A 20 años de Cromañón, el relato de uno de los sobrevivientes desde Bariloche: «Era una morgue abierta»
Federico Durán fue uno de los primeros en advertir el inicio del fuego en el boliche del barrio de Once el 30 de diciembre de 2004. Hoy 20 años después, presenta el libro sobre la tragedia en primera persona.
«¿Qué me dejó Cromañón? Ganas de seguir viviendo. Entender que, en un instante, se puede pudrir todo«. Federico Durán hoy tiene 45 años, pero tenía 25 al momento del incendio provocado por una bengala en el boliche República de Cromañón durante un recital del grupo Callejeros. Unas 1500 personas resultaron heridas y 194, murieron.
Lo que atravesó Federico esa noche lo compartió con muy poca gente, pero 20 años después sintió la necesidad de expresarlo por escrito. «República de Cromañon, 20 años» es el libro que detalla cada segundo de la tragedia en primera persona.
Federico concurría a recitales de rock desde los 15 años. Callejeros no era una excepción. Era fanático de la banda y había tenido oportunidad de verla en el estadio de Obras y en Cemento. Por eso, cuando se enteró que tocarían una vez más en el establecimiento del barrio porteño de Once ese diciembre del 2004, sacó entradas para las dos fechas. El 29 de diciembre concurrió con un amigo y al día siguiente, con su hermana, sin imaginar el desenlace del show.
«Era una banda que me movilizaba mucho y me gustaba el ritual festivo. En esa época, las bengalas, la pirotecnia y las banderas eran parte de nuestro folclore lamentablemente. Con Los Piojos y La Renga pasaba lo mismo», cuenta este hombre que, en ese momento, era estudiante de la carrera de Psicología y trabajaba como voluntario en el Hospital Borda.
Recuerda que en esa oportunidad, en la entrada al recital, «hubo cacheos, como nunca había visto. Nos hicieron sacar las zapatillas y las medias porque decían que ahí se escondían las bengalas. Me pareció medio raro«.
A eso se sumó que Omar Chabán, el gerenciador de Cromañón, se presentó antes del show para dar un mensaje al público. «Básicamente dijo: ‘Déjense de joder con las bengalas que ya tuvimos fuego y logramos apagarlo. Nos vamos a morir todos’. Nati, mi hermana, me miró sorprendida. Le dio miedo«, comenta.
El comienzo del fuego
Esa noche, Federico estaba a solo 10 metros del escenario cuando la banda empezó a tocar. «Estabamos en medio del campo y de repente veo a un chabón con un nene a caballito que sostenía un tubito de pirotecnia que tiraba bolitas de fuego. No era la bengala habitual que se usaba. Miro hacia arriba y veo que esas bolas de fuego llegaban hasta el techo. Lo primero que pensé fue: ‘la media sombra se va a prender fuego'», cuenta. Y finalmente, sucedió: la media sombra empezó a arder y todos empezaron a mirar «hipnotizados».
Su hermana le sugirió abandonar el lugar de inmediato. «En segundos, la puerta se convirtió en un embudo humano. Como tenía mucha experiencia en recitales, empecé a empujar y salimos como eyectados de la puerta. Ya afuera, no entendíamos nada. Había mucho desconcierto. De hecho, había pibes que seguían agitando las banderas esperando que el fuego se apagara para volver a entrar», señala.
Cuando Federico entendió lo que pasaba, empezó a gritarle a la gente para que se corriera de la puerta de salida para facilitar la salida de otros tantos del lugar. En un momento, cuenta, apareció un patrullero de la Policía Federal debido a una denuncia de los mismos vecinos que denunciaban inconvenientes en la vía pública, sin entender que adentro de Cromañón había un voraz incendio. «Les gritamos que llamaran a los bomberos que se estaba prendiendo fuego. Ya en ese momento, la gente empezaba a salir con cara de horror, llena de hollín. Lloraban angustiados. En un momento, vi a una chica llorando junto a una moto, le pregunté qué le pasaba y me dice que su novio no había salido. Ahí tomé dimensión de lo que pasaba», admite.
Cadena de ayuda humana
De golpe, Federico entendió que debía ayudar a la gente que salía del boliche, muchos tapándose la boca con pañuelos. Los trasladaban unos metros más adelante para no bloquear la entrada. Otros salían con gente desvanecida que iban depositando en la vereda. «Sin saber si estaban vivos o muertos, los agarrábabamos de los brazos y las piernas y los llevábamos a unos 100 metros. De la puerta solo salía humo negro«, comenta y agrega: «Aparece una ambulancia con 14 tubos de oxígeno y nos pidieron ayuda para descargarlos, pero no tenían mascarillas; de modo que no servía nada. Era todo un caos. Y decidimos seguir sacando gente. El cuerpo no me daba para más».
El auxilio se prolongó casi por dos horas quehoy le parecen eternas. Uno de los momentos más duros para Federico fue ver una médica cargando un bebé cubierto de hollín. «Se me murió», repetía ella llorando. «Hasta los que iban a asistir estaban desorientados. Yo no entendía nada. Claro, no sabía que en la parte de arriba de Cromañón se había instalado una especie de guardería», dice.
El lugar, describe, era como un «escenario de guerra». La calle estaba cubierta de personas desvanecidas y tantos otros que no habían logrado sobrevivir.
«Tomé conciencia de lo que había pasado recién al día siguiente cuando fui a comprar el diario y supe de la cantidad de muertes. Ahí me quebré: pensé que había salvado a mucha gente y muchos, en realidad, habían muerto. Quedó ese dolor», reconoce y agradece haber tenido «la reacción inmediata» para salir del lugar.
«El lugar era una morgue abierta. Siempre cargás con la culpa de sobreviviente. Me salvó mi espacio de terapia y mi trabajo», señala.
Recuerda también que a dos días de la tragedia, participó de una movilización donde reconoció el rostro de una joven. «Le toqué el hombro y le dije que yo también había estado en Cromañón. Me preguntó cómo sabía y le dije que yo la había abrazado cuando se preocupó porque su novio no salía. Él también estaba ahí. Terminamos abrazados los tres, llorando. Éramos tres desconocidos que agradecían estar vivos», detalla.
Un relato del horror en primera persona
Su libro, define, es un «relato pequeño», «un testimonio en primera persona del horror». Lo escribió a dos años de la tragedia, pero el manuscrito quedó abandonado en un cajón. Solo necesitaba escribirlo para no olvidar ningún detalle. «Estaba enojado con la sociedad, sentía que la sociedad mata a sus jóvenes. Tenía mucha bronca, mucho odio«, afirma.
Con el tiempo, logró digitalizarlo y desde hace un mes, cuenta con 200 ejemplares editados por la editorial Dunken que se pueden adquirir a través de la página de Instagram @republicadecromanon.libro.
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