Santiago Bajo Geijo, inmigrante español, panadero


Don Santiago nació en España, en Val de San Lorenzo, un pequeñísimo pueblo de la provincia de León, región de Astorga, comarca de la “Maragatería”, un 7 de septiembre de 1913. Hijo de Santiago Bajo y de Tomasa Geijo, fue el menor de once hermanos. Cuando le llegó el momento de hacer la milicia, estalló la Guerra Civil española, 1936-1939, y participó en el bando del Ejército Nacional comandado por Franco.

Cuando observó el desastre de su patria atormentada de bombardeos y muertes, se pasó al bando republicano. Ya al final de la guerra huyó a Francia en donde fue apresado y enviado a un campo de concentración: allí pasó bastante tiempo hasta que fue liberado y se trasladó a América. Por aquellos años, para ingresar a Argentina (donde Santiago tenía tres hermanos) había que pagar un arancel, que naturalmente los refugiados no podían pagar: Santiago fue desembarcado en Chile, desde Valparaíso viajó a Buenos Aires. En este país se reencontró con su familia y comenzó a trabajar en el negocio de su hermano. Pasado un tiempo se dio cuenta de que esa tarea no concordaba con su visión de futuro y prosperidad y, sin pensarlo mucho, se volvió a la cordillera. Antes pasó por Neuquén, donde recibió ayuda y buenos consejos de don José Mantecón, por aquellas épocas dueño del Hotel Plaza, y emprendió su camino rumbo a Chos Malal, lugar en el que ingresó a trabajar en un almacén de ramos generales, ascendió rápidamente y conoció a buenas personas con las que se reencontrará: Clemente Ordóñez, los gendarmes Millán, Chávez, entre otras. Luego, en Aluminé, conoció a Torcuato Modarelli, dueño de varios almacenes de ramos generales en toda la zona, comenzó sus tareas allí. Conoció a Fermina, hija de Fabián y María Pino, nacida en enero de 1927, la mayor de diez hermanos.


Los productos se distribuían desde Choele Choel a Bariloche con reparto propio: además de pan y facturas instaló una fábrica de galletitas.


Luego de un tiempo lo designaron encargado del negocio de ramos generales que la firma tenía en Quillén, paraje de extraordinaria belleza cercano a Aluminé: ahí estuvo un período importante y conoció a muchas personas, algunas de las cuales serían grandes y queridos amigos: Cordero, Camino, Fernández, Ochoa, Rambeaux, Martínez y algunos más. Un 23 de enero de 1947 nació su hijo mayor Luis, autor de las memorias; luego el 26 de julio de 1949 nació Juan Carlos, fallecido. En esas épocas, Santiago entendió que debía independizarse y constituyó una sociedad con Modarelli: se instaló en Cutral Co con una panadería que había que construir y equipar y, para generar ingresos mientras eso sucedía, compró un bar, “El Ideal”, vecino del lote donde se edificaba la panadería: dos largos años le llevó terminarla. Cuando todo estaba listo, la instalación de fuerza motriz, fundamental para la elaboración del pan y derivados, se demoraba. Hasta que por fin, un día llegó la feliz noticia: la conectaban. La trajo personalmente un gran amigo de aquellos años, el carnicero del pueblo y un líder natural, don Felipe Sapag. En 1953, nació María Luz, su hija menor. Decidió vender el negocio y finalizar la sociedad.

La familia se trasladó a Neuquén, donde compró el fondo de comercio de la panadería “La Capital del Sur” en Olascoaga y Alcorta. Inició la construcción de una panificadora. Contaba con un horno continuo de 15 m de largo por 3: cargaban el pan en un extremo y salía cocido por el otro. Se trabajaba de forma continua en tres turnos de 8 horas, elaboraban 70 bolsas de harina de 70 kilos por día.

Los productos se distribuían desde Choele Choel a Bariloche con reparto propio: además de pan y facturas también instaló una fábrica de galletitas, que dirigió su hijo Luis pues a él la salud le venía fallando. Funcionó hasta 1970, en que la competencia de grandes fábricas y un agravamiento de su enfermedad determinaron su cierre y el traslado con su familia a Buenos Aires en 1972. Regresaron en 1975 y falleció un 1° de enero del año siguiente de un infarto. Su esposa Fermina aún vive con su hijo mayor, con el afecto de nietos y bisnietos, quizás añorando esos tiempos en que todo estaba por hacerse, como la masa en reposo que espera las sabias manos del panadero para crecer y lograr su forma única, definitiva.

Beatriz Carolina Chávez

Neuquén


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