Roca: ayuda recuperar la resiliencia de nuestros inmigrantes en plena pandemia
La separación y desgarro de los afectos es un elemento que comparten migración y pandemia afirma la historiadora roquense Graciela Iuorno. Su análisis es brillante y emotivo.
Por Graciela Iuorno (*)
Algunos sucesos traumáticos cambian el porvenir/fortuna de personas, de familias, de ciudades, o del planeta casi por completo y simultáneamente. En este caso, la pandemia, nos invita a reflexionar sobre nuestro pasado cercano y nuestro presente en clave de la búsqueda de lo esencial a la condición humana: amor y esperanza.
Los migrantes grupales, en familia o individuales ven trastocado su mundo de vida cotidiano; lo que era certero ya no lo es, los vínculos afectivos contenedores en la desventura ya se no encuentran y, a veces, están a miles de kilómetros de distancia, la incertidumbre del presente los invade, los desafía, los conmociona. Repensar nuestra historia reciente desde la llegada de los inmigrantes de ultramar hace más de un siglo, o posterior a la segunda guerra mundial, como la migración coetánea que proviene de países de nuestro continente es un desafío que nos estimula como historiadora social y política.
Este 1° de setiembre es, sin lugar a discusión, un día distinto y particular en la conmemoración de un aniversario más de la ciudad de Roca/Fiske. Reconstruir desde dimensiones culturales y emocionales la historia local, nos traslada a las memorias colectivas de un pueblo y a los recuerdos de las experiencias de vida de abuelos, bisabuelos que vivieron nuevas prácticas cotidianas próximas a las vivencias actuales que nos presenta el escenario de una pandemia: Covid-19. En la superación y reestructuración de usanzas, costumbres, estilos, hábitos, conocimientos, se puede leer el transitar de la búsqueda de integración socio-cultural, traspasando las fronteras de lo que se deja del lugar de origen y lo nuevo que se incorpora. Tanto en pasado como en el presente.
La separación y desgarro de los afectos es un elemento que comparten migración y pandemia.
Graciela Iuorno, historiadora e investigadora regional
Pongamos foco, por ejemplo, en las historias de aquellos jóvenes migrantes libaneses que, despuntando el siglo XX, llegaban a tierras lejanas para desarrollar la actividad comercial recorriendo huellas- en lugar de caminos-, en trayectos inhóspitos y desconocidos para vender productos de uso cotidiano, con la incertidumbre de regresar al lugar de donde había partido con las mercaderías. O los campesinos, que traían consigo tan solo su saber hacer y alguna que otra herramienta y esperaban encontrar algún trabajo en tiempos de labranzas o de cosechas para que algún día con ahorros, quizás, tal vez, cristalizar el sueño de la tierra propia.
Muchos de ellos venían solos para más adelante traer al resto de los miembros de la familia, no conocían el idioma, con otras pautas de convivencia y valores a los que debían adaptarse en las nuevas condiciones y sortear las distintas situaciones diarias. Este fue el caso de migrantes italianos, españoles, suizos, alemanes y tantos otros de tierras lejanas. Ponderemos que las condiciones y situaciones que nos presenta la vida cotidiana como migrante, forman un todo con las condiciones emocionales y de empatía, que permiten acompañar las incertidumbres ante la radicación en otro lugar lejano del que procedemos. Estas últimas son las que experimentan más cambios y rupturas tanto en lo individual como lo colectivo. “Vine solo con mi único hijo… mi esposo ya estaba acá…me enteré a más de un mes de la muerte de padre… mi pueblo era medieval con un Castillo abandonado en la colina más alta…teníamos luz, agua corriente y me tuve que acostumbrar a no tenerlo cuando llegué” (M.G.A).
Reconstruir desde dimensiones culturales y emocionales la historia local, nos traslada a las memorias colectivas de un pueblo y a los recuerdos de las experiencias de vida de abuelos, bisabuelos que vivieron nuevas prácticas cotidianas próximas a las vivencias actuales que nos presenta el escenario de una pandemia: Covid-19
Graciela Iuorno
Con la familia y los amigos, los migrantes, ya no pueden interactuar con momentos afectuosos y amorosos, ni estar presente en eventos como cumpleaños, aniversarios, nacimientos y fallecimientos. La separación y desgarro de los afectos es un elemento que comparten migración y pandemia. “Mi hermana estaba embarazada y el parto no venía bien…y ella falleció… con los años cuando mi sobrino tuvo sus 18 años lo traje desde Italia a vivir con nosotros… cuando murió mamá tampoco puede estar” (F.L.I.).
Los inmigrantes que llegaron durante el siglo pasado a Roca/Fiske fueron adquiriendo prácticas que les permitieron vivir en el nuevo escenario interactuando con sus vecinos en una sociedad en construcción, donde se superaban diferencias étnicas, religiosas y sociales con el ejercicio de la solidaridad. El testimonio de una abuela migrante roquense: “Mi vecina de enfrente era judía, al lado vivían españoles y en la esquina estaba una familia ‘criolla’ de otra provincia… todos vivíamos la misma situación familiar por eso muchas veces nos ayudábamos para resolver las cuestiones del día a día…” (F.L.I.).
Situación similar vivieron y viven otras oleadas migratorias que dejan atrás hábitos de vida, seres queridos, acontecimientos de los que no ya forman parte. El horizonte de expectativas traerá, seguramente, como aprendizaje la distinción de lo crucial frente a lo superfluo. Dolor por las vidas pérdidas, pero también esperanza de los aprendizajes que nos pueda dejar el Covid19. Esperanza y amor ‘en el día después’…
(*) Historiadora/Investigadora de CEHEPyC/Clacso, UNComahue
Producción: Horacio Lara, hlara@rionegro.com.ar
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