Ayuda a adultos a terminar la primaria en Bariloche: «Se manejan en nuestro mundo, con menos herramientas que han sabido potenciar»
Apuesta a que un grupo de adultos pueda terminar la escuela. No solo para acceder a un título sino para mejorar su calidad de vida. Las historias de quienes no pudieron concluir sus estudios.
«Hoy es viernes 15 de noviembre», escribe Roxana Martinelli con un fibrón negro en la pizarra; mientras sus alumnos observan y copian en las carpetas. La clase arranca cuando el reloj marca las 10.45 y se extiende por casi dos horas. El desafío de quienes ocupan el aula de la Fundación San José Obrero es compartido: terminar la escuela primaria.
Estela Gurrumil vive en el barrio Malvinas, participa del taller de huerta y se inscribió en la primaria «para aprender a leer y escribir». «Era como algo que me había quedado pendiente porque cuando era chiquita, a nosotros nos mandaron a la escuela, pero después mi papá nos sacó«, contó la mujer de 50 años. Mencionó que «había que hacer otras cosas y la escuela no era la prioridad«.
Siempre mantuvo la idea y las ganas de terminar la primaria algún día: «Cuesta un poquito más, pero la llevo en camino. No quiero andar con mis hijos de acá para allá para que me lean un papel o me ayuden en el banco. Quiero sentir que puedo solita«.
El pedido de apertura de esta primaria fue en marzo. En ese momento, había 14 personas interesadas. Pero todo se demoró y recién designaron a Martinelli el 25 de septiembre. «Había mucha gente que ya había buscado un trabajo. Pero sabemos que muchos arrancarán el proceso el año próximo porque tienen su ritmo y sienten que el año empieza en marzo», comentó Martinelli, acompañada por el docente Héctor Palavecino.
Superación personal
Entre los alumnos, hay quienes desean terminar el primario a modo de superación personal y quienes desean reforzar ese mismo proceso que llevan adelante en la escuela nocturna para adultos.
Abundan las mujeres mayores que, con sus hijos ya grandes, sienten que han cumplido con todas sus obligaciones y ha llegado el momento para el estudio. También hay gente que necesita estudiar por una cuestión laboral. Por eso, la propuesta va más allá de tener un título sino lograr herramientas para la vida cotidiana.
Muchos talleristas de herrería, electricidad, carpintería y corte y confección, entre otros, detectaron la necesidad de tener un conocimiento mínimo de primaria, como matemáticas o lengua. «Sucede que participan de los talleres de capacitación, después producen algo que pueden vender, pero necesitan saber leer o los cálculos mínimos», comentó Martinelli. «Se pueden pintar cuadros -continuó-, pero si uno no puede promocionarlos en Facebook o en un estado de WhatsApp para venderlos, te van a quedar en tu casa. Así fueron viendo la necesidad».
Advirtió que a otras personas no les interesa agilizar un intercambio comercial o publicitar sus cosas. «Simplemente quieren saber qué vuelto les deben dar en un comercio, y no guiarse solo por la memoria fotográfica de un billete. O saber cómo llenar un formulario cuando van al médico, saber leer el reloj sin tener que estar siempre preguntando en su entorno», planteó Martinelli que se recibió en 1994 y lleva 30 años como docente.
«Fui y vine del sistema varias veces. Veía que, muchas veces, el sistema no puede dar respuestas a las necesidades más particulares. Trabajé en villas de emergencia en Buenos Aires, en zonas rurales en Río Negro y en un proyecto autogestivo durante 12 años. Siempre busqué alternativas al sistema», relató. En esta oportunidad, fue designada en el San José Obrero que, según consideró, «representa volver a lugares donde se trata de construir soportes de ayuda a la comunidad«.
Secciones múltiples
Los alumnos llegan al edificio del barrio Malvinas, al sur de Bariloche, a las 8.30 para tomar el desayuno ya que a las 9, comienzan los talleres de capacitación. Luego, siguen las clases de primaria, sigue el almuerzo y por la tarde, participan de otros talleres.
Martinelli explicó que la modalidad de adultos no es igual a la primaria tradicional. «En primer lugar -aclaró-, no es gradual. Un niño cursa de primero a séptimo grado, de marzo a diciembre. El adulto egresa cuando está listo».
Detalló que se hace «una sección múltiple»: «Cuando fui maestra rural, tenía secciones múltiples con niños desde los 5 hasta los 11 años. El aula es una diversidad interesante como la vida misma«. En este sentido, advirtió hay adultos que están terminando lo que sería séptimo grado y otros que recién están aprendiendo las vocales. En este proceso, el intercambio es enriquecedor para los mismos adultos.
Esta mujer de 53 años valoró su experiencia como docente de adultos. Entendió que sus alumnos tienen «una cualidad de resiliencia» en tanto «han sabido transitar la vida usando las herramientas que tenían y explotándolas al máximo, como la memoria fotográfica». «Han aprendido a transitar la vida desarrollando una capacidad increíble. Se manejan en el mundo en que todos vivimos, pero con muchas menos herramientas. Entonces, las que tienen las han potenciado«, manifestó.
Pequeñas historias con grandes desafíos
Anselmo González tiene 70 años y vive en el barrio Ada María Elflein. Participa del taller de cerámica hy no dudó en inscribirse en las clases de primaria. «Así fue que decidí aprovechar. En mi caso, ya tengo la primaria, pero ya estoy jubilado y cuando me preguntan determinada operación de suma y resta, es como que me olvidó un poquito«, subrayó.
Margarita Candia, del barrio Nahuel Hue, hizo la escuela primaria en su momento. Llegó a séptimo grado, fue a Córdoba de viaje de egresados, pero al regresar consiguió un trabajo y no terminó sus estudios. «Estoy acá porque siempre sentí que me faltaba un eslabón. Me quedó esto pendiente y lo cierto es que no me falta mucho», reconoció la mujer que trabaja en la panadería de San José Obrero.
Sandra Painefil no pudo seguir estudiando cuando era chica porque sus padres murieron y ella y sus cuatro hermanos quedaron a cargo de una tía.
«Mis hermanos y yo quedamos a cargo de una tía que tuvo que criar a 13, entre sus hijos y sobrinos. Éramos un montón adentro de la casa. Hicimos lo que pudimos. Algunos terminaron la primaria, otros la secundaria y yo quedé un poco más atrasada porque tuve un retraso mental cuando era chica», contó.
Hoy, Sandra lleva adelante la primaria en la escuela 315 por la noche, pero evaluó que participar de las clases en la fundación le permitiría reforzar sus conocimientos.
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