Blancura Centro, el paraje rionegrino que funciona en torno a su escuela, y revaloriza la cultura mapuche
El colegio primario Nº 174 es Intercultural Bilingüe, porque al aprendizaje de contenidos generales los niños le suman el conocimiento de su lengua ancestral. También tienen inglés. El desafío de "despertar saberes" y hacer que los pequeños sean conscientes de su identidad
Al llegar a «Blancura Centro» hay un cerro, que se impone sobre la postal desértica que acompaña cada punto de nuestra Patagonia. Vegetación baja para burlar el viento, colores sepias y, por estos días, la presencia de algunas nevadas que, durante unas horas, hicieron que el paraje (que está en la Línea Sur de Río Negro, a 35 km de Mencué) simulara ser una aldea de montaña. Hasta que el sol invernal y las ráfagas volvieron a encender los ocres de la tierra y las casas de adobe, haciendo que recupere su estampa habitual.
El cerro central es blancuzco, porque está hecho de minerales que esconden un corazón valioso. «Dicen que hay oro. Hubo algunos rumores de que lo querían explotar, pero la comunidad salió a plantear que hay que defender lo natural» dijo Elvio López, que es el director de la Escuela Primaria Nº 174 que es Intercultural Bilingüe, porque apunta a reafirmar la identidad mapuche.
De hecho el nombre del sitio, en esa lengua, es «Plang Curra Meu (lugar de la piedra blanca)». «Somos una aldea escolar, porque todo gira en torno al colegio. Las 20 familias que habitan acá tienen sus casas alrededor de él. Después tenemos una salita de primeros auxilios, para atender lo básico. Esa sala depende de Mencué, y del hospital de El Cuy. Pero si la urgencia es grave te derivan a Gral. Roca, que está a 300 km» detalló el hombre.
La vida en el lugar, entonces, se remite a dos centros (el colegio y la salita médica). Los pobladores son crianceros, tienen ovejas y chivos. «Muchos migraron después de la erupción del volcán Puyehue, que se dio años atrás. Ahora tenemos una población ‘envejecida’. Son adultos mayores en su mayoría. En nuestra escuela hay 7 niños, de distintas edades. El Estado asegura que la escuela estará activa mientras haya chicos para recibir conocimientos, pero el fantasma de la matrícula baja siempre ronda, con su amenaza de que un día digan ‘basta’ » destacó.
Mientras tanto las clases se desarrollan con contenidos diferenciados por edad, porque hay pequeños de 11, 10, 8, 9 y 5 años. A los conocimientos básicos (que incluyen el aprendizaje del idioma inglés) se suma el de la lengua mapuche, y el de saberes ligados a esa cultura ancestral, que ofrece una referente designada por la comunidad.
Hoy esa tarea recae en Vanesa Analía Juan. Pero tanto ella como el director coincidieron al marcar que esa no fue (ni es) una actividad fácil, porque los niños, inicialmente, desconocían su pertenencia cultural. «Se impuso la cultura hegemónica del euro-centrismo, y los que estaban acá no se animaban a hablar en la lengua originaria. Por eso solamente algunos, muy mayores, hablaban su idioma, pero de manera incompleta» relató Elvio.
«Ellos (los alumnos) decían que no eran mapuches-completó Vanesa-Hubo un proceso de redescubrir y comprender. Ahora les llama la atención aprender, y están predispuestos. Pero no siempre fue así» aseguró.
En ese proceso pudieron integrar saberes ancestrales con los talleres que realizan a contraturno, porque la escuela es de jornada completa. «Ellos aprenden a tejer en telar y trabajan con cuero. Para hacer artesanías y teñirlas usan cáscaras de cebollas, raíces de neneo (un arbusto, que da un color amarillo). Además estamos rescatando las cualidades medicinales de las hierbas que son del lugar, explicándoles que los medicamentos se sacan de ahí. Y entonces el paico, el diente de león y el neneo, que forman parte de nuestro paisaje, se resignifican» contó el director.
La cotidianeidad en la aldea no es simple, porque hay mucho aislamiento y el clima puede jugar malas pasadas. Pero todo mejoró tras la llegada de gas envasado y de la electricidad. «Antes no había red eléctrica, dependíamos de un generador y nos calefaccionábamos a leña. Ahora nuestra escuela y cada casita que la rodea tienen un zeppelin que la Provincia carga de gas. Y nos llegó la luz. Por lo cual las clases arrancan en febrero y terminan a principios de diciembre. Tenemos un régimen similar al de otros colegios rionegrinos» apuntó el docente.
Como muestra de orgullo, comentó que varios ex alumnos pudieron, con el tiempo, obtener trabajos ligados al turismo en ciudades como Bariloche. «Hay herramientas que tienen que ver con la puesta en valor y la identidad de nuestra zona que después sirven para transmitírselas a otros, al ilustrarlos acerca de todo lo que nuestros lugares tienen para ofrecer» apuntó, entusiasmado.
Por último el director dejó un pedido para aquellos que quieran colaborar con su escuela. «Acá izamos la bandera argentina y la mapuche. Pero no tenemos asta para esta última, que es ese palo que se usa para que el abanderado la lleve suspendida. Por eso arrancamos una campaña para que el que quiera colaborar nos done ese elemento. Las dos banderas nos identifican, y queremos exhibirlas, como lo hicimos siempre» finalizó, esperanzado.
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