Señales de una pérdida de poder
¿Por qué todas las medidas que se tomaron, y los excesos cometidos desde el 20 de marzo del 2020, no necesitaron de una ley que otorgue facultades al Presidente?
Argentina es el país en el que las leyes se interpretan mucho más de lo que se respetan. Y en gran medida, la primacía de una interpretación de la norma sobre otra depende del poder. Alberto Fernández enviará al Congreso un proyecto de ley que lo faculte y blinde judicialmente para tomar medidas restrictivas en medio de la pandemia. ¿Qué cambió en el último año? ¿Por qué todas las medidas que se tomaron, y los excesos en los que se incurrieron desde el 20 de marzo del 2020, no necesitaron de esta norma? Fernández quemó los puentes del consenso -que también es poder- y quedó debilitado. No fue, en los últimos días, la única señal de falta de poder real: el Presidente, el ministro de Economía y el Jefe de Gabinete, no pudieron echar a un subsecretario de Energía que responde a la Vicepresidencia.
Antes de anunciar las nuevas restricciones, el Presidente mantuvo reuniones con todos los gobernadores y el Jefe de Gobierno porteño. Retomó así un diálogo que sigue lastimado. De sus palabras en esas reuniones, la Casa Rosada destacó específicamente una cuestión: el pedido explícito (y reiterado) de acompañamiento: “Me tienen que acompañar en el cumplimiento de las normas”.
Al día siguiente, con la confirmación de las medidas, Fernández anticipó que enviará un proyecto para que “en función de criterios científicos claros y precisos, se faculte al Presidente y a los gobernadores a tomar restricciones y medidas de cuidado durante esta situación excepcional”. El anuncio despertó las alertas en la oposición que, aunque el texto no fue presentado, ya denuncia un intento de otorgarle “superpoderes” al Presidente.
No existen muchos antecedentes de que un ministro, un jefe de Gabinete y un Presidente no logren echar a un tercera línea: un subsecretario.
La iniciativa del gobierno nacional tiene nombre y apellido, y es Horacio Rodríguez Larreta. Respecto a la presencialidad escolar, Fernández se alineó con la postura dura del cristinismo y del gobierno bonaerense de Axel Kicillof, y dinamitó las ruinas que quedaban del consenso construido con el jefe de gobierno porteño, a quien el oficialismo entronizó como el próximo candidato presidencial de la oposición.
El gobierno nacional anticipa un fallo adverso de la Corte Suprema sobre el pedido de inconstitucionalidad presentado por la Ciudad de Buenos Aires ante el DNU que suspendió las clases en el AMBA. El máximo tribunal demoró deliberadamente una decisión, que llegaría en los próximos días. No se trata de hacer una lectura ingenua, la Corte no se mueve por “buenas intenciones”, pero la demora dio suficiente tiempo para una salida política al conflicto: nadie cedió, no hubo encuentro a mitad de camino entre Nación y Ciudad y el Presidente no pudo imponer sus condiciones. El fallo de la Corte será relevante para los DNU futuros. El proyecto que Fernández enviará al Congreso es una decisión política frente a la falta de poder político.
Pero, como se ha dicho, no fue el único hecho de la semana que mostró los problemas del Presidente para imponer su poder. El ultrakirchnerista subsecretario de Energía, Federico Basualdo, fue echado, pero no dejó su cargo.
No fueron trascendidos, no se trató de rumores o de una operación mediática: el ministro de Economía, Martín Guzmán, con el respaldo del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y del propio Alberto Fernández, le pidió la renuncia a Basualdo. Y la situación fue comunicada por el propio Ministerio de Economía y la Jefatura de Gabinete. Pero Basualdo no responde a Guzmán (de quien sí depende orgánicamente), Cafiero ni al Presidente, sino a la vicepresidenta Cristina Kirchner. El cristinismo lo mantuvo en su puesto. Y Basualdo bien podría dejar su cargo en las próximas horas, pero la herida quedó abierta.
No existen muchos antecedentes de que un ministro, un jefe de Gabinete y un Presidente no logren echar, no a un ministro que responde a otra facción de una coalición de gobierno, sino literalmente a un tercera línea: un subsecretario. La debilidad es de los tres, no sólo del ministro, pero la herida a Guzmán es mayor en un área sensibilísima: la señal llega al Fondo Monetario, al Club de París, a los empresarios en la lucha por bajar la inflación.
Comentarios