Ruleta rusa

La historia juzgará con severidad a radicales, frepasistas y peronistas que rehúyan asumir responsabilidades.

En circunstancias normales, sería perfectamente legítimo que los dirigentes peronistas se negaran a apoyar al presidente Fernando de la Rúa mientras no lograra convencer a los sectores más importantes del «oficialismo» a respaldar sin fisuras las medidas que se han anunciado. Pero sucede que las circunstancias no son normales en absoluto. Por tanto, están jugando a la ruleta rusa con el futuro del país. La Argentina está hundiéndose con rapidez y no puede darse el lujo de esperar semanas, meses o años hasta que el ex presidente Raúl Alfonsín, sus dependientes políticos y los líderes del Frepaso finalmente reconozcan, si es que lo hacen algún día, que la falta de dinero no es una patraña «neoliberal» sino una realidad concreta. Mal que les pese, los límites son auténticos y no, como parecen imaginar, ficciones inventadas por banqueros y analistas malignos.

Por mucho que el presidente Fernando de la Rúa se resista a entenderlo, la Alianza tal como está constituida es el obstáculo principal en el camino de cualquier «salida» concebible de la crisis nacional. Puesto que no le será dado nunca complacer a sus correligionarios «progresistas», tendrá que buscarse enseguida otra base de sustentación. En cuanto a los líderes peronistas más lúcidos, deberían saber que ya no les reportará más beneficios políticos continuar especulando con las divisiones de la Alianza. El fracaso de esta coalición improvisada, contradictoria y, en esta hora tan difícil, increíblemente mezquina, no podría ser más patente. Lo que el país necesita es un gobierno firme y, cuando no, realista, o sea, uno que no tenga ninguna relación con los incapaces de comprender que el orden que nos ha llevado a este extremo no está en condiciones de sobrevivir.

La historia juzgará con severidad el comportamiento de los radicales y frepasistas y, por injusto que les parezca, de los peronistas también que en los días próximos rehúsen asumir sus responsabilidades porque, prisioneros de un pasado lamentable y ciegos frente a lo que está ocurriendo en el mundo real, insistan en continuar con los juegos internos y partidarios de siempre, ya proclamándose tan inefablemente nobles que les daría vergüenza aceptar la necesidad de un ajuste, ya mofándose de la confusión patética que impera en las filas «oficialistas», como si nada hubiera cambiado en el curso de los días anteriores. Los aliancistas que están actuando de este modo no son «dirigentes» de verdad, sino individuos que viven de la política y que están más que dispuestos a anteponer sus propios intereses personales o corporativos a aquellos de la Nación, de ahí el deseo evidente de algunos -entre ellos el ex presidente Alfonsín, hombre cuyo papel en este drama está resultando incalificable- de contribuir a la caída de un gobierno encabezado por un rival interno, desastre que según parece tomarían, en lo que sería un alarde de vanidad asombroso, por un perverso «triunfo moral».

Los demás políticos, para no hablar de la ciudadanía, no tienen motivos para resignarse a ser rehenes de estos representantes de una corriente de opinión minoritaria que ha sido repudiada una y otra vez por un electorado harto de la inoperancia principista pero que aun así ha podido aferrarse a puestos clave de las instituciones nacionales. Para que sean liberados, empero, será forzoso que De la Rúa se anime a ser un presidente con todas las letras que no esté dispuesto a dejarse intimidar por nadie. ¿Es demasiado pedir? Si lo es, De la Rúa merecerá plenamente el oprobio por el país entero: en el caso de cualquier otra persona, la debilidad podría considerarse natural y en consecuencia ocasionaría compasión, pero en aquel del presidente de la Nación la pusilanimidad en medio de una crisis tan grave como la actual sería sencillamente imperdonable. Hoy por hoy, el destino de la mayoría de los 36 millones de argentinos depende directamente del carácter de De la Rúa, lo cual quiere decir que si resulta que es incapaz de hacer frente a Alfonsín y a los frepasistas, las perspectivas ante el país son muy pero muy tenebrosas.


En circunstancias normales, sería perfectamente legítimo que los dirigentes peronistas se negaran a apoyar al presidente Fernando de la Rúa mientras no lograra convencer a los sectores más importantes del "oficialismo" a respaldar sin fisuras las medidas que se han anunciado. Pero sucede que las circunstancias no son normales en absoluto. Por tanto, están jugando a la ruleta rusa con el futuro del país. La Argentina está hundiéndose con rapidez y no puede darse el lujo de esperar semanas, meses o años hasta que el ex presidente Raúl Alfonsín, sus dependientes políticos y los líderes del Frepaso finalmente reconozcan, si es que lo hacen algún día, que la falta de dinero no es una patraña "neoliberal" sino una realidad concreta. Mal que les pese, los límites son auténticos y no, como parecen imaginar, ficciones inventadas por banqueros y analistas malignos.

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