelo impermeabilizado, los basurales a cielo abierto resultan un foco de contaminación, tanto por la producción de líquido lixiviado como por la emisión de gases de efecto invernadero que terminan envenenando el aire y los acuíferos del subsuelo.

Durante mi gestión como intendente de Viedma implementamos un sistema de separación de residuos para su reutilización o reciclado en una planta construida con fondos del BID y organizamos la operación de un relleno sanitario, ubicado a 25 km del centro de la ciudad, para confinar en domos herméticos los residuos sin valor para ser reciclados.

Este sistema comenzó a operar en plena pandemia con el objetivo de mitigar las consecuencias de los residuos generados diariamente por la comunidad. Sin embargo, el costo de este nuevo modo de tratar los desechos es, como mínimo, el doble de lo que cuesta el financiamiento del sistema tradicional de los basurales a cielo abierto.

Viedma se encuentra entre las apenas treinta y seis ciudades en Argentina que se han comprometido a sanear sus residuos con criterios del siglo XXI, abandonando los métodos que se remontan al medioevo.

A pesar de este avance, los sobrecostos del sistema de separación y del relleno sanitario son muy altos, y Viedma, durante mi paso como intendente, nunca recibió apoyo directo del gobierno nacional y provincial en función de su contribución ambiental.

La experiencia indica la necesidad de una legislación federal específica que comprenda las demandas que emanan de la adecuada disposición final de los pasivos ambientales, a partir de la interacción entre empresas y consumidores, como fuente principal en la producción de los residuos sólidos urbanos.

Es clave que los municipios sean respaldados por políticas nacionales que los ayuden a sanear sus residuos, donde la colaboración más significativa no se limite a la generación de infraestructura, sino que incluya el apoyo mensual para la prestación del servicio porque el costo más relevante se produce en los procesos de separación en planta y de confinamiento en los domos en los rellenos sanitarios.

A la par, es necesario construir un estado de conciencia en materia ambiental que hoy no existe. Las incongruencias de ordenanzas declarando a un municipio no nuclear mientras ese mismo municipio mantiene un basural a cielo abierto, es un ejemplo entre muchos más que demuestran el tono más corriente en el discurso ambientalista al que estamos habituados.

Lo más usual, en este sentido, es que el foco siempre se ponga en el potencial impacto ambiental de actividades económicas que podrían llevar desarrollo humano y social a distintas comunidades sin advertir que el mayor desastre ambiental y cotidiano sucede a pocas cuadras de donde vivimos, en el metro cuadrado que como comunidad estamos pisando.

Como ejercicio, para advertir con más rigor este problema, sumemos la superficie de cinco mil basurales a cielo abierto. Luego, imaginemos el tamaño de esa superficie, ardiendo, descomponiéndose, emitiendo gases de efecto invernadero y líquidos que, al entrar en contacto con las aguas subterráneas, las envenenan automáticamente.

Pensemos también en las miles y miles de personas que encontraríamos en esa inmensa superficie, que podríamos estimar en no menos de cien mil hectáreas, conformando una comunidad con más habitantes que una ciudad promedio del interior de la Argentina.

El ejercicio vale para descubrir la magnitud de un daño ambiental, humano y social.
Aunque aisladas, hay iniciativas concretas como la del consorcio entre las ciudades de Viedma y Carmen de Patagones, y la comuna de San Javier, que podrían ser un faro en la gestión de residuos y la inclusión social, para lo cual es necesario que aparezca el acompañamiento efectivo de otros niveles del estado para sostener esta política concreta de compromiso ambiental y comunitario que desde la soledad se vuelve muy difícil sostener.

Aún estamos a tiempo de proteger el ambiente y de evitar que nuestros hábitos de consumo masivo afecten el delicado equilibrio de nuestros ecosistemas, y para repensar, también, nuevas dinámicas en la reutilización de materiales en los ciclos productivos.

En definitiva, para sumar nuestra cuota parte en el salvataje de la humanidad y de nuestra madre tierra que a gritos nos advierte que estamos caminando con los ojos cerrados, negando las señales del abismo que tenemos por delante.

Por Pedro Pesatti, vicegobernador de Río Negro.


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