24 de marzo: una werken mapuche cuenta cómo vivió la dictadura militar en Bariloche

Marta Ranquehue pasó los primeros años en Buenos Aires, pero al volver a Bariloche, vivió constantes intentos de desalojos y situaciones de violencia.

Me crié enfrentándome con los militares. No hay ningún libro o manual que diga cómo nos tenemos que defender. Cada uno lo hace como puede”, reconoce Marta Ranquehue, werken de la comunidad mapuche Millalonco Ranquehue, asentada en un lote de 180 hectáreas al pie del cerro Otto, sobre la ruta de acceso a Villa Los Coihues.

Este mismo viernes en que se cumplen 47 años de la última dictadura cívico militar, esta mujer celebrará sus 64 años.

El último golpe de estado sorprendió a Marta viviendo en la casa de una tía abuela en Buenos Aires con la pretensión de terminar la escuela primaria. “La idea era superarse. Nadie de la familia había terminado la escuela. En Bariloche siempre vivimos en el mismo lugar y resultaba imposible llegar a la escuela de Puerto Moreno con la nieve. Íbamos a caballo hasta donde se podía. Pero nunca lograba pasar de cuarto grado”, confió Marta.

Esos años, en Buenos Aires trabajó como empleada doméstica. “Recuerdo una experiencia horrorosa: limpiaba los vidrios de un primer piso y vi cómo justo enfrente, se bajaban de un Falcon y le descargaban un montón de balas a un hombre. Me quedé paralizada y mi empleadora me dijo que me metiera para adentro. El hombre quedó tirado”, relató con horror.

En 1979, a dos años del golpe, decidió volver a Bariloche. ¿La razón? Nunca logró adaptarse a la ciudad y decidió que lo mejor era regresar a la chacra, junto a su madre y su abuelo. Pero el asedio por parte del Ejército era constante como así también las notificaciones de desalojo del territorio.

“El acoso no cesó nunca, militarizaron todos los espacios. Vinieron todo tipo de órdenes de desalojo, se la agarraban siempre con los pobladores. Por eso, durante la última dictadura quedamos muy pocos pobladores de los originarios en ese predio”, advirtió.

Los desalojos, advirtió, eran muy violentos. «No cualquiera lograba sostenerse en el lugar. Mi abuelo Alejandro Ranquehue amaba su lugar, pero ya estaba muy cansado. No se cuántas veces nos desarmaron los corrales, las huertas, los galpones. Se llevaron animales. Había que ir a retirarlos y volvíamos con mucha menos cantidad”, puntualizó. ¿El maltrato hacia los mayores? «Era tremendo», respondió Marta.

Años en armonía

La relación con el Ejército no siempre fue mala, aclaró Marta. La convivencia con el teniente coronel Irusta, allá por 1933, resultó armónica. “Él nos había dado un documento en el que reconocía nuestro territorio. De hecho, mis tatarabuelos vivían exactamente donde hoy está la Escuela Militar de Montaña. Fue mi abuelo quien ayudó a la construcción del cuartel, con los bueyes para acarrear madera. Le pagaban con víveres y algunos pesos”, recordó.

La decisión de su abuelo de abandonar ese lugar para asentarse donde hoy se encuentra la comunidad, reconoció, “no fue para nada traumática”: “Sucede que ya en este lugar, vivían los Ranquehue más jóvenes. Estaban los hijos y los nietos. Por aquellos años, no había reclamos ni estaba la idea de pertenencia al territorio”.

Pero a Irusta, señaló Marta, lo siguieron “otros jefes muy encarnizados con los pobladores”. Comenzaron los años más difíciles para la comunidad, con todo tipo de presiones para abandonar el predio.

La última dictadura militar fue «una tragedia», entendió la mujer. “Todavía hoy les cuento a mis nietos el daño psicológico que nos causó esta vida de tanta violencia. Venían armados, nos apuntaban, nos atemorizaban. En lugar de señalar con el dedo lo hacían con armas. El solo hecho de ver que ingresaban camiones al campo nos desequilibraba. Era el terror. Había empujones, maltratos, diciéndonos: ‘Indio, volvete a tu país´”.

Pero la comunidad Millalonco Ranquehue logró resistir.

Incluso, hacia 1980, los militares ocuparon parte de su territorio y la gente quedó sin viviendas. “Permanecimos en territorio, del otro lado de la ruta 82. Donde estaban nuestras casas, levantaron el cuartel de campaña. Teníamos prohibido buscar nuestras cosas, nuestros animales. No nos dejaban hacer fuego para cocinar. No nos dejaban juntar leña para cocinar o calefaccionarnos en pleno invierno”, recordó.

Pero resistieron. De hecho, Marta contó orgullosa que su madre “volvió a levantar su rancho con los milicos adentro en el 82, previamente a la democracia”.

Pese a todo lo que debió atravesar, Marta es agradecida. “Tuve una niñez inmejorable. Me crié entre animales, aprendiendo el trabajo de la tierra, con abundancia de comida. Pero también supe lo que no es tener para comer. Hubo avances y retrocesos constantes. Hoy, seguimos en lucha”, señaló.

La comunidad padeció ocho demandas del Ejército que atravesaron a siete generaciones, en más de 80 años.

Cuando se le consulta por las condiciones en que viven actualmente, Marta es cauta. “Siempre les digo a mis nietos que el pasado nunca es del todo pasado. Hace 3 años los militares nos desarmaron el invernadero. Nos cortaron los frutales. Y eso lo vivieron mis nietos. Sentí que todo se repetía. Es triste, pero es algo constante”, advirtió.

Pese a los conflictos, ella resaltó que su comunidad logró conservar y cuidar el territorio. “Pueden reprocharnos nuestro color y algunas cosas, pero hemos cuidado siempre nuestro espacio. Si nos reconoció el primer jefe del Ejército es porque ya estábamos desde antes del estado. También nos reconoció el primer censista de Bariloche, don Jerónimo Esquivel, un gendarme”, especificó.

“Después de tanto sufrimiento y atropellos, después de semejante postergación económica, hoy sigo trabajando de empleada doméstica. Nos cuesta recuperarnos económicamente tras el último intento de desalojo”, concluyó.


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