Rulo, uno de los últimos herradores de la región

Roberto Pichimil tiene 62 años y recorre Río Negro y Neuquén herrando a los caballos. Toda su vida aprendió sobre el comportamiento de estos animales para cuidarlos mejor. Tiene su stud en Cervantes, cerca del barrio de Puente Cero. Mirá el video. 

A Rulo le lleva unos 15 minutos herrar cada casco. Este trabajo se repite cada 45 días. Foto Andrés Maripe.

Roberto “Rulo” Pichimil calma a la yegua Mercenaria mientras empareja con una escofina el vaso del animal. Luego clava la herradura y le hace un remache especial para que quede firme. “Es importante para un buen equilibrio, si el caballo no está bien aplomado aparecen los dolores musculares”, explicó el paisano.
Rulo es herrador, un oficio que está en escasez y con el cual recorre Río Negro y Neuquén para garantizar el buen paso de los equinos.

El artesano campero tiene 62 años y nació en la Línea Sur, en el Paraje Trapalcó. En su stud llamado “La Amistad” cuida a 12 caballos, la mayoría criados para las carreras.
A los 13 años llegó a Roca y aunque tiene su casa en esta ciudad, desde que comenzó la pandemia del coronavirus, vive junto a los equinos que atiende diariamente en su caballeriza en Puente Cero, Cervantes.

“Mi vida han sido los caballos, he trabajado con ellos. Gracias a Dios como dice el burrero he vivido de la pata de los burros”, expresó sonriendo.
Rulo recordó que apenas era un adolescente cuando llegó a su casa en La Línea Sur un hombre que le ofreció aprender el oficio a cambio de trabajar sin sueldo por un tiempo.
“Tenía 13 años yo estaba encantado, era lo que quería. Perdí la oportunidad de tener un estudio, pero gracias a Dios no me arrepiento porque a través de los caballos es conocido muchos lugares y personas y vivido bien”, expresó.

Ser herrador no es nada sencillo. Rulo contó que hay que cruzar diferentes materias como la tercera falange del caballo, “una cosa muy delicada”, dijo.
La familia para la que trabajó durante muchos años y que tenía muchas caballerizas lo envió a la escuela de herradores en Buenos Aires.

Cerca de 1970 también fue corredor. “Tuve muchas ganadas y perdidas, corrí hasta el 2000 pero mis mejores años fueron del 1989 a 1991”, recordó.
“Estuve mucho tiempo compitiendo en el hipódromo de Neuquén. Las carreras largas se palpitan mucho, las vas estudiando. Las cuadreras son más explosivas”, explicó.
Sin embargo, con el tiempo la exigencia que implicaba el entrenamiento lo llevaron a retirarse y se dedicó de lleno a cuidar a los equinos.

Desde los 13 años que Pichimil trabaja con caballos. Foto Andrés Maripe.

El oficio tiene un proceso previo y en una hora pueda calzar los cuatro cascos del animal.
“A veces te toca herrar caballo que jamás viste, no conocés las intenciones, tenés que captar el animal antes de empezar a herrar, saludarlo, tener un reencuentro con él y ahí recién comenzar herrando”, explicó.
Las herraduras vienen enumeradas de fábrica, se entregan bien amoldadas.

El animal se debe herrar cada 45 días o dos meses si es un caballo de paseo remarcó. En fundamental estar pendiente del tiempo ya que el vaso crece 1.5 centímetros por mes y se corre riesgo de que piedra el balance y tropezar.
No hay muchos herradores en la región por esto varias veces lo llaman de distintos puntos de Río Negro y Neuquén.
“Tuve que dejar un tiempo de viajar lejos porque antes hasta realizaba trabajos en Santa Cruz, me llevan para allá, pero era cansador el viaje. Por esto solo hago trabajos en Río Negro y Neuquén”, comentó.

El paisano primero se gana la confianza del animal. Foto Andrés Maripe.

Entre los equinos que cuida en su stud, varios son potrillos.
“Soy un enamorado del potrillo, tenemos seis”, mencionó.
Su jornada comienza a las 15. De mañana principalmente se limpia las camas de los animales, se lea da de comida, pero la tarea principal se hace tarde por el frío.

Su hijo mayor Matías siempre está con él trabajando y también su sobrino Pablo que aprendió bastante el oficio y lo sigue a la par.
“Esto se lleva en la sangre, el stud va a seguir, no se va a perder”, aseguró Rulo.
Todas las semanas los chicos de los puestos cercanas van a visitar a los caballos y Rulo los deja participar en las tareas. “Tienen una conexión con ellos, vamos a sembrar un buen pasto acá”, expresó orgulloso el herrador.


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