River, un campeón especial y en constante reinvención

Pasan los nombres queda el equipo, siempre ganador. El espíritu colectivo por sobre el peso de las individualidades, ha sido el secreto del exito del ciclo de Marcelo Gallardo, que posiblemente haya llegado a su fin. El Muñeco tiene la última palabra.

Qué palabras nuevas se pueden agregar al diccionario futbolero para describir a este River, que posiblemente anoche haya cerrado el círculo más glorioso de su historia.


En lo que ha sido quizás el ejemplo más cabal y determinante de cómo moldear un ciclo ganador, con la conquista del primer título local, este equipo de Marcelo Gallardo no es paradójicamente “el equipo”, sino que lo son todos. El Muñeco ha sabido reformular esquemas y situaciones luego de siete años en el cargo, no se refugió en el valor específico de cada una de las piezas individuales y siempre le dio trascendencia al proyecto.

En River todos tienen un plan, y ese ha sido el secreto del éxito de Gallardo, en un club que hace diez años atrás conoció el subsuelo de su orgullo y hoy, no sólo por esta consagración en la Liga Profesional, certifica una vez que es por lejos el mejor de todos.

El Millo no se apiadó de Racing, impotente para contener la dinámica abrumadora de su rival. El 4-0 es casi anecdótico, pudo haber sido mayor la ventaja, pero para un equipo que hace 17 partidos que viene invicto, con 14 triunfos y tres empates, la amplitud de las diferencias es una cuestión secundaria dentro de una superioridad innegable sobre el resto. River es el nuevo campeón y su consagración excede el aspecto estadístico. No sólo sumó más puntos que nadie, sino que su fútbol total no admite comparaciones con sus pares argentinos.

Respecto a la final de la Libertadores que perdió ante Flamengo hace sólo dos años, River sólo repitió anoche dos nombres en la formación titular: Franco Armani y Javier Pinola. Más allá de las ausencias de Milton Casco (suspendido) y Enzo Pérez (lesión), presentes en aquella definición en Lima, Gallardo ha sabido suplir a cada una de las figuras que ya no están. Este es el gran mérito que puede ostentar un técnico: la dinámica colectiva es la que marca el pulso y no las individualidades.

Incluso en este partido con Racing, Gallardo debió emparchar al equipo debido a las bajas de Bruno Zuculini y Fabrizio Angileri y la esencia del equipo no se alteró. Movilidad, intensidad, precisión y una voracidad asfixiante sobre los rivales.

Racing está en las antípodas de este River, con apenas un 40% de eficacia. No está clasificando para ninguna copa internacional, producto de flojas gestiones de Juan Antonio Pizzi (pese a que jugó y perdió la final de la Copa de la Liga ante Colón), el interinato de Claudio Ubeda y este incipiente ciclo de Fernando Gago que seguramente habrá que esperar para que de sus frutos. Por ahora sólo viene cosechando sinsabores: lleva cuatro derrotas y apenas una victoria.

Excepto los primeros 20’ donde Racing incluso tuvo una clara situación en los pies de Copetti que salvó Armani tras un error de Paulo Díaz, la Academia la brindó River. Desmarques permanentes, mucha dinámica e inteligencia para ocupar espacios, no sólo cuando el rival tiene la pelota sino también cuando la posesión es de su propiedad y sabe qué hacer con ella. Todas virtudes que reafirman su condición de campeón.

Julián Álvarez y su estado de gracia estuvieron a punto de darle a River la primera alegría del partido, pero el neuquino Gabriel Arias sacó por encima del travesaño a puro reflejo. Minutos después, cuando el sometimiento de River ya era total, Agustín Palavecino le dio de primera ante la salida de Arias para que el título comenzara a tomar forma.

Palavecino es otro de los saludables aciertos de Gallardo, que lo utiliza a veces como media punta, tanto por derecha como por izquierda, y en otras como enganche, por detrás de los dos delanteros y con llegada al gol, como anoche en el Monumental.

Para el complemento, Gago intentó cambiar la imagen que dio el equipo y mandó a la cancha a los experimentados Licha López, Lucas Orban y al Lolo Miranda. No hubo caso.
La respuesta de River fue lapidaria. A los 2’ minutos, Julián Álvarez desató su bestia interior al servicio del gol y marcó el segundo para el Millo. Si en el Monumental ya flotaba una aroma de partido liquidado al final del primer tiempo, el máximo artillero del campeonato (17) lo confirmaría con una conquista de su sello.

La fiesta ya era completa. River se floreó en todo el segundo tiempo y sólo restaba saber por cuantos goles ganaría el juego. Impotente, Racing asistió a una producción avasallante e integral de un equipo voraz.
Braian Romero, quien fue uno de los últimos que se integró a la orquesta del Muñeco, marcó los compases finales con dos golazos que terminaron de redondear una goleada consagratoria.


Fue una noche dorada para River, con guiños emotivos como el reemplazo promediando el ST de un histórico como Leo Ponzio, quien logró el ascenso a primera división, ganó 16 títulos y lleva 350 partidos jugados (con 10 goles) y está próximo a retirarse.
El eterno capitán, que ha jugado poco este año, anoche volvió a ser titular, lució otra vez la cinta y en el abrazo con Gallardo al momento de salir, se sintetiza el espíritu grupal donde todos son importantes.


Además de la ovación de todo el estadio, desde un palco a Leo lo aplaudían Enzo Pérez, Matías Suárez, Casco, De La Cruz… Ausencias obligadas e importantes pero no limitantes para esta formación.
River es un equipo con ideas plenas, decidido y demoledor que lo hace hasta lógico. Es que su fútbol no tiene contras y eso lo transforma en un campeón especial.


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