Río Negro Online / opinión
Una mano muy cerca de los ojos impide ver una montaña. Ya este diario había expuesto la semana pasada el dilema que se le planteaba al presidente Néstor Kirchner -inmerso en la agobiante problemática diaria y en la necesidad de elaborar un plan previsible para los próximos 4/8 años -, al intentar construir poder de una manera no convencional en la Argentina, rodeado de dirigentes peronistas que mamaron en la cuna de las estructuras tradicionales, que tanto desencanto han provocado en los últimos años. Está claro que el patagónico pretende ampliar la base de sustentación en la que apoyarse, extendiéndose a la clase media progresista. Pero como buen militante de un movimiento que incluye elementos muy heterogéneos -derecha/izquierda, patrones/obreros, militares/piqueteros, laicos/religiosos, yanquis/marxistas-, nunca despreciará la herramienta electoral partidaria (el mastodonte pejotista) ni la columna vertebral sindical. También es cierto que, con disimulo, les da de comer a candidatos con los que congenia y a los que le gustaría ver pasar al primer plano, en lugar de otros tan despreciables para él. Es así, porque no está en condiciones objetivas de romper con su mentor Eduardo Duhalde -hoy de vacaciones en Europa-, si es que quiere seguir abriendo más frentes de luchas, al margen de los ya instalados en el ejército, la policía, la justicia y el PAMI y de los predicados contra la evasión impositiva. A partir de un hecho casual, este periodista fue testigo a lo largo de la semana de los momentos de tensión que se vivieron en la Casa Rosada por lo que acontece con el justicialismo de la provincia de Río Negro, administrada por el radicalismo desde hace 20 años. Mientras en el despacho del ministro del Interior, su titular Aníbal Fernández afirmaba que el partido jugaría "a muerte por el "gringo" Carlos Soria", en la oficina presidencial "el extraño flaco" Kirchner dialogaba extensamente con el contrincante Eduardo Rosso, expulsado de las filas del Pejota pero de tanta afinidad que fue con él con quien profundizó el análisis sobre un proyecto nacional en común. Por los pasillos, en medio de los ajetreos previos al lanzamiento del programa anti-evasión, circulaba entre otros el senador Miguel Angel Pichetto, quien en el Congreso junto con los diputados José María Díaz Bancalari y Eduardo Camaño (ambos espadachines duhaldistas), cincha a favor de las leyes que reclama el Ejecutivo y no trepida en armar un dique para contrarrestar cualquier pretensión -quimérica a esta altura- de retorno de Carlos Menem. Fernández, Aníbal (el otro Alberto, jefe de gabinete, labora por la renovación profunda, al estilo del tercer movimiento de Raúl Alfonsín), robusteció la hipótesis de la solidez del acuerdo entre Kirchner y Duhalde, en forma, contenido y visión estratégica. El uno/dos (K/D), dos/uno (D/K) son para el timonel de la cartera política, movimientos naturales para cambiar las relaciones de fuerza que el bonaerense no pudo hacer en su gestión de emergencia porque era "un pato rengo". No se horrorizó Aníbal por la estima de Kirchner hacia los políticos que le pusieron el hombro en la campaña del 27 de abril, "pero nosotros somos monolíticos y actuamos en consecuencia", advirtió. En ese punto hizo un anuncio significativo. Kirchner tratará de armonizar con Hugo Moyano y Víctor De Genaro, pero no dejará de lado al mercantil de los "gordos" Armando Cavalieri, ante quien aceptó participar próximamente en un acto organizado por la CGT de la calle Azopardo. Es decir, dejó traslucir que se podrá disparar con munición gruesa contra Luis Barrionuevo, pero Cavalieri (también Rodolfo Daer y West Ocampo) quedarán a salvo de la metralla de la Rosada pues, en definitiva, "los gordos son los gordos y tienen su peso". "Habrá algún salame resentido, pero Kirchner y Duhalde saben cómo hay que actuar para que estén comprendidos todos los compañeros peronistas, incluidos los que estuvieron subordinados a Menem", señaló definiendo el carácter pragmático de las decisiones de cúpula. También pudo a resguardo a los grupos piqueteros, que -subrayó- "serán acompañados por el Presidente hasta que se resuelvan sus problemas. Recién entonces desaparecerán", apuntó poniendo de relieve una alianza con un sector semi anárquico que, por ejemplo, sería una incomodidad mayúscula para un dirigente como Ricardo López Murphy. Fernández no ignoraba -aunque no hizo ninguna referencia- que Soria y Pichetto pugnaban por confirmar la ida de Scioli el viernes a Viedma, y que Rosso por su lado pretendía entorpecer esa gira para no darle un inmerecido premio a los que se habían comportado de manera por lo menos "haragana" respecto de Kirchner y que llevan entre los candidatos a diputados a la esposa de Juan Carlos del Bello, quien unos días antes del 27 de abril firmó una solicitada a favor de Carlos Menem. Entre el miércoles y jueves, Scioli decidió correrse del pleito. "No creo que vaya", le dijo uno de sus principales voceros a este diario que incluso comentó que el ex corredor de motonauta había escuchado las razones de Rosso contra Soria y sus métodos "de apriete". El vice ya había armado una excusa: tenía una agenda cargada y estaba preparando su partida a Europa. Dicen que Soria, en su estilo lunfardo y prepotente, levantó la voz reclamando su presencia. Que Pichetto amagó con renunciar a la presidencia del bloque y que José Luis Gioja señaló que con actitudes como ésta será dificultoso disciplinar a la tropa para sacar algunas leyes que el Ejecutivo necesita como el sediento el agua en el desierto. Scioli transpiraba y, como en el básquetbol, pidió unos minutos. Se lo fue a ver al Presidente y le explicó el cuadro de situación. Kirchner, muy puntilloso, y más cuando se trata de la región que pretende liderar, la Patagonia, decidió calmar los ánimos al constatar que su amigo Rosso marcha cuarto en las encuestas. "Andá, Daniel, pero baja el perfil, tratá de que los medios nacionales no se hagan eco del despelote", aconsejó. Le pareció inconveniente, por otro lado a Kirchner, que se lance a destiempo la candidatura de su secretario general Oscar Parrilli a la gobernación de Neuquén, por más que el aspirante oficial Sergio Gallia no reúna más que el 6 por ciento de intención de votos. "Vos seguí para adelante", le habría manifestado Kirchner a Rosso, a pesar de que Pichetto viene sosteniendo que la pertinacia del ex intendente de Viedma "sólo sirve para destruir y permitir que el radicalismo le gane al justicialismo". La movida conciliadora de Scioli también obedeció a la postura asumida por el gobernador de Jujuy, Eduardo Fellner, quien como titular de la CAP partidaria le señaló a Kirchner que "el peronismo será un sostén muy fuerte del Presidente siempre y cuando no se produzcan fisuras". Fellner habría aceptado el acercamiento con el frepasista Aníbal Ibarra en la Capital Federal porque el peronismo está huérfano de candidato, pero para el caso de Santa Fe, donde K trata de seducir al socialista Hermes Binner, le señaló que no podrán obviarse Jorge Obeid ni Alberto Hammerly. La cuarta semana de gestión de K siguió a velocidad supersónica. A su jefe de gabinete le prometió "medidas y medidas hasta llegar a las cuatro mil", y al ministro de Justicia Gustavo Béliz le pidió que siga adelante con el saneamiento judicial. "Con un tercio de oxigenación inicial me conformo", expuso en forma coincidente a la intención de lograr antes de fin de año tres vacantes en la desprestigiada Corte Suprema. No descuidó el frente latinoamericano -con Brasil y Venezuela como hermandades a afianzar-, y sacó de la Procuración del Tesoro a un funcionario por él designado, Carlos Sánchez Herrera, por haber sido defensor del tristemente célebre general Juan Bautista Sasiaiñ. Se autolimitó en la selección de los futuros miembros de la Corte, algo que fue bien recibido hasta por los que le endilgan un carácter autoritario en Santa Cruz. Y empezó a respetar a sus compañeros atendiendo a palabras proféticas de Churchill: "En la guerra sólo pueden matarte una sola vez de un balazo. Pero en la política, muchas veces". Arnaldo Paganetti arnaldopaganetti@rionegro.com.ar
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