Salir del clóset para salir a flote en la vida

A Cristina Montserrat Hendrickse le tomó años reconocerse como una persona trans. Cuenta su historia para ayudar a otros que, como ella, sienten que se ahogan por silenciar su identidad sexual.

Esta es la historia de un naufragio que no fue.

Cristina Montserrat Hendrickse nació hace 53 años y es abogada. No siempre se llamó así. Hizo el secundario en el liceo militar, durante el terrorismo de Estado, con otro nombre. El mismo con el que litigó en causas de alta exposición, como en 2009 cuando representó a la comunidad mapuche Mellao Morales que se oponía a la instalación de una mina de cobre en Campana Mahuida, cerca de Loncopué.

El año pasado obtuvo su nueva partida de nacimiento y DNI. “Yo me considero una mujer trans ya entrada en años, ya viejita”, asegura.

Según los datos que arrojó el primer relevamiento en Neuquén a la población trans –aquellas personas que se identifican con un sexo distinto al que se les asignó– el 57,6% declaró que asumir públicamente su identidad de género fue muy difícil o difícil (ver aparte).

A Cristina le llevó tiempo.

“Desde que tengo memoria, me acuerdo tres años, cuatro años, jugando con los zapatos de mi mamá, la ropa de mi mamá, el esmalte de uñas, los cosméticos, todo desde muy muy chiquita. Eso fue reprimido por mi madre, lo ahogué tratando de satisfacer lo que mi entornó esperaba de mí. Antes de la adolescencia ahogué eso. Me mandaban a jugar al fútbol, iba a jugar al fútbol y después mi papá me mandó al liceo militar de San Martín, en Buenos Aires, y de ahí ingresé en la Marina, en la Escuela Naval, estuve tres años. Después me fui, un poco desengañada con todo lo que había ocurrido en la guerra, mi hermano es sobreviviente del crucero Belgrano”, recuerda.

Pero no lo ahogó del todo, se asomaba a la superficie de vez en cuando. “Había períodos de permisión, períodos de autoprohibición, de miedo, de angustia, de pánico, de terror, de que fuera descubierta y eso me generaba ruptura de los vínculos familiares. En el 2007 fallece mi mamá y a partir de ahí es como que esto que estaba ahogado, estaba hibernando, empieza a florecer de a poco, como que se empieza a descongelar y bueno mi primera reacción fue de rechazo a mí misma y me llevó más o menos diez años de proceso: primero asumirlo yo y después poder transmitirlo a mi entorno, a las personas que me quieren, con el miedo de perder ese afecto”, explica.

Estudió Derecho en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Se casó, tuvo su primera hija, se divorció y vino a vivir al sur: primero a Chubut y después a Neuquén.

Hoy está en pareja con Liliana con quien tiene una hija en común, además de las dos de ella.

“Nuestra vida de relación sigue como antes, con la diferencia de que tengo una apariencia femenina en vestimenta, formas de hablar, en el DNI y en el nombre. Ella un poco se lo veía venir porque yo me había dejado el cabello largo, me había arreglado las cejas, las uñas, cambiaba el tipo de ropa que utilizaba, ya no eran sólo colores oscuros, y ella fue percibiéndolo y le fui contando de a poco también la historia personal de mi niñez. El día que lo hablamos no le sorprendió mucho, pero sí la shockeó, le impactó y le llevó un tiempo hacer la digestión”, cuenta Cristina, que está haciendo un tratamiento de hormonización para feminizar los rasgos secundarios de género.

Luego de hacer público que era trans afirma que recibió mensajes en su mayoría de colegas mujeres, pocos varones.

“Es un ámbito machista la justicia, bastante conservador”, señala.

Cristina salió a flote y llegó a la orilla. Se salvó. A sí misma y a unas cuantas más. Dice: “No es una tragedia salir del clóset y puede ayudar a alguna familia, a alguna persona, a que sea comprendida y contenida. Las personas trans tienen que tener derecho a una vida normal, ser incluidas en la sociedad, no ser un gueto, y poder desempeñarse en cualquier actividad laboral, poder estudiar de manera de tener más oportunidades, de no caer en ámbitos de marginación. Nosotras creemos que quizás visualizando podamos ayudar a que haya más comprensión”.

De la persecución al reconocimiento

–Vos decís que lo ahogaste, pero siempre estuvo. ¿Qué era lo que te frenaba?

El miedo al rechazo, principalmente. Mi niñez y mi adolescencia fue en una época donde las personas trans eran perseguidas. En Capital Federal había un edicto policial que las castigaba con multas, prisión con arresto, y eso era bastante disuasivo; y después el rechazo social. Más en mi generación, donde la no aceptación, la censura, la persecución, eran muy fuertes. Mucha gente, una vez que lo hice público, se ha comunicado en privado conmigo para manifestarme que también se identificaban porque tenían una situación parecida y les costaba mucho manifestarlo.

Mi hija más grande estudia Sociología. Me emocionó mucho porque me dijo: ‘Parate y dame un abrazo’. Y eso a mí me desarmó”,

Cristina tiene hoy 53 años.

La población trans de Neuquén

En las localidades de Neuquén y Plottier hay 85 personas trans, según el relevamiento poblacional que realiza en conjunto la UNC, las organizaciones ATTA, Mesa por la Igualdad Neuquén, Vidas Escondidas, Conciencia Vihda, Mole Trans, ATTS, la Dirección Provincial de Diversidad y las subsecretarías de Derechos Humanos de Neuquén y Río Negro.

El 57,6% de las personas trans encuestadas no alcanzó el nivel educativo obligatorio ya que el 8,5% tiene primario incompleto, el 10,2% el primario completo y el 39% el secundario incompleto.

El 59,4% no habita en una vivienda propia: 45,8% alquila y al 13,6% se la prestan. El 35%, que es propietario/a, ha tenido varios inconvenientes para adquirirla.

El 78% de las personas trans realizó cambio de identidad de género en su partida de nacimiento y en su DNI.

La provincia cuenta con una “guía de atención integral de salud de personas trans” que aborda, por ejemplo, los procesos de modificación corporal como las hormonizaciones, entre otros aspectos.


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