Amanda, la criancera de Neuquén que tuvo que abandonar su tierra a los 93 años

De duelo por la partida del hijo que vivía con ella, la mujer debió irse del puesto que habitó por 70 años, para evitar la soledad y los caminos intransitables.

El DNI de Amanda arranca en 2 millones y es una de las tantas crianceras longevas del interior neuquino. Crío 15 hijos en una casa de adobe, sin luz y aislada cada vez que llovía o nevaba, pero le siguen tocando pruebas. A pesar de su avanzada edad, debió tomar otra difícil decisión.

“Puede ser muy linda, pero no es mi casa”, dijo esta pobladora del paraje Cerro Negro, ubicado al norte de Chos Malal, para referirse la vivienda de su hija Carmen, que se encuentra en El Alamito, otro paraje también alejado, aunque en las “inmediaciones”.

Ese será el nuevo hogar de esta jefa de familia, nacida en Leuto Caballo, a cinco kilómetros de allí, que llegó al mundo el 26 de abril de 1933, al menos según dicen los registros. Vivirá junto a una de los nueve hijos que aún le quedan vivos. Así que esta semana, no tuvo más remedio que embalar todas sus pertenencias y “tesoros del corazón”, para irse definitivamente. 

Amanda con Bomberos de Tricao Malal, en una de varias veces que debieron ayudarla por el camino intransitable.

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Enmarcado en profundas arrugas su rostro, luciendo un pañuelo estampado su cabello, típico de la mujer de campo, María Amanda Aravena es quinta generación de arrieros en su familia. Única mujer entre seis hermanos varones, se casó muy joven con Luis Yáñez, con quien tuvieron 15 hijos, descendencia de la que hoy le quedan vivos nueve: Antonio, Alfredo, Gilberto, Emilio y Juan, los varones; Carmen, Herminia, Edith, Antonia, las chicas. 

A diferencia de muchas de su generación, ella si aprendió a leer y escribir, al menos en el tiempo en que pudo asistir, a caballo, a la Escuela de Chapúa, la N°96, creada en 1909 según el archivo provincial del Centro de Documentación e Información Educativa (CEDIE).

El hogar de Amanda, mitad adobe, mitad material, gracias a la ayuda de misioneros y un párroco de Chos Malal.

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Para conocer más de su vida, RÍO NEGRO pudo dialogar con Angélica, nieta de uno de sus hermanos, que fue quien salió a difundir la experiencia de Amanda en Radio Chos Malal. El panorama de su tía lamentablemente se repite en tantos otros puntos del interior neuquino: ¿qué camino siguen los adultos mayores, cuando los jóvenes parten y hay tanta desolación para la vida de los crianceros?

En ese puesto lejano, esta mujer crió a su familia nutriéndolos con leche que ordeñaba de sus chivas y con los fondos que podía conseguir después de la venta de sus animales en el pueblo. Las verduras que comieron salieron de su huerta y las gallinas le dieron todos los derivados que pudo generar, para que sus pequeños crecieran fuertes. Se vistieron con los chalecos y pulóveres que les pudo tejer y los pantalones que les cosió con la tela que su esposo le traía de Chile. Aún así debió llorar la partida del mayor, con apenas nueve años, entre otros momentos duros que les tocó atravesar. Todavía guarda el sueño de tener dónde enchufar una heladera para que no se le pudra la carne o para dejar de depender de las velas o el farol a pilas. 

A la izquierda, Oscar, el hijo que Amanda debió dejar partir.

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Con algo de impotencia en sus respuestas, Angélica recordó que por estos días comienza todo el proceso de permisos para la veranada y que no falta mucho para una nueva edición de la Fiesta del Chivito, en Chos Malal, la zona más urbanizada en los alrededores. Pero la calidad de vida de muchos vecinos de puestos alejados sigue siendo el resultado del paso del tiempo, la voluntad y la paciencia.

“El único gasto que Amanda le genera al Estado es la pensión que cobra”, dijo su parienta. Sin necesidad de tomar remedios, sólo sufre algunos problemas de visión que esperan corregir en los próximos meses, con una operación en Neuquén capital. Angélica reconoció que hace unos años se les habilitó la colocación de paneles solares, pero eso no terminó de convertirse en la solución que necesitaban.

Mientras tanto, Amanda reconoció que nunca pensó tener que ser ella quien entierre a su hijo Oscar, el que seguía acompañándola. Por él peregrinó descalza al cerro de la Virgen y a él todavía dedicaba sus cuidados. Convencida de que la vida a veces toma vueltas difíciles de aceptar, pero inevitables, le queda la satisfacción del reconocimiento de sus coterráneos, que saben de su arraigo y su sacrificio. 

Amanda en el Cerro de la Virgen.

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