Animarse a la oscuridad profunda: Susana y la magia de las cavernas neuquinas

En esta última entrega sobre las aventuras de la docente neuquina, repasamos las vivencias junto al GENEU, equipo con el que investigó cuevas desconocidas.

Susana Domínguez es sencilla pero el tono pelirrojo de su pelo no la deja pasar desapercibida. Es posible imaginarla como docente, pero sorprende verla en fotos con arnés y linterna en la frente, de panza en el fondo de una cavidad, en la profundidad del suelo neuquino.

La escena se repitió muchas veces desde 1988, en distintos huecos y pasadizos donde sólo se animaba a entrar el que mejor podía controlar su ansiedad y sus miedos. Gracias al trabajo de este equipo de espeleólogos que funcionaba en Neuquén, se pudo conocer cómo era y qué había dentro de esos huecos que permanecían escondidos entre paredes de roca o bajo la vegetación, para la caída desprevenida de los animales que pasaban cerca de esos “pozos sin fondo”, como los llamaban los paisanos. 

“Al GENEU nos acercó un amigo”, contó Susana en su libro “Una vida de aventuras en la Patagonia”. Junto con Carlos “Beto” Dupont, su esposo, experimentó y aprendió tantas cosas nuevas que cada vez se entusiasmó más. “El mundo subterráneo me atrapó con su paz, sus profundos silencios, sus misterios, sus laberintos, sus animales adaptados a la oscuridad, sus maravillosas concreciones, sus insondables abismos y sus lagos de aguas transparentes e inmóviles… otro mundo (…) Salíamos de expedición, ya no en el viejo Citroën, sino en una camioneta Ford F100, que también era vieja, pero poderosa”, agregó esta mujer intrépida, con su estilo de humor característico. 

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Con los integrantes del “Grupo Espeleológico del Neuquén”, fundado en 1985, recorrieron espacios de todo tipo para identificarlos y evitar la depredación de ocasionales visitantes, que por simple curiosidad o malicia, dañaban sitios que tardaron miles de años en tener el aspecto actual. Junto a Susana y “Beto” se movilizaban geólogos, profesores, trabajadores, estudiantes, arqueólogos y fotógrafos, guiados por los puesteros de cada región. Con ellos, en pleno campo, aplicaban todas las nociones de supervivencia que ya venían recopilando como viajeros a pie, en bicicleta y hasta en moto. 

En el caso de Susana, la primera caverna a la que entró fue a la “Salado 1”, que está en la Cordillera del Salado justamente, a la vera de la Ruta 40 y al norte de Bajada del Agrio. “Yo tenía pensado ir con el grupo para salir al campo solamente, porque creía tener claustrofobia, pero me insistieron para que entre aunque no me gustaba nada la idea”, reconoció. Como no quería arrastrarse al igual que sus compañeros, optaron por ayudarla a bajar por uno de los huecos de ingreso, tomándola de los brazos los que estaban arriba y recibiéndola los que estaban uno o dos metros más abajo. “Cuando pisé el suelo empecé a temblar y a sentir que me faltaba el aire como siempre me sucedía en los ascensores hasta que miré hacia arriba y me dije: ‘qué tonta, cómo me va a faltar el aire con semejante ventilación que hay’. En ese momento se me pasó la claustrofobia (…) me di cuenta de cuántas cosas dejamos de hacer porque el miedo no paraliza”, reconoció.

Cuando alguien entraba por primera vez a una caverna le tocaba ‘el bautismo’, en el que debía experimentar la oscuridad y el silencio, mientras el resto del equipo se quedaba callado y sin luces de linternas, por unos minutos. “La quietud solo era interrumpida por alguna gota de agua que caía de las estalactitas, sonando suave y melodiosamente (…) algunos comenzaban a escuchar el latido de sus corazones o el fluir de la sangre y la respiración, algo que casi nunca percibimos en lo cotidiano. No pasaba mucho tiempo hasta que se ponían nerviosos y empezaban a hablar, a hacer ruido o a prender las linternas, ya que les era muy difícil permanecer en esa situación, en la que surgían los miedos más ancestrales”, relató. 

Desde entonces, sus fieles libretas de viaje tuvieron un escenario más para seguir juntando anotaciones, las que le permitieron repasar todo lo vivido en su libro. “Realizamos muchas investigaciones buscando cavernas en zonas de la provincia del Neuquén, como la Sierra del Portezuelo, la zona de Chihuido y Pampa del Tril, Buta Ranquil, Auca Mahuida, Chos Malal y San Martín de los Andes”, enumeró. Hoy sólo salen de recorrida esporádicamente, con mucho más cuidado, porque el estado de las cavidades puede haber cambiado con el paso del tiempo. Se dedicaban a la tarea de recorrerlas, armar los mapas topográficos (para poder mostrar la forma que tienen por dentro), hacer el estudio geológico y registrar si habían sido sitios arqueológicos o si tenían fósiles en sus alrededores. “Luego enviábamos los informes a Cultura de la provincia para que los arqueólogos se acercaran a investigarlos y estudiarlos”, explicó. 

Fruto de tanto trabajo, Leandro Dupont, uno de los tres hijos del matrimonio, pudo elaborar un “Atlas de Cavidades del Neuquén”, que se fotocopió y compartió en cada lugar a donde se acercaron a dar charlas. También guiaron a expertos internacionales y participaron de eventos con representantes de distintos países, donde por ejemplo, los españoles se asombraban de lo “secas, intrincadas y difíciles de recorrer que eran las cavernas neuquinas, a pesar de que tenían menores dimensiones que las suyas, que contaban con grandes ‘salas’ (en su interior) y tenían mucha más humedad”. 

El Atlas de Cavidades elaborado en terreno, por Leandro Dupont.

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Satisfecha con todo lo vivido, Susana atesora entre sus recuerdos las anécdotas divertidas y el compartir con los puesteros, que inventaban historias y descargaban en ellos las ganas de conversar, quizás después de meses de extrema soledad. Encontró lagunas misteriosas, arañas pollito, víboras y hasta lo que afirma que era un duende en medio de la vegetación, pero de todo atesora el conocimiento que pudieron incorporar y difundir, con fotos y recuerdos que hoy empapelan una de las paredes de su taller artístico y biblioteca. “Aprendimos a respetar a la naturaleza, leí mucho sobre todo lo relacionado al mundo subterráneo conocido”, dijo Susana, mientras en su cabeza seguro ya tenía pensado cuál sería el próximo destino. 

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